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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Muera la inteligencia

A DIONISIO Ridruejo -cuya figura se ha evocado recientemente en un acto público en Madrid- le sorprendió la muerte antes de ver cumplido el objetivo al que consagró las dos últimas décadas de su vida: la recuperación de las libertades por el pueblo español y el restablecimiento de un sistema pluralista de democracia representativa. Esa larga travesía del desierto, que le hizo conocer cárceles, destierros, expolios y persecuciones, estuvo siempre animada por un vigoroso sentido ético de la existencia y por la indomeñable convicción de que una dictadura convierte en cómplices de la opresión a quienes se refugian en la vida privada y renuncian a combatir para devolver la dignidad a la vida pública.Dionisio Ridruejo no fue un político al uso. Su talento como poeta y escritor, la audacia, originalidad y penetración de sus análisis teóricos, su inagotable curiosidad intelectual y vasta cultura, la riqueza y precisión de su castellano, el inconfundible apresto moral de su conducta y el coraje cívico que mostró en momentos difíciles y decisivos de la vida española le definen como ejemplo moral y como símbolo histórico de una forma de defensa de las libertades. Ridruejo jamás ocultó su militancia juvenil en la Falange, sus responsabilidades de poder durante la guerra civil, su alistamiento como voluntario en la División Azul y sus breves e llusorias esperanzas de reforma desde dentro del régimen franquista. Escrito en España, libro publicado en Argentina, que le costó un proceso, y los artículos luego recogidos en Casi unas memorias son el testimonio escrito de ese pasado jamás ocultado y siempre honestamente analizado.

Los publicistas y escritores del franquismo trataron de aprovechar, desde las páginas de una Prensa amordazada para decir la verdad, ese material biográfico para injuriar y desautorizar a quien se había distanciado del régimen mucho antes de que éste llegara a su cenit. Dionisio apenas se molestó en replicar a esos insultos engordados por los fondos de reptiles, los enchufes ministeriales y las concesiones digitales de licencias. Sus respuestas a los ataques ruines y a las cuchilladas traperas se producían, en cambio, cuando el honor y la dignidad de otros andaba en juego. Sirva de ejemplo su memorable carta a Juan Ignacio Luca de Tena para despreciar una campaña de difamación emprendida contra José Bergamín. Campaña que hoy revive y toma cuerpo de nuevo con personajes diferentes, pero con idéntica ruindad en los diarios que apoyaron a la dictadura y añoran los privilegios que ella les concedió.

Dos amigos personales y políticos de Ridruejo, dos intelectuales sin los que será imposible narrar la historia de la cultura española contemporánea, sirven ahora de blanco de similares resentimientos y parecidas vilezas. Antonio Tovar y Pedro Laín, cuya obra es conocida y respetada en el ámbito internacional, están siendo víctimas en estos días de una histérica campaña como represalia a su valiente defensa de las libertades, de las instituciones democráticas y de la Constitución, amenazadas por y desde el golpe frustrado del 23 de febrero. Su militancia en la Falange durante la guerra civil y su participación como rectores universitarios en la fracasada tentativa liberalizadora de Joaquín Ruiz-Giménez a comienzos de la década de los cincuenta sirven de cantera para las injurias y villanías de quienes, al proferirlas, no hacen sino revelar su propia miseria moral. No resulta difícil descubrir, tras esa churrigueresca fachada de improperios, la simpleza mental de estos profesionales del fango. Si los liberales y demócratas lo son desde siempre, entonces es que les anima el presentimiento y el revanchismo. Pero si lo son tras una nada fácil rectificación de ideas y emociones autoritarias, lo que les mueve, según ese nuevo género de gacetilleros al uso, es el oportunismo o la traición. Pero lo que de verdad escuece a estos paranoicos fundamentalistas del III Reich o de la Italia imperial de Mussolini, que tratan de cubrir su internacionalismo negro -ahora residenciado en Chile- con la hoja de parra de un falso patriotismo, es que hombres como Tovar y Laín -o el profesor López Aranguren, que es igualmente objeto de la agresión-, cuya dignidad humana y prestigio intelectual dio lustre en el pasado a su casa, hayan analizado, explicado y rechazado sus ideas de juventud con tanta contundencia como honestidad, porque se han quedado definitivamente solos, sin más amparo que las resonancias de aquel impresionante berrido de ¡Muera la inteligencia'

La inteligencia es, sin embargo, lo único que nos queda contra el golpismo criminal, y es lo que nos permitirá reconocer una historia intelectual de España digna y dialogante, no uniforme, sino rica en discusiones, en controversias y análisis; no excluyente, sino dialéctica, respetuosa y al mismo tiempo creadora. Pero no debe haber respeto para la injuria ni debería correr tanta tinta para contestar semejantes ataques si no es porque la España de hoy necesita reconocer y recabar el ejemplo de solidaridad y de dignidad intelectual que hombres como Dionisio Ridruejo dieron en vida y que día a día parece nuevamente machacado ante el silencio o la pasividad culpable de una sociedad que vive en deuda con estas actitudes.

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