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Tribuna:
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Rigor, mucho rigor

El señor Calvo Sotelo nunca ha sido un hombre muy persuasivo. Todo hay que decirlo, tampoco se propone serlo. Su sólida formación intelectual, su mente formada por las ciencias exactas y su nítida diferenciación entre hipótesis y demostración le han llevado a optar siempre por el rigor, en la confianza de que un hecho científicamente probado se abrirá paso sin necesidad de recurrir a todos los vehementes, y algunos sospechosos, esfuerzos para convencer a los demás con un punto de pasión.En ningún momento en su todavía breve ejecutoria como presidente del Gobierno ha sido menos convincente que en su exposición ante la Cámara de los Diputados de los acontecimilentos del Banco Central de Barcelona, que tan conmovido tiene al país. Se puede afirmar que su intervención, lejos de despejar tantas dudas, sólo ha servido para despertar mayores recelos. La opinión pública, persuadida de que «hay alguien detrás de todo eso», empieza a sospechar que el señor Calvo Sotelo y su Gobierno, escudados tras su irreprochable serenidad, van a hacer cualquier cosa menos echarle vehemencia a un asunto que puede pasar a engrosar el ya considerable archivo de atentados frustrados a la democracia y no desvelados por los servicios de la Seguridad del Estado. Me temo que el señor Calvo Sotelo y su Gobierno están a punto de perder una ocasión de oro para ganarse la confianza del país, y todo por no pignorar una pizca de ese aplomo de esfinge que un gobernante menos apegado al rigor y más a la sensibilidad tendrá en ocasiones que abandonar Fiara hacerse solidario con los inquietos deseos y emociones de su pueblo.

Lo primero que me permito destacar es que el señor Calvo Sotelo no ha sido convincente porque ni siquiera ha suministrado una descripción clara de los hechos, un tanto obtusamente atrincherado en su carencia de datos completos para hacer su exposición ante la Cámara. La mayoría de los españoles ignora todavía cómo se produjeron unos hechos para cuya narración completa y convincente le sobraban sin duda datos al señor Calvo Sotelo sin necesidad de esperar nuevas aportaciones. Si sospecho que su exposición adolece de muchos puntos oscuros, voluntariamente soslayados, es porque, en gracia a su famoso rigor, ha prescindido de ese necesario coraje narrativo con que se puede y se debe abordar el relato del enigma, aun cuando no se tengan en la mano todas las claves del misterio. El más lego aficionado a la literatura de intriga comprende que lo primero que debe estar claro es el delito, los móviles, los autores; la solución ya vendrá luego. Pero, no estando claro el delito, ¿qué va a salir de aquí? Y ese es el caso del secuestro en el Banco Central de Barcelona.

El delito no está claro porque sus autores, durante la ejecución del mismo, lo cambiaron, cosa que el señor Calvo Sotelo no ha dicho, quizá porque no lo sabe, porque lo oculta o porque tuvo miedo a no ser bien interpretado por la Cámara; en cualquier caso, incurrió en un grave error expositivo, fuera por ignorancia o por doblez.

Veamos: en el curso de unas pocas horas de la dramática tarde del domingo 24 de mayo, unos secuestradores que parecían dispuestos a todo deponen su actitud y se dejan aprehender por los GEO, que liberan a los rehenes y resuelven el conflicto sin otro derramamiento de sangre que la muerte de uno de ellos (nadie hasta ahora se ha interesado por la muerte de ese enemigo de la democracia española, cosa que da que pensar acerca del clima de voluntad de esclarecimiento. No se sabe si se enfrentó a los GEO o si el tiro vino de atrás, de un adversario, de uno de los suyos o, suposición bastante inquietante, de sí mismo). No parece existir la menor duda de que los GEO, que tan merecidos elogios han recibido de todos los sectores de opinión, no encontraron oposición, y si su intervención se decidió cuando el mando operativo supo que secuestradores y secuestrados estaban separados, ¿acaso no se había sugerido un radical cambio de actitud de los primeros, que hasta tal punto habían sido capaces de amedrentar y hasta aterrorizar a los segundos, que éstos llegaron a pedir a gritos la pasividad de las fuerzas del orden? Pero ¿qué motivó tal cambio en los secuestradores? ¿La piedad? ¿El cansancio? ¿La convicción de su fracaso? ¿O la negociación? Si el señor Calvo Sotelo afirma que no hubo pacto, ¿cómo explica, en cambio, la actitud de los secuestradores, a partir del cual estaba garantizado el éxito del rescate? ¿O es que quien no alcanza a convencer a la opinión es capaz en cambio de persuadir por las buenas a unos profesionales del delito? El menos aficionado al rigor (aunque sólo sea el rigor psicológico) deducirá de todo ello una sencilla conclusión: los secuestradores no eran, ni mucho menos, unos hombres dispuestos a todo, tal como al principio hicieron creer (gracias a unas artes de simulación que tanta mella han hecho en un Gobierno que, me temo, debería frecuentar más el teatro y el cabaret) a todo un país atento a sus pasos. No eran duros, eran más bien blandos.

