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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El rey Jaled, en España

EL REY Jaled de Arabia Saudí se encuentra en Madrid en visita oficial, invitado por el rey Juan Carlos, amigo personal del monarca saudita, que ahora devuelve el viaje que el Rey de España realizó a Riad en 1977. Se trata, ante todo, de una visita de Estado, a pesar de que la leyenda del manantial del petróleo de los jeques saudíes ha volcado la atención en los pingües beneficios y contratos que curiosos y ejecutivos esperan ver colgados en los balcones españoles al paso del poderoso rey mago de Arabia.El Rey Jaled, prudente y eficaz ejecutor de la riqueza heredada de la dinastía Saud, no es precisamente el ejemplo estereotipado de un rumboso pachá o un nuevo rico que sueña con hacerse famoso en su poderío y extravagancias en la City de Londres o en los puertos deportivos y urbanizaciones de Marbella. Es, ante todo, un jefe de Estado que ejerce y comparte -en el seno de la familia real- el poder enorme que emana de sus inmensas reservas de petróleo y de su ya incalculable capacidad financiera en los primeros mercados mundiales.

Ejerce el monarca saudí una actitud moderada y conciliadora entre los países ricos y pobres, entre el Norte y el Sur político. Aunque milita en el ala occidental en defensa de su peculiaridad islámica, nunca fue partidario del alineamiento formal de su gestión exterior y de sus territorios, tantas veces solicitados por el Pentágono como punto vital para la estrategia militar y el aprovisionamiento. energético del Occidente industrializado. La puesta en marcha del Consejo de Cooperación de los Países del Golfo, en busca de una concertación económica y defensiva de Arabia y de los emiratos vecinos y al margen de los bloques militares, constituye una prueba más de la actitud independiente del Gobierno de Riad.

Este comportamiento político en el plano militar se extiende a los terrenos energéticos -no al financiero, que busca la reproducción hasta el infinito de sus intereses- en los que la política de Arabia Saudí en el seno de la OPEP impide una guerra sin cuartel en la escalada de los precios por parte de los duros de la organización productora de crudos.

Por el contrario, la diplomacia de Riad es implacable en su guerra santa con el Estado de Israel, a quien paradójicamente apoya y sostiene, militar y económicamente el Gobierno de Estados Unidos, a su vez el primer interlocutor occidental de Arabia Saudí. Las contradicciones que ofrece el principal embrollo del Oriente Próximo, complicadas con el pacto de Camp David, no son las únicas existentes en el mundo árabe -ahí están la guerra ¡rano-iraquí, la crisis del Sahara, la partición de Líbano, etcétera-, pero sí las más relevantes por las consecuencias políticas y estratégicas que de él se desprenden. Israel es una obsesión permanente para Arabia Saudí que saluda con agrado la inexplicable actitud de la diplomacia española de seguir ignorando, a estas alturas, la existencia del Estado judío, con el que íntimos aliados de Riad (como lo son los Gobiernos de Washington, París, Bonn y Londres) mantienen excelentes relaciones.

También es militante la actitud saudí ante la crisis del Sahara. España tiene en esta zona intereses peculiares, que se cruzan, a menudo, con la política del monarca alauita, aliado del rey Jaled en una causa que la cumbre de la OUA dará en Nairobi, como perdida o casi perdida para Rabat.

Esta doble militancia saudí habrá sido seguramente el principal tema del diálogo político Madrid-Riad que se ha desarrollado en la capital española al máximo nivel de ambos Estados, con la ventaja de la amistad que une a los monarcas y con el peso que los dos reyes ostentan en la máxima representación de sus respectivos países en el exterior. El propio rey Juan Carlos recordaba este privilegio exterior de la Corona en la clausura del curso diplomático. También en este diálogo habrán surgido otros temas, como los económicos -aunque éstos sean relegados a los Gobiernos y a los expertos- o los relacionados con el desarrollo actual de ambos países.

Desde la cúspide del diálogo de Estado se proporciona, así, cobertura política a estas relaciones que tanto admiran ejecutivos y curiosos. Por ello es posible que España se interese en el reparto de los cupos estatales de crudos saudíes, en las posibilidades de cooperación del plan, quinquenal de Riad y en los favores financieros de esta nación árabe. La parte contraria desea, en su política de diversificación de sus fuentes y contratos, la cooperación hispana en tecnología media y en proyectos de transportes y agricultura, como compensación, aunque sea pequeña, a la enorme factura del petróleo.

Que este viaje de Estado permitirá reforzar los contratos y los intercambios es una consecuencia más lógica que espectacular. Porque, aparte de las buenas relaciones personales, entre sus reyes, España y Arabia Saudí han mantenido siempre una estrecha amistad y simpatía marcada por la herencia cultural del Al Andalus y por el entendimiento sincero y espontáneo de dos naciones pero con muy importantes puntos de coincidencia a la hora de analizarlas relaciones internacionales.

Hoy por hoy, el occidentalismo no militante -a la espera de la OTAN- de España es un elemento más de identidad entre Madrid y Riad, que, de seguro, se vería reforzada con la presencia de España en las Comunidades Europeas. Arabia Saudí es amiga importante del llamado diálogo euroárabe, aunque a todos los países del sur de este diálogo les falta un interlocutor amigo y aliado como podría serlo España el día que Madrid se siente en el Consejo de Ministros de la CEE. Mientras tanto, continuará, sin problemas, la exclusiva relación bilateral.

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