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Crítica:EL BALLET NACIONAL ESPAÑOL EN EL PALACIO DE DEPORTES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Frialdad de un espectáculo que nació muerto

Terminó el programa de presentación del Ballet Nacional Español -director, Antonio- con una vibrante y alegre versión de El sombrero de tres picos. La irónica y suelta coreografía de Antonio, la persoral interpretación de Juan Mata -que a partir de la farruca fué un favorito del público-, la popularidad de la gran música y, desde luego, la belleza de los figurines que hizo Picasso para este ballet levantaron un espectáculo que venía muerto y que recibía, sobre todo, aplausos de consolación.Había comenzado con un Amor brujo al que le pasaba lo peor que puede ocurrirle a una obra pasional: fue frío, academicista, con la coreografía -también de Antonio- resuelta simplemente sobre ejes de simetría. La misma danza del fuego estaba -perdón por el juego de palabras- apagada; y no por falta de gracia de Merche Esmeralda -manos y brazos, sobre todo; pero también planta y gesto-, sino por lejanía, por distanciamiento del tema.

Ballet Nacional Español, en la IV Temporada de Ballet

El amor brujo y El sombrero de tres picos, de Falla; Retrato de mujer (estreno), de Halffter. Coreografías de Antonio y de Rafael Aguilar. Decorados y figurines, respectivamente, de José Caballero, Pablo Picassoy Rafael Aguilar. Intérpretes: Merche Esmeralda, Paco Romero, Marcela del Real, Juan Mata, Carmen Casarrubios, Manuela Vargas, Jaime Soteras, Antonio Alonso, Ana González, Conchita Cerezo, Pepe Soler, Felipe Sánchez, Rosa AIvarez. Dirección de Antonio Ruiz Soler (Antonio).Organización y realización de la Dirección General de Música y Teatro. Palacio de los Deportes. 29 de mayo de 1.981

El hombrecillo beato de Granada tuvo en sus partituras una fuerza, un brío, una llamarada que parecieron siempre incontenibles. Antonio los contuvo, los sujetó. Debe ser un problema de temperamento; o simplemente un error de concepción. Todo lo que en él brilla cuando el tema -como en el Sombrero- es alegre, burlón o travieso parece oscurecerse cuando hay algo más humano y más profundo: más mágico, más misterioso. Algo que sí daban los figurines de Pepe Caballero.

En la segunda parte, un estreno: el de Retrato de mujer. Unos poemas de Miguel Hernández -o unas frases de poemas de Miguel Hernández-, una música nueva de Cristóbal Halffter. Desconcertó. Los textos -dichos por Carmen Casarrubios: gritados, sobre todo- tuvieron la desgracia -como toda la parte vocal del espectáculo- de tropezar con los micrófonos metalizados, reverberar por todo el espacio -poco apto- del Palacio de los Deportes y hacerse incomprensibles. Las citas musicales de la partitura -fragmentos de Da Arlesiana y de Carmen- no se veían relacionados con los poemas; ni los trajes y los movimientos -ballet, coreografía y figurines son de Rafael Aguilar-, con nada de ello.

A veces se supone que la contemporaneidad es una libertad que lo permite todo, y no es así: obedece a unas reglas muy estrictas y tiene la misma lógica interna que el clasicismo o el romanticismo. La acumulación de efectos no es nada si no están relacionados entre sí. Y en este caso no parecían estarlo. La le,ctura del programa no sólo no ayudaba o, más bien, entenebrecía más la comprensión: «Viaje onírico hacia los abismos de nuestro inconsciente», «ascensión de la finalidad amorosa del ser», «búsqueda a través del bosque humano del amado y angustias de sequías, de pérdida de meta, de dudas». Una pedantería, reflejada inevitablemente en el escenario. Sin menoscabo de la partitura, que tiene una belleza intrínseca, aislada, ajena. En algún momento -en lo que parece ser el cuarto de los paisajes en que está dividido el ballet- la sencillez de la danza -Manuela Vargas y Antonio Alonso-, la pureza de línea coreográfica, elevan la categoría del ballet. Pero es poco para tanto tiempo mal entendido.

Probablemente el buen sentido del espectáculo de Antonio, su conocimiento del público y su sensibilidad ante el mismo espectáculo le llevaron a colocar al final el Sombrero..., y ahí se produjeron las grandes ovaciones y las salidas a escena.

Nada de esto es suficiente para considerar en su generalidad el Ballet Nacional Español. Parece bien conjuntado, bien empastado en tanto que compañía: sus individualidades -Merche Esmeralda, Conchita Cerezo, Juan Mata...- tienen calidad. Parece todavía que falta un cierto impulso creador. Quizá en el segundo programa se pueda ver algo más.

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