Hollywood no perdona
Lo que en tiempos fue reunión de profesionales lleva camino de convertirse, según van las cosas, en la fiesta americana por excelencia, como el Día de Gracias, por ejemplo. No en balde, en Estados Unidos tienen de presidente a un viejo actor, y aunque todos lo sean, en grande o pequeña medida, en el Gobierno de sus países respectivos, la concesión de tan preciados galardones se ha iniciado este año con su mensaje personal de aliento y reconocimiento a los artesanos de Hollywood, cerrándose luego con un epílogo en el que Henry Fonda ha recibido, una mención especial años de entrega prolongada a la que, en palabras de Reagan, se nos anuncia como la menos perecedera de las artes.Según los medios de difusión van facilitando la asistencia del público a está famosa noche, tales premios suponen, más que un honor a ese arte para el que el presidente quiere la eternidad, una serie de pactos disfrazados de complicadas votaciones. En el centro de intereses tales, suele hallarse un tema, la cuestión del momento, llámese guerra de Vietnam, conflictos de raza o guerras espaciales.
Este año, como en el anterior, la familia, en crisis dentro y fuera de América, ha resultado elegida frente a un boxeador conflictivo y rebelde, cuya carrera espectacular no fue capaz de borrar su ética dudosa.
Jack la Motta se hallaba en la ceremonia de entrega, pero debía estar seguro de que el gran premio nunca sería para él, para su biografía, ya que Hollywood dificilmente olvida o perdona, como tampoco fue demasiado generosa con él su gente del ring, que, una vez retirado de las cuerdas, le borró sistemáticamente de sus pueriles ceremonias.
Tan sólo un premio a De Niro, y un segundo al montaje, resultan poca cosa ante un Refford, bello y triunfante, rostro nuevo de un país a la busca de un prestigio perdido, aunque el cine sea algo más que una historia oportuna y una excelente dirección de actores. Nada sabemos de ese Moscú que no cree en las lágrimas, pues los triunfos soviéticos suelen sorprender a sus mismos autores cuando se acercan a este tipo de certámenes, Concha de Oro incluida. Los éxitos de Sissy Spacek y Timothy Hutton responden a una ya conocida tradición que hermana nombres nuevos, con valores estables, mientras el apartado de consolidación se llena en esta entrega con Roman Polansky en una de sus películas menos personales.
Quede para el final la elegía habitual dedicada cada año a la aportación española. Nuestra ausencia en la lista final aparece paliada este año por el común olvido de Truffaut y Kurosawa, en el bando de los perdedores. Nuestra industria atomizada, convertida en modesta artesanía, pletórica de galardones y de nombres, cuenta poco a la hora de la verdad: se queda corta, en parte, por falta de sabiduría o de imaginación y, en gran medida, por falta de estructuras comerciales, algo que, a su manera, tampoco Hollywood perdona.
Babelia
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