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Se trata de cantar simplemente

El presidente y la secretaria general de la confederación afirmaron ayer que su presencia en la calle «no va contra nadie», que no es una presencia «desestabilizadora». Pretendían hacer un acto alegre, constructivo, optimista. Hasta estrenaron una canción: «Ven, ven, ven a cantar la canción de la familia». No es un himno, como si de las bases de un partido político se tratara. «No somos las bases de ningún partido político», habían dicho anteriormente. Y ayer recordaron que desean «una política familiar coherente con los programas de muchos partidos políticos».Pero no son ningún partido político. Son independientes de cualquier partido político; más aún, los trascienden. Nacieron entre 1929 y 1930 y desempeñaron un importantísimo papel en las instituciones políticas, culturales y sociales de las décadas de los cuarenta, cincuenta, sesenta... Tienen un pasado que asumen, pero que no les condiciona, y al que no pretenden regresar. Lo han dicho claramente antes de la multitudinaria y alegre concentración de Las Ventas: «No intentamos ni queremos volver al pasado, entre otras cosas porque lo que reclamamos ahora, la libertad de enseñanza-, no se podía reclamar en el pasado». Y añaden: «Lo que sucede es que existe una conciencia ciudadana de que los partidos políticos han dado la espalda a las aspiraciones de la familia, después de que algunos de ellos han utilizado esas mismas aspiraciones en su propaganda electoral».

Saben que esta comparecencia pública puede ser manipulada, que puede ser torcidamente interpretada en las especiales circunstancias políticas que vive el país. Por eso han montado el acto, «que estaba previsto desde hace muchos meses, alejado suficientemente en el tiempo de los sucesos del 23 de febrero». Hasta el propio presidente les expresó ese temor hace cuatro días. Decepcionante entrevista aquélla. Porque se produjo en un mal momento. El presidente estaba especialmente irritado ese día con el asunto de la pastoral de los obispos vascos. «No nos lo dijo abiertamente», explican, «pero se notaba claramente en su actitud. Claro que nosotros no estamos en esa órbita episcopal. Sabemos que en una audiencia inmediatamente posterior a la nuestra, Calvo Sotelo dijo a un grupo de ingenieros que tenía un considerable cabreo ».

Nadie tiene que decirles a ellos que sus aspiraciones tienen su cauce en las instituciones políticas del país y que los representantes de estas instituciones tienen también esposas, maridos e hijos. Lo que sucede es que, muy probablemente, a la hora de legislar esos representantes del pueblo olvidan que tienen una familia.

«No es una añoranza de la democracia orgánica», razonan, «reivindicar la presencia institucional de la familia en el control de la radio y televisión estatales. El poder social tiene derecho a decir algo en relación con la programación de televisión».

El presidente del Gobierno les ha recordado que esos medios de comunicación ya tienen el control institucional que él Parlamento les ha conferido. Es un argumento que no les convence. Y conste que no se trata de recuperar el papel fundamental que desempeñaron en otros tiempos con su presencia en las juntas de censura de libros y espectáculos. Simplemente dicen que «todas las democracias occidentales reconocen que las grandes decisiones no pueden estar exclusivamente en manos de los partidos políticos».

Pero algunos no quieren entenderlos y se empeñan en malinterpretarlo todo. No tiene sentido que este su último, por ahora, gesto público se interprete como un afán de oscurecer más aún eso que los periódicos han dado en llamar la sombra de la involución que nos acecha. Allá cada cual con sus interpretaciones. Es lo mismo que cuando se les acusa de pedir más dinero para los colegios de las clases privilegiadas, cuando no se cansan de repetir que lo que les preocupa es la economía de las familias modestas. No hay más que repasar la lista de los que fueron sus presidentes para convencerse: el marqués de Trigona, que era además conde de Calderón y maestrante de Valencia y consejero del Banco de Valencia; el marqués de Vivel, que era asesor del ministro de la Gobernación; el marqués de Casa Tejada, que fue presidente del Banco de España y de la Confederación de Cajas de Ahorros... No, no tiene sentido que se vincule siempre a la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos con los colegios de los niños ricos. Lo que pasa es que no gusta que se pida, « si no hay dinero, que paguen lo mismo los que van a los centros privados y los que van a los colegios públicos».

Tampoco tienen nada contra los centros públicos. Simplemente están a favor de que todos los padres puedan elegir. Y lo aclaran: «No es del todo cierto que no haya dinero, porque se está ofreciendo generosamente para mejorar las escuelas del Estado y se está insistiendo en una política de construcciones escolares absolutamente innecesarias».

El hecho de que, en virtud de su propio y autónomo reglamento, algunas federaciones sometan al ordinario de la diócesis la designación de su presidente no puede significar que la Confederación Católica dependa de la jerarquía eclesiástica, que es otra interpretación errónea. «Somos eclesiales», puntualizan, «pero no eclesiásticos, ni clericales. Somos iglesia, pero no somos la Iglesia. Porque iglesia somos todos».

Así pues, nada de nostalgias del pasado, ni de democracias orgánicas, ni de sombras involucionistas. Se trata de cantar simplemente: «Ven, ven, ven tú también a cantar. A cantar con amor la familia siempre unida y lograr que este mundo sea mejor». Porque hay una evidente «ausencia de política familiar, que se manifiesta en la falta de libertad para constituir la familia indisoluble que muchos desean».

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