De todo el asunto, esa es para mí una de las claves que me permite elevar una hipótesis que no será del gusto de los que todas las noches ven golpistas debajo de su cama. No eran hombres dispuestos a todo, no entraba en sus premisas su propio sacrificio, no querían el holocausto... En otras palabras, no eran golpistas fanáticos. ¿Estaban a sueldo? ¿A cinco millones por cabeza? ¡Ya! Casi vale eso volver de Argentina.

En primer lugar, el golpe lo dieron en un banco, el de más movimiento en Barcelona, el día -sábado- y la hora -la primera- en que más dinero puede haber en sus cajas . Si sus intenciones se hubieran limitado a cobrar un número de rehenes en un edificio inexpugnable, y a continuación hacer público un manifiesto de peticiones, bien podrían haber optado (suponiendo siempre que estamos considerando una operación cuidadosamente planeada por gente con cabeza) por ocupar una selecta parroquia o una sala de arte, con mucha gente de alto copete a determinadas horas de determinados días, establecimientos aún menos defendidos, que un banco y cuyos planos se venden en los quioscos, pero no: ni en la parroquia ni en museo hay un duro. Fueron a ocupar el edificio que aquel día, con toda, probabilidad, albergaba más dinero de Cataluña: casi setecientos millones, una cantidad capaz de situar el atraco entre los grandes golpes del siglo. Si se decidieron por el 23 de mayo, tres meses después del tejerazo, la coincidencia, ¿no invita a penar en el doble móvil o, más aún en la elección de una abigarrada pantalla que oculte el verdadero propósito? Quizá más importante, es el hecho de ser sábado pero si a ello se suma la conmemoración trimestral, miel sobre hojuelas. Por todo eso me atrevo a insinuar algo así como la vía española del atraco como aquello de «a por atún y a ver al duque».

Insisto: si el señor Calvo Sotelo no ha sido convincente o por haber adoptado para su exposición una tonalidad exclusivamente gubernamental, dispuesto a dar por bueno todo lo que le han contado sus gentes -incluso el señor Rosón-, para, a continuación, refugiarse en su rigurosa actitud de esfinge. Pero se ha olvidado del delincuente, que también puede ser riguros y coherente; obsesionado por, exponer y justificar sus pasos, se ha olvidado de los de su contrario. Sin embargo, el delincuente obraba conforme a un plan, que nadie ha explicado por qué, cuando y cómo se vino abajo la tarde domingo.

Mi hipótesis no exluye la imlicación política, y eso es lo que me parece más definitorio, y grave de la situación actual: que un delito posiblemente común, disfrazado de golpe político, pueda tener tanta incidencia de todo orden. He aquí lo que yo creo: una banda decide dar un golpe de mucha cuantía, levantar la caja del mayor banco de la ciudad española más rica. Es posible que a eso se sume un móvil desestabilizador, pero el premio es esa caja, no los cinco millones de Perpiñán. Lo difícil no es entrar en el banco, lo difícil es salir. Un, atracador de esa magnitud no lo puede hacer; en cambio, un terrorista político, en algunos casos, sí. Al atraco se le reviste de todas las galas de atentado político: se secuestra el banco, se retiene al personal, se hace una proclama política y se pide al Gobierno un precio inaceptable. El Gobierno está dispuesto a todo menos a jugar con la vida de los secuestrados y la libertad de Tejero. Se entra en negociación; ahí está el quid de la cuestión. Ante la firmeza del Gobierno, los secuestradores abandonan sus pretensiones, comprenden que su intento ha fracasado y rebajan su precio. Sólo piden salir libres hacia el extranjero, con sus pertenencias y unos pocos rehenes. Hasta entonces, siguiendo las normas de la simulación, ni se ha hablado de dinero ni se ha reparado siquiera en el que existía allí en los sótanos. Se trata, no se olvide, de unos idea listas: muchas actitudes marciales y mucho patriotismo. Pero se necesitan de diez a quince hombres, pues el tesoro -todo depende del billetaje que lo constituya- puede pesar entre dos cientos kilos y media tonelada. El cajero es fundamental, y debe ser tratado con especial cuidado. La contratación no está en el número de asaltantes sino en su vinculación -descarada o simulada con el atraco. Nada más fácil, sobre todo en el patio del Banco Central, que consumir media hora rellenando impresos en espera de llegada de la banda. Un mediano actor puede ser a la vez secuestrado y secuestrador, según marchen las cosas. Y algunos, como rehenes, harán tan sólo de portadores.

