"Con lo de Tejero sólo pretendíamos ganar tiempo para escapar con el dinero"
El once es un joven de algo más de veintiséis años, y cuando participó en el asalto al Banco Central apenas llevaba tres meses en libertad, después de haber permanecido seis años en prisión por asalto a mano armada. La operación, según él, no perseguía más que obtener una suma de dinero que calculaban en torno a los mil millones de pesetas. Lo del camuflaje político-militar y la liberación de los militares golpistas era una mera coartada para ganar tiempo. La única huida prevista era por las alcantarillas. Fracasada esta posibilidad, Bartolo, así se le conoce en los medios profesionales, encontró en un policía municipal a su ángel custodio, que le permitió salvar el cerco y huir de la cárcel, que es lo que más teme.Pregunta. ¿Cómo se escapó usted del Banco Central?
Respuesta. Mira, cuando empezaron los tiros en la azotea yo estaba subiendo por las escaleras, a la altura del cuarto piso. Arriba estaban Cristóbal Valenzuela, Juan Manuel Quesada y José Cuevas, con varios rehenes para inspeccionar si había geo en las inmediaciones y estudiar una posible vía de escape saltando a los edificios cercanos. A José Cuevas le mataron y los otros dos tiraron las pistolas y se entregaron. Ni los nuestros ni ninguno de los rehenes volvieron a bajar de la terraza. Descendí inmediatamente hasta la planta baja y poco después empezó un terrible tiroteo a través de las ventanas y de las claraboyas que daban a las escaleras. Primero pusimos algunos rehenes contra las ventanas y respondimos al fuego con la metralleta Stein, pero solamente teníamos dos cargadores con un total de cuarenta balas y ya las habíamos utilizado al mediodía contra la tanqueta; las balas se agotaron muy pronto. Sabíamos que resistir en los pisos era imposible porque las entradas son muy anchas, no había ninguna puerta para verlos y siempre podían bajar por la escalera. Para cubrirlo todo bien se hubiera necesitado mucha más gente. Lo único era hacerse fuertes en la planta baja y aguantar lo que se pudiera. Hubo un rato que sólo se oían los silbidos de las balas y los vidrios al romperse. Aquello parecía Vietnam. Los rehenes no paraban de gritar y algunos de los nuestros se acobardaron y empezaron a desmoralizarse. Entonces decidimos parapetarnos en un lateral del banco entre el mostrador y la barrera humana formada por los rehenes, a los que hicimos colocar delante, cubriéndonos. Finalmente, viendo la situación insostenible, y como sólo quedábamos ocho de nosotros, nos quitamos los pasamontañas y decidimos salir en tromba confundidos con los empleados del banco. Yo le obligué a ponerse mi capucha a un empleado de unos 37 años de edad, regordito, pero al tío le cogió una especie de ataque histérico y empezó a llorar y reírse. Le ordené que se callara, pero sólo decía: «¿No ves lo que hace la policía: mira cómo disparan, son unos asesinos, aquí nos van a matar a todos». Lloriqueaba y me pedía que le quitara la capucha, jurándome que no diría nada, que no me reconocerla a pesar de haberme visto la cara. Finalmente, se la saqué porque si se la dejo diez minutos más le da algo. También me quité la cazadora y este mismo tío me dio la chaqueta de cuadros que llevaba él y que, por cierto, me venía bastante grande, pues pesaba bastante más que yo. El Colt 38 especial que llevaba lo tiré encima del montón de dinero en los últimos momentos y me fui para la puerta junto con todos.
'Me fugué con un policía municipal'
