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SEVILLA

Manolo Vázquez recrea el toreo grande en su "operación retorno"

Manolo Vázquez resucitó el toreo puro y este fue el acontecimiento verdadero del domingo en la Maestranza. La alternativa de su sobrino Pepe Luis, en cambio, pasó sin pena ni gloria. El veterano matador ha vuelto, doce años después de su retirada, para explicarles a las jóvenes promociones qué es, exactamente, torear. Un tal Curro, que también merodeaba por el aula, debió aprovechar el tiempo y tomar nota, que una lección magistral nunca está de más.Torear es aquello de aplicar las suertes adecuadas a las características y estados de los toros. Es decir, lo de Manolo Vázquez el día de la operación retorno. Y a mayor abundamiento, instrumentar esas suertes como mandan los cánones, en el marco de la regla de oro del toreo, que es parar-templar-mandar.

Plaza de Sevilla

Toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados, manejables. Manolo Vázquez, que reaparecía: cuatro pinchazos y estocada delantera baja (aplausos). Metisaca que enhebra, media estocada baja y tres descabellos (ovación y salida a los medios). Curro Romero: estocada baja (ovación y saludos). Estocada baja (pitos). Pepe Luis Vázquez, que tomaba la alternativa: dos pinchazos bajos y dos descabellos (aplausos y saludos). Cuatro pinchazos bajos, media delantera y tres descabellos (más pitos que palmas). Gran lleno, con una inusitada expectación. En la reventa se pagaron a 12.000 pesetas las localidades de tendido.

Una muestra -para preparar la disposición del alumnado a los vastos caminos de la ciencia- fue la serie de trincheras, ayudados a dos manos y pases de la firma con que abrió la faena a su primer toro. Muletazos de planta erguida, dejando llegar, mandando con ajustado juego de brazos y preciso giro de las muñecas. Sin darnos cuenta, al concluir la serie habían quedado toro y torero en el terreno preciso, y siguieron tres naturales en son mayor ligados con el de pecho, más otros de frente en recuerdo de los viejos tiempos. En los redondos, el Juan Pedro ya perdía recorrido y el maestro le cambió el viaje para cuadrar. Faena justa y ajustada, como debe ser.

Así concienciado el auditorio, el momento cumbre tenía que llegar, y llegó. Fue en el cuarto, después de unas dobladas sabias, valientes y enjundiosas. Se centró el torero, dio distancia, adelantó la mano, alegró la embestida a la voz -«¡vente, vente!- y surgió el prodigio del arte. Mando, hondura, temple y ligazón del toreo en redondo, ejecutado sin esfuerzo aparente, la figura relajada, el toro prendido, engolosinado, en los vuelos de la muleta.

Cuando, en el remate, se adornaba con un molinete, ya había puesto la Maestranza boca abajo, y no hacía falta más. El toreo es eso y es así. Quien supo paladearlo ya tiene sabor y aroma metido en el cuerpo para toda la temporada Quédense allá, donde no las vea, esas faenas por episodios de cien naturales seguidos, de cien derechazos y vuelta a empezar, con las que embrutecen la fiesta las figuritas de hoy. Los cien y los mil naturales salidos de fábrica en cada corrida de feria nada tienen que ver con el toreo grande que Manolo Vázquez recreó el domingo en la Maestranza.

Verónicas bellísimas

También instrumentó verónicas bellísimas, juntas las zapatillas, para que se fuera enterando Curro (sin ir más lejos), que tenía la tarde de no, y en cambio con la espada dio un sainete, lo cual no sorprendió a nadie. Hasta los menos iniciados sabían que Manolo Vázquez no es Frascuelo. Pero bien está aquí, de luces y en el ruedo, por mucho que mate a la última. Pues su concepción del toreo de escuela contiene un rico valor testimonial que deben conocer todos los públicos, aunque sólo pueda ser a destellos.

Toreo de escuela que posee también su sobrino Pepe Luis, a quien dio la alternativa. La sorpresa fue que el nuevo matador estuvo con los toros igual que en la temporada anterior con los novillos. Los mismos detalles, la misma apatía. En su primero toreó primorosamente por redondos y naturales, dio un sensacional pase de la firma, y después la faena fue a menos, pues permitió que el toro se le fuera a la querencia de tablas, de donde no pudo sacarle. En el otro, un Juan Pedro castaño de impecable trapío, cuajó tres derechazos hondos, ligados con el de pecho. No templó en los naturales, y a partir de ahí se encontró con que la res se le venía abajo. Tampoco él se esforzó en sacar mayor partido. Pepe Luis Vázquez no es torero de lucha, ni de recursos para la galería. Quizá sea una cuestión de temperamento: da la sensación de que se siente juguete de su propio destino; de que asume con franciscana conformidad el papel que le asigna la suerte. Esto es algo muy peligroso para un torero que empieza, de quien se supone debería atropellar la razón en su desmedida impaciencia por alcanzar el triunfo. Pero también es un valor inestimable para quien el toreo es arte y sólo sabe interpretarlo con sentimiento. Como Curro, por ejemplo, y perdón por la comparación, que Curro está en otra órbita. El faraón lanceó bien a la verónica en el tercero, al que porfió un poquito con la muleta, y corrió con el quinto. Pero no pasó nada. Le quedan cuatro tardes en la feria, y en el currismo una paciencia infinita.

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