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Tribuna:En el centenario del autor de "El fenómeno humano"
Tribuna
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Entre el silencio v la esperanza

El pesado silencio que ha caído sobre Teilhard de Chardin resulta tan sorprendente como el vendaval de su éxito en los años sesenta. Esta jubilación silenciosa es, sin embargo, una buena condición para enjuiciar en un contexto menos crispado la obra teilhardiana.Estudios biográficos recientes ponen de relieve que Teilhard de Chardin estaba interiormente dividido por una corriente jesuítica y otra republicana. Ahondando un poco en sus raíces, podía decirse que esa escisión interna correspondía a la enemiga ya centenaria entre ciencia y religión. Esta conflictividad, que arranca de la Ilustración, y que no ha dejado de reflejarse sobre el quehacer filosófico posterior cual incordio permanente, fue asumida por el jesuíta francés como el desafío de su vida.

En el tratamiento de esta guerra declarada entre la ciencia y la teología, cuyas salpicaduras alcanzaban a los terrenos de la política y la moral, Teilhard se niega a recorrer ,cualquiera de los dos caminos clásicos: el que seguía la derecha, empecinada en desacreditar forma y contenido de la razón moderna, y el que trataba de abrir el pensamiento crítico homologado, refugiándose en la intimidad privada del individuo, ya fuera bajo la modalidad del existencialismo y del personalismo cristianos, o en la forma de la filosofía trascendental neokantiana, como quería Karl Raliner. Teilhard optó, como el otro gran visionario marxista, Ernst Bloch, por pensar de nuevo el todo. Los teólogos de oficio no ocultaron su irritación al sentirse descolocados por un pensador que olvidaba los cánones más clásicos de la profesión, y tampoco los científicos se sintieron a gusto con el colega, que se disparaba en extrapolaciones temerarias. Pero la opinión pública le siguió porque vio reflejado en él el desasosiego de toda una generación.

Para fundamentar el optimismo frente al futuro, Teilhard se vuelve a su ciencia, la sabia paleontología, de, cuyas enseñanzas se desprende que «si el mundo ha emprendido una obra, es porque la puede acabar». En base a sus conocimientos científicos, Teilhard elabora, extrapolándolos, una filosofia de la historia cuyo eje central es'el punto omega, en el que convergen no sólo las últimas aspiraciones de la materia, sino también la promesa de plenitud que se contiene en el Cristo resucitado.

Para la reconstrucción de esta magna historia, en la que están involucradas la materia y la revelación, Teilhard recurre a la fenomenología. Que los teólogos estén tranquilos: el fenomenólogo no se meterá en las honduras metafísicas de la creación del alma o de la gratitud del pleroma paulino. El fenomenólogo sólo describe un proceso histórico sobre el que tiene derecho a pronunciarse desde el momento en que el Dios cristiano se ha hecho carne. Su filosofía de la historia queda recogida en estas líneas de El porvenir del hombre: «En el universo material la vida no es un epifenómeno, sino el fenómeno central de la evolución; en el mundo orgánico, la reflexión no es un epifenómeno, sino el fenómeno central de la vitalización; en el ámbito de la vida refleja, la socialización no es un epifenómeno, sino el fenómeno central de la hominización. Y en la génesis del organismo social humano, la Iglesia no es un epifenómeno, sino el eje mismo del encuentro».

El estudio desapasionado del teilhardismo ha ido desmembrando el primer optimismo: su base científica se pierde pronto en extrapolaciones poéticas; el fenomenólogo puede tratar al cristianismo como realidad histórica, pero ahistórico es el contenido teologal que da de su paso por la tierra; la historia de su filosofía es más bien una filosofía de la naturaleza, ya que el hombre no acaba de ser el sujeto de la misma.

Sin embargo, y pese a todas esas limitaciones, Teilhard es uno de los raros pensadores que se han planteado en serio considerar al cristianismo como un fenómeno cultural, que merece ser leído desde lo que ha sido realmente en la historia, y que esa lectura forma parte de la reconstrucción de la humanidad, a secas.

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