P. ¿Y salió usted con los primeros?
R. Sí, en cuanto se abrió la puerta salí con el primer grupo. Procuré taparme la cara, pero resbalé con los vidrios rotos de la puerta y me caí en la acera. Eramos un grupo de ocho o nueve que echamos a correr y nos metimos en el edificio donde está el hotel-residencia Continental. Subimos hasta el segundo piso porque en el primero nadie quiso abrir la puerta. En el grupo iban también Tomás Paz, Miguel Millán y Mariano Bolívar, además de tres o cuatro empleados del banco. Entramos en el hotel en tromba y allí cada uno se metió, donde pudo o, mejor, donde encontraba puertas abiertas. Yo fui el único que cogió un largo pasillo adelante hasta casi el final y me metí en un cuartito trastero que, al parecer, sirve para guardar la aspiradora y otros útiles de limpieza. Era una habitación muy pequeña que no puede cerrarse por dentro y que comunica con otra escalera interior del edificio. De entrada me quedé allí quieto, casi sin respirar, y al cabo de diez minutos oí cómo llegaba la policía y empezaban a registrarlo todo. Escuché perfectamente cómo detenían a los otros tres y me senté en una silla desvencijada esperando que de un momento a otro también me descubrieran a mí. Pero nadie abrió el pequeño cuartito donde estaba porque debieron pensar que era una puerta inutilizada o algo así. Lo cierto es que, con los nervios y el calor que hacía allí, me meé incluso dentro del saquito de la aspiradora. Luego, al cabo de media hora, me asomé con precauciones a la escalera interior y comprobé que la policía continuaba en el portal. Desde una ventana de más arriba también vi que todo continuaba acordonado, por lo que volví a mi escondite y decidí continuar esperando. Cuando me pareció que había pasado un tiempo prudencial bajé al portal y me puse a mirar los buzones intentando disimular mis intenciones de echar un vistazo fuera. Entonces, de improviso se presentó un policía municipal acompañando a un tío joven que, supongo, debería vivir en aquella misma escalera y me dieron un susto tremendo. De entrada pensé subir de nuevo corriendo para arriba, pero finalmente decidí echarle cara al asunto y ver qué pasaba. El policía golpeó en los vidrios para que les abriera la puerta por dentro y cuando lo hice le pregunte: «Qué, ja sacabat tot el merder?». («¿Qué, ya se ha terminado todo el jaleo?»), y al responder me que sí, sin pensármelo dos veces me fui charlando con él hasta la confluencia de la calle de Santa Ana. Yo iba caminando como si tal cosa, pero tenía el culo que no me cogía un fideo. En la esquina había geo, pero como me vieron charlando con el municipal no me dije ron absolutamente nada. Inmediatamente cogí la calle Canuda y me fui hasta la plaza Villa de Madrid. Eran exactamente las 23.15 horas y ni yo mismo me creía que hubiera podido escapar. Entonces, aún no sabía qué suerte habían corrido los demás, pero seguí caminando, y sin encontrar a nadie, hasta la catedral. Al mediodía siguiente, cuan do vi la filmación por televisión y me reconocí saliendo por la puerta, aun me creía menos que hubiera podido escapar.
P. ¿Cuándo pasó la frontera española?
R. Algunos días después, y lo hice utilizando documentación falsa.
P. ¿Y a partir de ahora qué piensa hacer?
R. No sé. No tengo nada previsto. En los periódicos han dicho que yo me llevé 300.000 pesetas, pero eso es absolutamente falso. Yo del banco no me llevé ni un duro. No pienso entregarme ni creo que vuelva a España. Si lo hiciera me caería lo que ellos quisieran. Imagínate, tenencia ilícita de armas, secuestro, etcétera.... unos sesenta años por lo menos.
P. Empecemos por el principio. ¿Cómo se metió usted en este asunto del Banco Central?
R. Sobre todo esto se han dicho muchas tonterías y se han escrito cosas verdaderamente alucinantes. Que si era una operación de la extrema derecha, que si había gente de la Guardia Civil complicada, que si los servicios secretos y qué sé yo cuántas cosas más. Pero nada de todo eso es verdad. Lo único cierto es que el golpe lo planemos y lo hicimos los once que estábamos allí dentro. Yo, en concreto, hacía tres meses que había salido de la cárcel tras cumplir una condena de más de seis años por atraco, y verdaderamente estaba lo que se dice a dos velas. Entonces, un buen día, andando por esos bares de Barcelona, me encontré a uno que conocía un poco, le dije que necesitaba dinero; él se abrió un poco sondeándome, y finalmente me explicó el proyecto.
'El "timo de la estampita"'
P. ¿Y lo vio factible en seguida?
R. Tal como me lo explicaron, sí. Me dijeron que se trataba de hacer un atraco, enmascarándolo, con el tema político, aprovechando la obsesión que existe con el tema del golpe de Estado. La idea era hacer una especie de tocomocho al país. Como el timo de la estampita, pero con pistolas. Sabíamos que si entrábamos en el Central diciendo simplemente que era un atraco normal y corriente, por mucho que nos atrincheráramos la Policía y los GEO hubieran entrado a por nosotros sin tardar. Sin embargo, si dábamos un comunicado pidiendo la liberación de Tejero y los otros tres y nos hacíamos pasar por guardias civiles, con el miedo que el Gobierno les tiene a esa gente tras el 23 de febrero, se llevarían mucho más cuidado, y mientras discutían y una cosa y otra, ¡zaca!, nos dábamos el piro con el dinero. Porque el proyecto se basaba estrictamente en pedir un plazo de 72 horas, y mientras hacer un agujero por las alcantarillas para escapar con el dinero.
