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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Historias de siempre

Cuentan los historiadores que, siendo todavía rey de Nápoles Carlos III, le ponderaron tanto la luz, el aire y el clima de Madrid que ardía en deseos de vivir en ciudad tan saludable. En su largo viaje a la capital para ocupar el trono vacante por la muerte de su hermano Fernando, y a poco de haber pasado de Alcalá de Henares, percibieron sus reales pituitarias un acre y nauseabundo olor. Inquirió el origen de aquella desagradable circunstancia y alguien del séquito le informó que procedía de la descomposición de los residuos sólidos y líquidos que los madrileños vertían sobre las calles y plazas de la villa, a falta de los elementales servicios de higiene y la consiguiente red de alcantarillado. Eso sí, era obligado, antes de arrojar por las ventanas el contenido de cubos y vacinillas, el rito de «¡Agua va!» como única medida de prevención y profilaxis. Esta inveterada costumbre dio lugar a la moda y uso de amplias capas y sombreros de anchas alas que protegían de alguna manera al ciudadano de vecinas malintencionadas o frágiles de memoria, que omitían el grito de ordenanza. Los sordos y los despistados viandantes eran los más castigados por esta evacuación aérea.El buen rey, Carlos, horrorizado por estas y otras carencias de la capital, dio comienzo a una extraordinaria labor en pro de una ciudad más culta, limpia y urbanizada, por la que la posteridad le concedió el título de mejor alcalde. El brazo ejecutor de esta voluntad real fue su ministro y hombre de confianza, Esquilache. Se instruyeron todas las providencias reales pertinentes y en poco tierripo esta villa y corte quedó dotada de tan necesarios servicios. Hay que señalar que el señor Esquilache excedió un poco su celo en el cumplimiento del deber y en la vorágine del cambio pretendió cambiar también la moda en el vestir de los madrileños, y prohibió el uso de la capa y del sombrero o, mejor dicho, sus exageradas dimensiones, ya que al desaparecer las causas que la promovieron ya no era necesario su uso, y lo único que protegían ahora era la impunidad en la tenencia y uso de armas y la identidad de sus poseedores. Allí fue Troya. La malsana envidia española desatada contra el eficiente italiano dio lugar a tantos motines y algaradas callejeras que obligaron al rey a deponer de todos sus cargos al fiel ministro, retrasando con esta medida nuestra marcha hacia el progreso.

Al cabo de doscientos años de ocurridos estos hechos, Madrid vuelve a soportar la situación de entonces. Los malos olores ya sobrepasan incluso la docta Alcalá. El aire es casi irrespirable, y sobre las calles, plazas y jardines han vuelto a aparecer residuos y excrementos en cantidad, tal que dificultan ya en algunas zolnas el tránsito normal de los ciudadanos. Hay que hacer una diferenciación: los de ahora son debidos principalmente a la negligencia de vecinos y encargados de los servicios de limpieza y al espectacular incremento de la población canina./

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