Si a la Guardia Civil le fue encomendada la vigilancia del aeropuerto es porque se llegó a hablar de embarque, y en ese trance algo falló o alguien acertó. Ningún país con representación diplomática en España aceptaría la entrada de unos atracadores, y por eso se necesitaban tres fechas para conseguir, allá por el Cono Sur, un permiso de entrada para reconocidos patriotas. Pero al elegir el tipo de disfraz político se elige, se quiera o no, un campo de aterrizaje, y la negativa del Gobierno argentino a conceder permiso de entrada a los supuestos golpistas puede muy bien ser la charnela que inicia el cambio de actitud de los atracadores. Quizá se vino abajo una gestión que la oculta autoría del golpe esperaba poder realizar, o quizá la negociación se llevó a cabo con las personas previstas...

Como disfraz, nada mejor que un golpe de extrema derecha. Alguien ha debido reparar en las inmejorables condiciones que reinan en el país como consecuencia de la ozonización atmosférica provocada por la detención y encarcelamiento del funesto teniente coronel. Con el pretexto de rescatarle se puede hacer de todo. Aparte de su desmán de febrero, el teniente coronel puede muy bien presumir de ser el patrón e inspirador de un nuevo tipo de delincuencia: el atraco disfrazado de atentado político. SI, según el señor Calvo Sotelo, el contacto de Perpiñán se produce tres semanas después del tejerazo, cabe pensar que la concepción general del golpe se inicia en el momento en que, en un país superlativamente sensibilizado, se cuenta con la libertad del teniente coronel como precio inadmisible y disfraz del verdadero rescate. Pero -un detalle que nadie en la Cámara sugirió- estaba por esas fechas decidido que el día o la semana de festejos de las Fuerzas Armadas se había de celebrar en Barcelona? Si es así, quién conocía esa decisión y a quién estaban encomendados los preparativos? Según el señor Calvo Sotelo, hacia mediados de marzo se decide ya el golpe en el Banco Central de Barcelona, y si, de acuerdo con la doctrina golpista, no tenía otro propósito que envenenar al estamento militar durante las celebraciones y con miras a un nuevo tejerazo, Sospecho que no puede ser muy difícil detectar las posibles filtraciones producidas en los centros informados de antemano de esos actos.

La hipótesis de un atraco a gran escala disfrazado de pequeño golpe de Estado esclarece las incógnitas relativas a la naturaleza, número y dotación de los delincuentes, así como el enigma de su retraimiento frente a los GEO. Nadie dice acerca del fallo o del poder de disuasión de los negociaciones gubernamentales, y es ese punto, si el Gobierno quiere dar satisfacción a la curiosidad de todo el país, el que debe ser aclarado cuanto antes, pues para eso no hace falta esperar nuevos interrogatorios y datos. El Gobierno sabe por qué los atracadores se vinieron abajo y no puede tener ninguna razón para no hacerlo público, aun a costa de algún disgusto para el señor Rosón; lo malo no es tanto eso cuanto que el señor Rosón sea el hombre más avispado de todo su departamento. Si él y sus hombres siguen intentando resolver los problemas policiacos de este país con una tan diligente y rigurosa comprensión de la delincuencia como de la que han hecho gala hasta ahora, me veré obligado a retirar la opinión que me merecen ciertas modas culturales que ahora cunden, y a reconocer que nada es más oportuno que llenar los quioscos con los títulos de Conan Doyle, Hammett, Chaudler y compañía. A ver si aprendemos, entre otras cosas, a reconocer al delincuente y a distinguir al atracador, al asesino y al golpista. De noche todos los gatos son pardos. Después del 23 de febrero, hasta los estornudos son desestabilizadores en este país nuestro.

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