El concierto inesperado de los alumnos de Count Basie
Fue un concierto inesperado y maravilloso. Inesperado porque acudíamos a la carpa del cuartel del Conde Duque, dentro del Festival San Isidro 1981, a presenciar la actuación de nueve hombres (algunos de ellos legendarios) de la Big Band de Count Basie y, en parte, temíamos encontramos con una sesión de nostalgia y un buen ejercicio de estilo, sin más. Pero cuando los nueve entraron en acción, la fuerza, la alegría, la frescura y el humor excepcionales de todos ellos nos levantaron del asiento: de pronto, parecían tener veinte años. ¿Cómo es posible que a estas alturas puedan tocar así? Pues porque son auténticos jazzmen, de Los pies a la cabeza; tienen esa mezcla perfecta de sabiduría, intuición y entrega, y tienen un oficio de siglos.El grupo estaba bien estructurado, con dos trompetas de estilos contrapuestos (recordando la contraposición de saxos tenores que caracterizó a la banda de Basie: Evans y Young, Foster y Wess); Harry Sweets Edison, miembro de la orquesta en los cuarenta y reincorporado en los sesenta, y Joe Newman, solista de la segunda gran banda de los cincuenta; el primero, lleno de delicadeza, dulce (de ahí su apodo), fluido y con un swing modélico; el segundo -sustituto de Edison en la banda- tocó con una potencia -a veces golpeaba literalmente las válvulas- y una fuerza asombrosa, avisó ya desde su primer Sólo, Struttin with some barbecue. El uno, tendiendo más a ligarse al grupo; el otro, destacándose. Muy bello contraste.
Benny Powell, trombón, se colocó entre ambas posiciones. Perteneció, como Newman, a la banda de los cincuenta. Muy seguro y brillante, abrió el fuego solista con un estupendo Please send me someone to love. Los dos tenores, en cambio, armonizaban en un tono tradicional. Buddy Tate sonó como en sus mejores tiempos, los cuarenta, con una elegancia, hasta en la postura, de Gran señor de jazz, Billy Mitchel, de la banda de los sesenta, estuvo un tanto díscolo, ausentándose de numerosos coros, pero tocó espléndidamente, hizo unos agudos espectaculares y, hacia la mitad de Little Pony, el tema con el que cerraron la primera parte, realizó un solo portentoso. En la sección de viento queda por señalar a Marshall Royal, mano derecha de Basie, jefe de la línea de saxos durante dos décadas en su orquesta y dotado de una calidad melódica y lírica fuera de serie; suyo fue, en mi opinión, el mejor solo de la noche, en una pieza en que el grupo tuvo un arranque muy medido, buen volumen, claridad de ideas, un gran gusto en sonidos altos y baj os (los medios los dominan a la perfección) y un arrastre de notas de una claridad sonora increíble.
Los dos capos de la formación parecen ser Royal y Nat Pierce, el pianista, que apoyaba de tal modo que sospecho que pudiera ser el arreglista (ya lo fue de la Band de Woody Herman), formó con Gus Johnson, baterista de Basie ya en los cincuenta, y John Heard, una sección rítmica ideal para media o gran formación -en este último caso se hubiera echado a faltar ese gran guitarrista que Basie siempre tuvo.
Capítulo aparte merece el vocalista, Joe Williams. Incorporado a la Banda de Basie en 1955, su formidable presencia -casi carismática, hizo cantar a la gente sin problemas su volumen de voz, el saber estar, el infinito oficio -que algo debe a Jimmy Rushing- mejoraron la potencia de swing de la orquesta de Basie en aquellos tiempos. Anoche em pezó mezclando su primer gran éxito, Every day I have the blues, con el All blues de Miles Davies y cantó un total de siete piezas, Blues in my hart, entre otras, y Okey, otro de sus grandes éxitos: tan sólo advertimos algún problema para sostener la voz, lo que en razón de edad es más que lógico. También hizo unos admirables skats con Billy Mitchell. En fin, entre Marshall Royal, Pierce y él, manejaron el grupo con una perfección sensacional. Y además despidieron, antes de la propina, con la melodía clásica de Basle, One o'clock jump, en plena calentura.
Un concierto muy bien armado y dirigido; muy bien equilibrado entre cuartetos, solos y banda; pudieron partirlo y reemprenderlo tras el descanso sin perder vigor; pudieron haber seguido, porque iban a más. Los viejos maestros volvieron a las andadas en un concierto inesperado y maravilloso.
Babelia
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