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Reflexiones de un antropólogo

Han sido frecuentes en los últimos meses las reflexiones del antropólogo Julio Caro Baroja sobre el pueblo que acaba de homenajearle. Recientemente, el autor de Los vascos habló en la sociedad liberal El Sitio, de Bilbao, y allí habló de sus vecinos más cercanos. Su análisis se centró en el intento imposible de conciliar una actitud reverencial ante un pasado idealizado con la aspiración a la revolución total, destructora de los valores históricos y culturales, de ese mismo pasado, informa . Ese es, dijo Caro, el rasgo común a todos los populismos, incluido el actual populismo vasco.En esa conferencia, Caro Baroja definió la ambigüedad semántica del propio término popular, que lo mismo sirve para identificar «lo vulgar y plebeyo» como para expresar la voluntad general y hasta divina (vox pópuli, vox dei).

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La consagración política del término populismo se produce en tomo de los narodniki rusos del siglo XIX, herederos por una parte de la tradición eslavófila romántica del siglo anterior, y de la mística revolucionaria de la Europa del siglo de las luces, por otra.

Su rasgo dominante, cuya crítica realizaron con solvencia Plejanov y Lenin, es ese sincretismo ilusorio, esa aspiración a unir pasado y futuro, reacción y revolución, que sería posteriormente característico, por ejemplo, del fascismo italiano. La interprelación unilateral de la historia, la búsqueda agónica de la identidad primigenia, la idealización del pueblo como algo inmanente y esencialmente puro, junto al desprecio por la investigación científica y la paralela glorificación mítica de nociones como la lengua o la raza, serían otros tantos rasgos de esa ideología.

A favor de la tolerancia

Una breve referencia a la mitificación contemporánea de las guerras carlistas como «guerras de liberación nacional» -«identificación contra la que se eleva con indignación no sólo mi conocimiento, sino mi memoria familiar», dijo el autor de Los Baroja- sirvió a Caro para enlazar la teoría general del populismo con su aplicación práctica a la Euskadi actual.

La consideración de la lengua como herramienta política, la necesidad desesperada de encontrar chivos expiatorios, el irracionalismo, la intolerancia, serían otras tantas manifestaciones contemporáneas de tal ideología en el País Vasco. Frente a ella y sus devastadores defectos, el sobrino de Pío y Ricardo Baroja, propuso renovar la fe en los valores del talante tolerante y liberal, del que se reclamó y al que consideró único correctivo realista a la «tendencia a tiranizar a los hombres que parece caracterizar a otras ideologías».

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