Dos antípodas
El beso de la mujer araña es una novela popular de Manuel Puig que contiene todas las posibilidades de una obra de teatro: una sola situación, un solo escenario, dos personajes. La celda de una prisión tiene un viejo prestigio dramático. En esta de La mujer araña, el preso político y el homosexual. Dos antípodas: el uno trata de conseguir la rigidez moral y el comportamiento estricto que necesita para la lucha; el otro es una pobre alma perdida que se niega a cualquier profundización.El estilo de Manuel Puig es el de utilizar las fórmulas de la literatura popular para ir a una trascendencia y a una ética. En este caso podría ser la relación entre dos imposibles -el que quiere hacer una revolución marxista pura, el que quiere ser mujer-: el traspaso de una ética -el héroe, al final, es el frívolo, que se deja ir a la muerte para no traicionar- y el delicado y difícil relato de un amor, de una ternura creciente. La celda es como una isla dentro de una sociedad hostil para los dos personajes, que se apoyan mutuamente, que buscan la evasión por la palabra -uno cuenta películas a otro, el otro hace pequeños relatos de su vida- y que encuentran unas formas de solidaridad.
El beso de la mujer araña, de Manuel Puig
Intérpretes: Juan Diego y Pepe Martín. Escenografía de Andrea d'Orico. Dirección de José Luis García Sánchez.Estreno: Teatro Martín, 1-5-1981.
El diálogo es muy justo, muy literario, en el buen sentido de la palabra. Si la novela tiene más riqueza -por su dimensión-, el drama -escrito por el propio Manuel Puig- conserva toda su densidad.
La interpretación es excelente. Juan Diego hace el papel que probablemente es el mejor de su carrera; consigue la naturalidad hasta en los momentos más difíciles de la obra. Dice muy bien el texto, no pierde nunca la situación. Pepe Martín tiene el papel más difícil: el de homosexual, tan alejado de su temperamento personal, y consigue hacerlo sin llegar nunca a la caricatura -pese a que su texto está muy recargado de efectos en ese sentido-; produce siempre ternura y emoción.
Andrea d'Orico ha servido con simplicidad una escenografía funcional, de celda sin más adornos. Y García Sánchez realiza también una dirección sencilla, prácticamente invisible, y quede dicho esto como un elogio: no pretende ser el protagonista, sino que sirve la obra y los actores con exactitud.
En la tarde del estreno para el público -la fiesta del Primero de Mayo- el teatro Martín se llenó hasta poco más de la mitad; un público de mayoría juvenil, que escuchó con interés y silencio, aplaudió con ganas al final de la primera parte y prolongó su ovación durante bastante tiempo al terminar el espectáculo.
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