P. ¿Por eso escogieron precisamente la fecha del 23 de mayo?
R. No, eso de la fecha fue una casualidad. De hecho, el golpe teníamos que darlo el sábado anterior, el 16 de mayo. Escogimos un sábado porque es el día que podía haber más dinero en el banco. El día 16 llegamos incluso a ir al banco con las armas y todo, pero en el último momento suspendimos la operación por falta de entendimiento entre nosotros. Imagínate que dimos marcha atrás cuando ya estaban dentro cinco o seis, y algunos no se enteraron del todo, por lo que al ver que faltaba gente yo tuve que subir a llamar a dos que estaban en el último piso y uno de los cuales ya tenía incluso el pasamontañas puesto.
P. ¿Y lo de Argentina como hipotético país de asilo?
R. Hombre, si haces una cosa así, no les vas a decir que quieres ir a Rusia. Había que escoger Argentina o Chile, un sitio donde estén los fachas.
P. En concreto, ¿ha tenido alguna vez relaciones con la extrema derecha?
R. No, no; qué va. A mí la política no me interesa. No entiendo nada, pero indiscutiblemente me simpatiza más la clase trabajadora que los burgueses guarros.
P. ¿Quién redactó el comunicado pidiendo la liberación de los golpistas?
R. No lo sé, pero debió ser Juan Martínez Gómez o alguien de su grupillo. Hay que tener en cuenta que antes de todo esto, de los once, yo sólo conocía a dos, a Tomás Paz y a Miguel Millán. Al resto no les había visto nunca, y a algunos me los presentaron la misma víspera del asalto. El comunicado a mí me lo enseñaron un par de días antes de la fecha fijada inicialmente, del 16 de mayo, y en seguida pensé que podía colar fácilmente. Se pedía la liberación sólo de esos cuatro porque, al parecer, son los más duros y los que estaban más metidos en el potaje del 23 de febrero.
P. ¿De dónde obtuvieron los planos del banco?
R. Tampoco lo sé, pero yo los vi y eran muy minuciosos. Estaban hechos en hojas pequeñas, pero tenían reproducidos prácticamente todos los detalles. Se podía ver que la distancia de los sótanos a la alcantarilla que pasa por el lateral de las Ramblas no era mucha, y que era factible practicar un agujero para llegar a ella. Por eso la idea era aguantar con el engaño lo máximo posible mientras hacíamos el túnel, y luego largarnos con el dinero, dejando a los rehenes encerrados en las cámaras acorazadas. Pensábamos tener el orificio listo para salir el domingo alrededor de las seis de la mañana y llegar por las alcantarillas hasta la plaza del Pino. Lo único que no contábamos era encontrar una pared de granito que no pudimos horadar. Eso lo echó abajo todo.
P. Y las armas que utilizaron, ¿cómo se obtuvieron?
R. En el mercado negro de Barcelona. La mayoría eran pistolas que se compraron por 25.000 pesetas o sumas similares. Todo era material bastante viejecillo. No había ninguna cosa extraordinaria. En total teníamos una metralleta Stein, una pistola-ametralladora Mauser, que llevaba Francisco Domínguez; seis pistolas Astra del nueve, una Star también del nueve, una Llama del mismo calibre, un revólver plateado del calibre 44 y otro revólver americano, del 38 especial.
P. Si todo hubiera funcionado perfectamente, ¿cuál hubiera sido el siguiente paso a la salida del banco?
R. Dirigirnos al local de la calle de Casanova, que ya tenía dispuesto el grupo de Juan Martínez Gómez. Yo no llegué a estar nunca allí, pero sé que algunos del grupo se habían reunido varias veces para planearlo todo. Allí se guardaban las armas y es donde se tenía que hacer el reparto del dinero con posterioridad. Todo eso que se ha dicho del túnel para hacer un atentado no es cierto. El túnel no tenía otro objeto que esconder las armas y las herramientas del atraco. Calculábamos que ese día en el banco podían haber unos mil millones de pesetas, por lo que, luego de deducir los gastos de la operación, se hubieran hecho once partes iguales para todo el mundo. Yo, desde el principio, dejé bien claro que a, partir de ese momento cogía la pasta y me abría por mi cuenta.
