La Florida
Sólo a un alcalde tan literario como Tierno-Galván ha podido ocurrírsele abrir el cementerio romántico y breve de La Florida -43 muertos-, como quien vuel ve la hoja para mostrarnos una lámina.Lo he escrito en esta columna: «Aquí yacemos media España». Y perdón por la paráfrasis de Larra, en la que le incluyo, me incluyo, nos incluimos, porque todos somos premuertos históricos cuando la Historia pega un salto atrás. El cementario civil es otra cosa, es algo así como el Café Gijón de los muertos. Esto de La Florida es más bien el cementerio cívico, la coincidencia en piedra de lo militar y lo popular, uno de esos momentos soleados e históricos en que el pueblo y su milica celebran sus bodas de sangre, como cuando la República, para luchar por la razón irracional de haber entendido una mañana, como en relámpago, que todos somos unos. Tengo meditado bastante en ese cementerio, detrás o delante de la reja (y lejos de aquellas estetizantes visitas romanticoides a los cementerios que se montaba, en movida decadente, Mariano Rodríguez de Rivas). Tengo pensado que ahí, en ese jardín o paraíso a lo Soto de Rojas, cerrado para muchos, abierto para pocos, con sólo 43 muertos, está completa la media España que murió de la otra media, con el corazón premachadiano escarchado en piedra. Sorbo de muerte, rectángulo de patria, nuestra Historia tiene ahí, entre alfares y ferrocarriles, donde Madrid se despeña al pleistoceno, su momento eléctrico de coincidencia solar entre milicia y pueblo, todo un mayo circular que se hace corona para llevar a medias entre el alcalde hegeliano y el general Lacaci, constitucional y virtual. La Florida, parterre de fusilamientos, aquella guerra invasora que el genio de través de Napoleón (de través, como su gorro) transformó en guerra civil española, cual trato de explicar, sin explicarlo, eri un libro mío. Aquí yacemos media España, militares y paisanos, mujeres de patio en armas y militares de patio de armas.
-El Ejército es una emanación del pueblo- ha dicho Tierno.
Y no sólo constitucionalmente, claro, sino efectivamente, genitivamente, porque las clases medias han encontrado en él y sus Academias, con frecuencia, su épica y su estética, y las clases populares, agricultura viva, son cada año leva de mocedades que van a tomar, antes que un fusil, conciencia histórica, historia de su conciencia colectiva. No veo yo mejor instrucción premilitar superior que instruir a los premilitares pelones en la cualidad superior de ser gente, ciudadanía, igualdad. La Florida, casi como el jardín posterior de una coqueta sangrienta que fuese Clara del Rey, es ese instante romántico que tiene Madrid entre el simbolista Parque del Oeste y el cosmopolitismo de los Grandes Expresos Europeos. Porque el Romanticismo, si fue algo, fue una asunción militar de la vida, entendido esto no como cuartelazo, sino como exigencia, y una extensión liberal de la sociedad, ese minuto en que las armas y las letras del pueblo iletrado pudieran molturarse para siempre en la .conciencia general del vivir bajo un sol nacional y común. Aquí, en La Florida, a los pies delicados y violentos de Clara del Rey, me arrodillo como los enamorados y los fusilados. Pasa un pájaro sólo de silbido, o sea el pito de, un tren, y duda mayo en qué tumba poner su devoción.
«Todo pasado es ingenuo», acaba de decir Tierno a otro respecto. Santísima ingenuidad de aquella lámina de nuestra biografía cívico/militar en que los armados y los desarmados sabían ingenuamente, frente a Murat, que estaban luchando por lo mismo. El teniente Ruiz es hoy una calle corta y un café neorromántico. Así lo épico se hace soluble en lo cotidiano. Así este cementerio es hoy lo más vivo de Madrid.
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