Juicio aplazado
POR SEGUNDA vez ha sido suspendido el juicio de las presuntas abortistas de Bilbao bajo el pretexto de la incomparecencia de algunas de las encausadas. La administración de justicia no se ejerce desde otra galaxia, y cabe suponer que el entorno social siempre acaba influyendo sobre los magistrados. No es de extrañar, por tanto, que en las dos suspensiones de este juicio hayan influido las movilizaciones de la opinión pública más preocupada por este tema y la sensibilidad moral de unos magistrados obligados a aplicar unos códigos estrictos sobre unas actitudes delictivas que seleccionan a los reos a tenor de su situación socioeconómica.De una parte, hay que felicitarse de que esta reedición del proceso de Salem se aplace una vez más. Por segunda vez, la judicatura española -así lo creemos- obvia un proceso que provocaría divisiones de orden ético en nuestra sociedad. Según no pocos juristas, sobran elementos de juicio para que el fiscal retire sus acusaciones contra estas once mujeres en base a las eximentes que las amparan.
Pero, de otra parte, no es este un proceso que pueda prender eternamente sobre nuestro inacabado modelo de sociedad. También el ministerio fiscal o los jueces tienen algo que decir sobre este problema y sobre esta discriminación. Es cierto, y lo hemos repetido, que falta un debate en profundidad sobre el asunto del aborto. Pero de él no están ajenos los administradores de la justicia. También ellos edifican el orden social con su jurisprudencia. Y en este caso, concreto bien podrían dar un paso al frente e impartir una lección a la clase política resolviendo por absolución o sobreseimiento un caso que no se nos puede pudrir entre las manos o resucitar intermitentemente.
El aborto no es el juicio de Bilbao. La moral, la religión, el derecho a una justicia igual para todos, la perplejidad de que un delito lo sea o no lo sea en función de un mojón aduanero (dentro de un mismo sistema de valores culturales y cívicos) no pueden depender de este proceso particular. Alguien tiene que tomar la iniciativa de recoger la «patata caliente» entre sus manos. Aplazamientos medrosos de este asunto no son forma de dilucidar uno de los más serios problemas de la condición humana, llevándolo al terreno escasamente dialéctico de los pronunciamientos, los encierros, las manifestaciones o cualesquiera otras posturas antiintelectuales.
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