'El dinero lo dejamos para el final'
P. ¿Pero el dinero no llegaron ni tan siquiera a empaquetarlo para llevárselo?
R. No, porque eso lo dejamos para el último momento. Para cuando hubiéramos terminado el agujero. Nos limitamos a amontonarlo y a tenerlo a mano. De hecho, ensacarlo hubiera sido cosa de un momento. Eso no significaba ningún problema.
P. ¿Antes del asalto se os dio instrucciones de hablar de determinada forma, de comportaros de forma determinada dentro del banco?
R. ¡Qué va!, confiábamos mucho en que el comunicado lo haría casi todo, como así sucedió. Yo allí hablaba como ahora. A mi aire. Eso de denominarlos por números también ha sido un rollo en torno al que se ha hecho un mito. Es cierto que en las reuniones previas que tuvimos se habló de no utilizar nunca el nombre y de denominarnos con números, por eso Juan Martínez Gómez se le denominó Uno, porque es el que comandaba la operación y porque si había que llamarle no lo ibas a hacer por su nombre. Pero el resto ni sabíamos el número que teníamos. Todo eso se improvisó más que nada para impresionar. Por ejemplo, yo recuerdo que cuando mandabas algún rehén al primer piso gritábamos: «¡Primero, ahí va uno!», principalmente para alertar a los compañeros que montaban guardia allí. Pues bien, luego eso ha salido en la Prensa como si hubiera un cabo primero de la Guardia Civil entre nosotros. O los gritos de «¡Armas en posición!», para avisar a todos que montaran las armas, por si había que disparar y que también debieron de impresionar mucho, porque luego han dado pie a toda esa historia de la terminología militar y todo el rollo.
P. Sí, sobre el asalto se han dicho muchas cosas contradictorias, y se han planteado muchas preguntas que, hasta el momento, no han tenido respuesta clara y satisfactoria. Como, por ejemplo, todo lo que respecta a la cuestión de los fusiles de asalto CETME, los explosivos, el número exacto de asaltantes, si llevábais raciones alimenticias o no, la posible técnica militar utilizada...
R. Nada de eso es cierto. En el banco sólo entramos con las armas y las herramientas para hacer el agujero. Todo lo demás es una película que se ha montado el Gobierno, la policía y la Prensa. Allí no hubo nunca fusiles CETME ni cosa parecida. Lo único que les pudo hacer pensar en algo así eran los picos y las palas desmontados y metidos en una bolsa de lona verde. Lo de los explosivos fue una cosa similar. No llevábamos ni un mísero cartucho de dinamita. Lo dijimos porque era una manera de amedrentar, y aunque nadie lo vio nunca, la cosa funcionó perfectamente. El número de gente que éramos también partió d e la suposición de algunos rehenes que veían más de la cuenta v del farol que se echó Juan Martínez, el Uno, por teléfono, diciendo que éramos tres comandos de ocho cada uno. Lo único que se comió todo el tiempo fue lo que hizo llegar la Cruz Roja: bocatas de mortadela, el sábado; café con leche y bollitos, el domingo por la mañana, y un caldito tipo piolín, un cuarto de pollo, un trocito de tortilla y una manzanita para todo el mundo, al mediodía. Y respecto a la técnica militar, como no fuera lo que aprendieron algunos en la mili, allí nadie sabía nada de nada. En definitiva, cubrir una ventana no es tan difícil, y para empuñar una pistola tampoco se necesita una técnica especial.
P. ¿Y toda esa historia de los gritos de ¡«Viva España»! que se daban dentro del banco para levantar el ánimo?
R. Eso es cierto, pero forma parte también de todo el montaje. En definitiva lo hicimos sólo dos o tres veces. Yo, por ejemplo, no grité nunca. Los demás sí, casi todos, incluso los rehenes del banco, esos no veas, eran los que gritaban más fuerte ¡«Viva España»!
P. ¿Es cierto que se vieron la noche antes del asalto para cenar y preparar los últimos detalles?
R. Sí, fue la única vez antes del asalto que yo vi a todo el grupo junto. Nos reunimos en un restaurante tranquilo, memorizamos los planos y luego los quemamos allí mismo. Ahí fue cuando se dio una cita previa para las 8.45 horas, en el tramo de las Ramblas que hay delante del banco, junto a las sillas de pago. Luego cada uno se fue por su lado. El sábado, a la hora indicada nos encontramos todos allí de plantón.
