El buen policía
No sabemos qué pensará Dashiell Hammett, a quien va dedicada esta película, de que en un país tan lejano y ajeno al suyo en cultura y costumbres se trate de seguir sus huellas en la literatura y en el cine. Ya desde hace años se ha intentado en España una novela policiaca en la que la intriga, más o menos clásica, tome forma y medida en nuestro paisaje rural o urbano, en nuestros personajes y circunstancias. Si exceptuamos las obras de García Pavón, enraizadas muy claramente en un medio geográfico y social bien concreto, ninguno de tales intentos ha tenido el menor refrendo popular, cuando precisamente de un género popular se trata.Todos han quedado en lo que a fin de cuentas son meros escarceos que por lo general apuntan de un modo bastante claro a precios literarios comerciales. Las modas, modas son; mas lo que en novela resulta evidente, es decir: alcanzar cierto grado de verosimilitud en cine, se evidencia bastante más difícil, y para convencerse no es preciso sino pasar revista a la ya prolongada sucesión de historias realizadas en las que la aventura, cuando no el misterio, intenta atenazar por unas horas el ánimo de los espectadores.
El crack
Dirección: José Luis Garci. Guión: José Luis Garci y Horacio Valcárcel. Fotografía: Manuel Rojas. Música: Jesús Gluck. Intérpretes: Alfredo Landa, María Casanova, Manuel Tejada, Miguel Rellán, Manuel Lorenzo, José Bódalo. España, policiaca, 1981. Local de estreno: Coliseum.
Si en literatura el lector pone mucho de su parte, en cine todo le tiene que venir ya dado, y es un hecho evidente que, empezando por los mismos actores, el mundo que se nos ofrece no resulta por lo general demasiado convincente.
Un arte, aun limitado, nace de una cultura, de un paisaje, de una forma de ser. Trasplantar un género supone un problema de fondo más que de forma, como nuestro vecino Simenón ha demostrado a lo largo de numerosas páginas.
José Luis Garci ha intentado el cine negro, en una mezcla de intriga y sainete que enlaza con sus historias anteriores. Las secuencias que nos muestran la vida privada del protagonista son demasiado blancas y ocupan demasiado tiempo en una trama que ya resulta frenada por concesiones a un naturalismo coloquial. Landa, evidentemente, no es Bogart, ni siquiera cuando amenaza o escucha, mata o viaja a Nueva York, y lo más conseguido en el estilo que se intenta son las escenas del juego a la española, esas partidas de mus que reúnen en la oficina a unos cuantos amigos de la noche.
La verdad es que para hacer cine negro o simplemente de aventuras no es preciso acudir a esquemas previos y foráneos, por mucho que sus mejores obras nos deslumbren. El mecanismo de la intriga puede aprenderse, pero la vida no; la vida surge sola y es inútil buscarla, presentarla, interpretarla en España, ni siquiera a la sombra de un autor tan ilustre como Hammett.
Babelia
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