Mentiras divertidas

Durante la proyección a la que asistí hubo algunos espectadores -no muchos, pero ruidosos- que creyeron que Las aventuras de Picasso era una película que caricaturizaba España de forma innoble; hablaban en voz alta, protestando. Al cabo del rato, quedaron callados. Quienes nos reíamos con esa caricatura éramos más numerosos, y la película, por su parte, amplió los chistes bufos a otros países mientras narraba la trayectoria inventada del viejo y joven Picasso por esos mundos. Las risas, de cualquier forma, no se mantuvieron hasta el final, porque los aciertos con que nos había sorprendido la película, comenzaron a imitarse a sí mismos, agotándose y dejando, por tanto, de sorprender. El ritmo de gags con que el director, Tage Danielsson, se ha retado a sí mismo es prácticamente insostenible. Basar toda la película en esos aciertos, aunque tras la caricatura asome un sentimiento de ternura tanto hacia Picasso como a otros pintores, poetas y famosos de entreguerras, convierte Las aventuras de Picasso en una película imposible. Es lógico que chistes más burdos, situaciones menos ingeniosas y reiteraciones cómodas vengan a ocupar el puesto de la sorpresa y el auténtico humor.Mientras esto dura, sin embargo, Las aventuras de Picasso es una delicia insólita. Más aún cuando Suecia nos tiene acostumbrados a un cine sin humor, importante, pero no precisamente jacarandoso. Desde los decorados hasta la composición de personajes (como el Gertrude Stein), desde sorpresas como la del tren que viaja de lado a la aparición de Hitchcock, desde el homenaje a gente admirable (como el del pintor Rousseau, el aduanero) a la interpretación crel actor Gosta Ekman en el personaje de Picasso, la película se desenvuelve con brillantez. Lástima, insisto, de la precipitación con que se ha inventado la segunda parte de la película, donde todos los aciertos anteriores dan paso a una vulgar representación de fin de curso con chistes sin ingenio. Hubiera sido un excelente mediometraje.