A uno le di un "carquinyoli" con la pistola'
P. ¿Y en seguida empezó todo?
R. Efectivamente, el plan era que primero entraran tres grupos de tres, a intervalos de medio minuto y que fueran tomando posiciones en los distintos pisos del banco, para dominar la situación en todo momento. El primer grupo lo formaban Cristóbal y Jorge Valenzuela y José Cuevas, el que luego mataron. Ellos tenían la misión de controlar el cuarto y el quinto piso. El segundo grupo lo integrábamos Juan Manuel Quesada, Miguel Millán y yo mismo. Se nos había responsabilizado del segundo y tercer piso. Los cinco restantes con el resto del material entraron juntos detrás de todos.
P. ¿El material cómo se transportó?
R. En unas cajas de cartón. Llevábamos una taladradora, escarpas, punzones, una linterna, el megáfono, pilas de recambio... Luego, picos y palas desmontados y metidos dentro de una funda de guitarra y en un saco de lona verde que me parece que era de una tienda de campaña. También había varias bolsas de deporte y un maletín con pasamontañas y guantes de plástico de recambio. En ese maletín debieron pensar que llevábamos los explosivos y la historia de los CETME se la debió imaginar alguien al ver la funda de lona verde que contenía simplemente los picos y las palas desmontadas. La contraseña para empezar todo la dio Juan Martínez Gómez, el número Uno, con un par de tiros al techo. Entonces los demás, que ya teníamos los pasamontañas puestos, empezamos a entrar por las secciones dando tiros al aire gritando ¡«Que no se mueva nadie. Todo el mundo al suelo»! y sacando a la gente a la escalera. En cada grupo de tres uno se quedaba siempre en el rellano de la escalera cacheando y controlando a la gente que íbamos haciendo bajar a la planta baja, mientras los otros recorrían todos los despachos. Todo fue muy rápido y no hubo demasiados problemas.
P. ¿Nadie intentó resistirse?
R. Sólo hubo un conato de resistencia arriba, en el quinto piso. Hubo tres o cuatro que se le tiraron encima a Cristóbal Valenzuela, porque le vieron pequeñajo, pero enseguida nos dimos cuenta y subimos corriendo a controlar la situación. A un empleado del banco con traje azul y que era el más chulillo le di un carquinyoli con el cañón de mi revólver y se quedó quieto enseguida. Luego, le dimos una patadita en el culo, lo cogimos por el pescuezo y lo bajamos abajo, donde le puse contra una ventana castigado. A ese lo tuve allí de pie un puñado de horas, como ocho o nueve. De cuando en cuando me pasaba para ver cómo seguía y le tiraba casquillos de bala a la cabeza. Imagínate cómo estaba el tío que hasta se cagó encima y se manchó todos los pantalones. En la planta baja también hubo el herido en la pierna, pero, eso, aunque no lo vi, me dijeron que fue porque intentó abalanzarse contra la puerta. A los dos guardias jurados los desarmamos sin ningún problema. Todos nosotros sabíamos que no podíamos desmadrarnos y debíamos evitar a toda costa que pudiera producirse algún muerto. Eso lo hubiera complicado todo de entra da mucho más.
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"No sé nada del «número uno»
Viene de página 13P. ¿Cuándo empezaron a perforar el sótano?
R. Como a la una de la tarde del sábado. De entrada habíamos calculado que con unas seis horas de trabajo habría más que, suficiente. Bajamos el material al sótano y escogimos una habitación que sirve de archivo de papeles antiguos para empezar a trabajar. Era uno de los puntos más cercanos a las alcantarillas que pasan por el lateral de las Ramblas. Hicimos que el electricista del banco nos preparara unos enchufes para la taladradora, y el Francisco Domínguez y yo empezamos a picar. Estuvimos trabajando sin parar unas dos o tres horas, hasta que encontramos una capa de cemento y rompimos un pico y todo. Entonces vimos que por allí era imposible seguir y decidimos buscar otro punto. Tanteamos el suelo hasta que encontramos un punto donde sonaba hueco, precisamente en el cuartillo del electricista, y allí empezamos a agujerear de nuevo. Serían como las cinco de la tarde, cuando empezamos el segundo túnel, pero pronto nos topamos con un muro de granito y aquello no había manera de perforarlo. Entonces, ya se nos vino todo el mundo abajo. No obstante, decidimos que era necesario agujerear el granito como fuera y pusimos a trabajar a algunos rehenes también. Los escogí yo mismo entre los que parecían más cachas, y me encargué de controlar el trabajo y dirigirles en todo momento. Los tuvimos trabajando toda la noche y hasta poco antes de que empezaran los tiros, pero el agujero avanzó muy poco. El tercer puesto donde intentamos perforar fue en el cuartillo donde se encuentran los ventiladores, allí por lo visto existía una cloaca antigua tapada Con cemento, peto al romper los ladrillos resultó ser solamente un tubo de desagüe sin posibilidades de ningún tipo.
