La danza del último romanticismo
El lago de los cisnes es una de las piezas maestras de la historia del ballet clásico. Pocos títulos pueden ponerse al lado de éste de Chaikovski en el siglo XIX, como no sea el también clásico de Giselle, de Adolphe Adam. Sin embargo, las dificultades que supone el montaje de obra tan ex tensa y compleja, con una historia, desde sus orígenes, cargada de vicisitudes de todo tipo (el compositor no llegó a disfruta plenamente de ella y del éxito pues la primera representación completa fue posterior a su muerte), han echado por tierra numerosos intentos de poner en escena la versión íntegra.Por ello han sido relativamente escasas las ocasiones en que compañías de ballet occidentales se han atrevido con esa integral, mientras ofrecían con profusión el etéreo segundo acto, en la inmortal coreografía del petersburgués Lev Ivanov, o el gran paso a dos del tercer acto, conocido con el nombre de Cisne negro, coreografiado por el marsellés Marius Petipa.
El lago de los cisnes
Ballet en cuatro actos de VIadimir Beguitschevy Basili Geltzer. Nueva escenificación por Egon Bischoff. Música de P. I. Chaikovski, Coreografías escenificación de E. Bischoff, según las coreografías de Marius Petipa, Lev Ivanovy Konstantin Sergeiev. Decorados y vestuario de Bernhard Schroter. Palacio de los Deportes: 10 de junio de 1981.
Por ello hemos de agradecer al Ballet Nacional de la Opera de Berlín, de la República Democrática Alemana, que haya bailado en su totalidad esta magistral creación del muy evolucionado arte de la danza del último romanticismo europeo, que en Francia y en Rusia inició el despegue de los convencionalismos impuestos por el ballet blanco parisiense o londinense. Y habernos dado una versión fiel, equilibrada y digna, recogiendo, incluso, en un conseguide efecto escenográfico, el final trágico (y no el feliz, como suele ser frecuente en las compañías occidentales), más acorde con el carácter inquietante y turbador de la fábula urdida por Beguitschev y por Geltzer.
Pero conviene hacer algunas precisiones tras haber visto la representación del Palacio de los Deportes. El Ballet de la Opera Nacional de Berlín (RDA) es una compañía característica del mundo social y cultural que representa, y responde además a lo que suelen ser los cuerpos de baile de un teatro estable de ópera, en el cual figuran algunos bailarines más que veteranos. Corrección académica, respeto a las tradiciones (Mónica Lubitz realizó las 32 fouettés preceptivas en el segundo solo de Odile, en el paso a dos del tercer acto), pero escasa creatividad.
Al equipo de Egon Bischoff le falta ese último toque de perfección, elegancia y fantasía que poseen las grandes compañías del mundo occidental, en especial las norteamericanas. En cuanto a la versión musical utilizada, es una de las peores que hayamos oído en representación pública.
Dentro del buen nivel profesional de toda la compañía alemana, merecen destacarse Bernel Dreyer, que hizo un sobrio príncipe Sigfredo; Stefan Lux, el bufón; Roland Gawlik, en el mago, y Mónica Lubitz, más que correcta en su difícil y doble papel de Odette-Odile.
Babelia
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