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SÉPTIMA CORRIDA DE "SANFERMINES"

Emilio Muñoz, el torero que ya es

ENVIADO ESPECIALHa empezado a producirse la síntesis de los dos toreros antitéticos en que se desdoblaba Emilio Muñoz, y se perfila como el torero que ya es. En Pamplona ha empezado a producirse la síntesis. Emilio Muñoz llegó de niño prodigio al mundo de los toros y era un fino y quebradizo artista, virtuoso en la ejecución de algunas suertes. Su especialidad, el pase natural.

Con la alternativa, el gusto, la finura y el arte pasaron al olvido yse convirtió en brusco pegapases al que le cogían muchas veces los toros y se levantaba sin mirarse, para volver a la cara y acabar con ellos de cualquier manera. En estas circunstancias, Emilio Muñoz constituía una gran sorpresa.

Cuando niño prodigio, se comentaba: «Qué gran torero puede ser este chico, si los toros le respetan, pues tiene una natural predisposición para el arte, pero se le ve muy fragilito de valor». Cuando mayor -aunque no tanto- apenas contaba diecisiete años, de aquel sentimiento especial para crear arte no parecía quedar nada, y sin embargo lo que de ninguna manera se podía discutir era su valor y su casta para medirse con los toros en las condiciones más difíciles.

Plaza de Pamplona

Séptima corrrida de sanfermines. Toros del conde de la Maza, muy bien presentados, bien armados y astifinos, iguales de comportamiento, encastados, manejables en general, excepto cuarto y sexto. Ruiz Miguel: estocada caída (palmas). Estocada (silencio). Emilio Muñoz: pinchazo, estocada baja y rueda de peones (vuelta). Estocada de la que sale cogido (oreja). Espartaco: bajonazo (petición y vuelta). Tres pinchazos y dos descabellos (algunas palmas). Emilio Muñoz fue asistido en la enfermería de un fuerte pitonazo que no llegó a causarle herida y que, por tanto, no le impedirá torear en la corrida de esta tarde.

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La propia madurez del hombre configura la del torero y seguramente Emilio Muñoz está en este momento en que las dos fuerzas antitéticas se hacen síntesis y aparece un diestro consolidado que exige por derecho propio uno de los primeros puestos en el escalafón de matadores, con mayor razón ahora que las figuras tienen los pies de barro y ellas solas se caen de su pedestal.

Emilio Muñoz, con dos toros encastados, hizo ayer el toreo bueno, sobre todo con la mano izquierda, cuando templaba y mandaba en el muletazo largo y suave, y no conviene olvidar que alguna vez le salió también el toreo malo, sobre todo con la mano derecha, cuando se dejaba atropellar los engaños. Pero la forma de entender los toros, de estructurar las faenas de acuerdo con sus características, de aguantar serenamente peligrosos derrotes y algún inquietante parón, de defender su terreno y pisar el contrario, de reaccionar con crecida voluntad de triunfo tras las volteretas, nos confirman que estamos ante el torero que ya es Emilio Muñoz«

Ahora le queda depurarse, lo que seguramente no será difícil, pues ya tiene demostrado -era un niño cuando lo hizo- que conoce a la perfección la técnica y que sabe ejecutarla con gusto y sentimiento. El torero viril, arrojado, genio y figura, debe dejar asumir al artista que también lleva dentro. Si armoniza ambas virtudes, cuajará en una figura importante de la tauromaquia de hoy.

La corrida salió preciosa de tipo, con trapío, sin necesidad de exhibir aparatosas anatomías; muy bien armada y astifina, variada de pelaje, con tres ejemplares de dibujada estampa, como el negro primero, el cárdeno salpicao tercero -un guapo ejemplar de exposición- y el colorao quinto. En cambio, no resultó brava ni fuerte. Casta sí tenían los pupilos del conde de la Maza, rama Carlos Núñez, y aquello dio mérito a las actuaciones de los espadas aun en los casos en que las reses acometían con nobleza, pues había que torearlas con todos los recursos y todos los cánones para dominar sus embestidas.

Hubo dos toros peligrosos, cuarto y sexto, que desarrollaban sentido, con los que abreviaron Ruiz Miguel y Espartaco, después de librar varios derrotes al bulto. Ambos matadores tuvieron la compensación de la nobleza de su s primeros enemigos, y si no supieron aprovecharla es su culpa. Ruiz Miguel, en el peor momento de su vida profesional, estuvo vulgarísimo. Espartaco, valiente y buillicioso, pero sin calidades artísticas, amontonó pases en una faena interminable que no decía nada. Quizá de la juventud de Espartaco también quepa esperar la síntesis del arte y del valor. Pero si de éste va bien dotado, de aquélaún no se le ha visto nada. Ni ayer, ni anteayer, ni de novillero, ni nunca.

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