La vida y la obra de María Callas, según Ruiz Nícoli
La nueva temporada de ópera en Madrid se ha inaugurado bajo la evocación de una de sus figuras inmortales: la de la cantante griega María Callas, fallecida en París en septiembre de 1977. Los últimos años de la vida de la artista, elevada ya a categoría de leyenda, fue el tema de una conferencia que pronunció el pasado lunes el especialista en la historia de la Callas, Pedro Ruiz Nícoli, en el teatro de la Escuela Superior de Canto. La instalación de una serie de cámaras de televisión enriqueció los apuntes biográficos que refirió el conferenciante con grabaciones de algunas de sus interpretaciones cumbre, como Tosca, de Puccini; Norma, de Bellini, o Macbeth, de Verdi.Nadie era capaz de juzgarla. Sólo su presencia ejercía un efecto hipnótico y magnético en el público. Había algo en ella que golpeba directamente los sentimientos. Este es el género de comentarios y opiniones que se han vertido en torno a la Callas, consangrando su leyenda de última prima donna, heredera de la tradición de las grandes cantantes románticas del siglo XIX.
Sin estar dotada de una voz excepcional ni de una particular belleza, llegó a representar el fenómeno instrumental -su voz era el primer instrumento de la orquesta- más importante del siglo, a ser una de las mujeres más atractivas que han pisado nunca los escenarios. En el trabajo incesante, el tesón y una voluntad indomable se explican las claves de su éxito.
Pero también en esa capacidad de expresión y verosimilitud dramática que ella utilizaba sabiamente para conquistar el fervor de su público. Sin recurrir a los grandes gestos. Sólo con los ojos, las manos, un leve movimiento del chal, con el que solía aparecer en escena, lograba manifestar en el tono adecuado el espíritu del personaje que interpretaba. «Los gestos están en la música», decía. «El compositor ya ha buscado los momentos que el intérprete debe subrayar. Basta con oír atentamente la música. Todo está en ella».
Los últimos años de la vida de María Callas estuvieron marcados por la pasión obsesiva que sintió por Onassis. Bajo su influencia desarrolló cierta ambición de poder y celebridad, abandonando su declicación exclusiva al arte, su vocación de monja vocal. En todo caso, el deseo de ser feliz, de ser amada como mujer y nada más, hace humanamente comprensible y disculpable su elección personal.
A partir de 1969, con el fracaso de su tumultuoso idilio, María Callas, reemprende nuevas vías de expresión para su talento.
La Medea, que rodó con Passolini, sus lecciones magistrales en Nueva York y una gira de conciertos que concluyó en el Japón el año 1977 fueron sus últimas empresas artísticas realizadas, entre los ataques cada vez más duros de la crítica y el fiel entusiasmo del público.
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