P. ¿Es cierto que contaron con apoyo en el exterior?
R. Pero eso yo imagino que algo había, el grupillo de Juan Martínez Gómez no me lo llegaron a contar nunca. Yo sé que Juan, el uno, habló con alguna gente por teléfono, pero la identidad de esa persona que se identificó como el legionario rojo no la conozco.
P. Sin embargo, resulta un poco incomprensible meterse en un lío tan importante como éste, sin tener prevista hasta el mínimo detalle de la posibilidad de una fuga rápida...
R. Bueno, nosotros confiábamos en el túnel para escapar, pero al encontrarnos con granito y cemento armado todo se nos vino abajo de golpe. No habíamos llevado herramientas adecuadas y aquello era imposible de perforar. Cuando nos dimos cuenta de eso ya sólo se trató de salir de allí de la mejor manera posible. De mantener la ficción hasta que se pudiera.
P. Pero imagínese lo que pasa si les llegan a poner el avión a su disposición y liberan a los golpistas del 23 de febrero...
R. Ya sabíamos, de entrada, que eso era prácticamente imposible que sucediera.. Pero si hubiera pasado una cosa así, yo no me subo a un avión con el Tejero ni loco. Y no me subo porque sé que, en un avión siempre te la pueden pegar. Lo más probable es que te den una vuelta por encima de Chiclana y te digan que estamos que sé yo dónde para que te confíes y poder echarte mano. Yo lo del avión lo tenía claro que no me subía desde el principio.
'Llamaron preguntando si éramos del cuerpo'
P. Antes de todo esto, ¿había oído hablar del capitán Gil Sánchez Valiente?
R. Jamás, y me parece que la mayoría de nosotros tampoco. Yo nunca leo los periódicos ni me interesa la política, pero todo el lío de ese capitán de la Guardia Civil lo organizó la misma policía y la Guardia Civil. Llamaron allí diciendo si éramos del cuerpo y preguntando por éste, y como nosotros le echamos cara y dimos largas al asunto, enseguida empezó a trabajarles la imaginación más de la cuenta.
P. ¿Conocía el hecho de que Juan Martínez Gómez (a) el Rubio había sido acusado públicamente por la CNT de ser un notorio confidente de la Guardia Civil desde mucho tiempo antes?
R. No; antes de todo esto a Juan Martínez Gómez no le conocía ni sabía quién era. Yo, de su grupo sólo conocía a uno, pero sabía que llevaban un año haciendo atracos y que las cosas les iban muy bien. Eso me hizo coger una cierta confianza en él. Además yo nunca le oí hablar de política ni nada parecido. Después he leído los periódicos y he escuchado por ahí toda esa historia de confidente..., pero entonces no sabía nada. No sé si puede ser cierto o no, pero pienso que si lo están diciendo tanto es porque lo habrán comprobado a fondo. Una cosa así no se puede decir por la cara. De hecho, no sé qué pensar, pero si eso es verdad, ese tío es un mamón, ¿vale? Si es verdad, es un verdadero hijo de puta.
P. ¿Qué opinión tiene sobre la tentativa golpista del 23 de febrero?
R. Yo no soy partidario de una dictadura. Todo lo contrario. Pienso que todo el mundo tiene derecho a vivir. Los que apoyan un golpe militar son los de siempre. Los que lo tienen todo resuelto, los protegidos... pero los del proletariado, como siempre, a llevarse los palos.
P. Bartolo, ¿por qué comete usted atracos?
R. Pues porque a mi edad aún n tengo ningún oficio ni nada de nada. Desde que salí de la cárcel no he tenido otra salida. La cárcel te quema mucho, y cuando sales cuesta mucho volver a reintegrarte. Nunca he trabajado, y cuando vas a buscar un empleo y se enteran de tus antecedentes, la gente se asusta y en seguida se te quitan de encima. ¿Entonces qué quiere que haga? ¿Que me meta de paleta por ahí, a romperme los cuernos? A mí no me gusta tener obligaciones con nadie, y mucho menos, que me manden. Entonces la única forma de poder hacer algo y salir adelante es atracar un banco. Sé que toda la vida no puedo estar así, pero eso se ve sobre la marcha, a mí no me gusta hacer muchos planes con antelación.
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