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Cuentecillo perverso

Todo un poco pompier -como se decía en otros tiempos-; sin la malicia de lo naif, sin la soltura del gran arte. La enorme luna redonda, su reflejo en el lago, las coronitas en las cabezas de las jóvenes, las flores del telón basculante, los bancos y los candelabros, los colorines de los trajes. Todo como una ilustración de cuento para niños, hecha por alguien que trata de ponerse al alcance de la mentalidad infantil. Quizá no haya otra escapatoria para El lago de los cisnes, que es, efectivamente, un cuento para niños.Con el erotismo de fondo de los cuentos para niños, con el simbolismo clásico de la novia-animal -o novio-, que va y viene de un estado a otro; con la vieja pasión por el cisne que procede ya desde la mitología -pasando por Lohengrin- y que simboliza una virginidad, una pureza y un lirismo (llegó a desesperar a los poetas modernos: «tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje», escribía Eduardo de Ory, exigiendo el cambio de temática de la poesía lírica); los coreógrafos se lanzaron con fruición sobre el animal por las delicias del mimetismo que se podían obtener con las señoritas del cuerpo de baile y, efectivamente, el estremecimiento de sus apretados culitos, la longitud de sus piernas -sobre todo, elevadas sobre las puntas de los pies-, por la gracia de los brazos y las manos, y el balanceo de la cabeza de cabellos recogidos sobre la esbeltez del cuello esbelto. Una belleza para los degustadores.

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El cuentecillo tiene todo el trasfondo de la época: el mercado de doncellas de alcurnia ofrecidas al joven príncipe, la redención de la mujer en estado animal -o de postración, como en La Bella Durmiente; o de miseria, como en La Cenicienta; o de exilio, como en Blancanieves-; el enfrentamiento del Bien y el Mal, la separación de los estratos sociales, etcétera. Algo para educar bien a los niños y para confortar a los mayores. Pero no se va a ver El lago con el espíritu ardiente de furia por la desigualdad sexista o de clases, sino porque su armazón sirve para las demostraciones coreográficas. Tiene de todo: desde el pas de caractere -el mago o «genio malvado», el bufón- a la introducción del folklore -napolitanas, españolas, rusas-; los solos, los pas de deux, los grandes conjuntos; y el gran núniero de culitos elevados y apretados.

Puede que no haya otra forma de presentar El lago más que este regusto pompier, este somero apunte de ilustración de cuento -perverso-, y sus luces y sus sombras. Así lo ha entendido el Ballet de la Opera de Estado de Berlín, de la República Democrática Alemana. Lo demás es danza, es música, es coreografía, es interpretación.

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