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VALENCIA: CUARTA CORRIDA FALLERA

Manzanares se encara con la presidencia

ENVIADO ESPECIALEl presidente de la plaza de Valencia ha decidido acabar con aquello de que los toros tomen una solitaria varita y los toreros se líen a monterazos para pedir el cambio, lo cual ha enfurecido al señorito Manzanares, también conocido por «el fino torero alicantino», por llevar entre sus huestes a un banderillero locutor que le ameniza las corridas radiándoselas.

Decíamos hace un par de días que la decisión presidencial es muy sana, pues permite aquilatar la bravura de los toros (léase la mansedumbre, visto el paño), obligará a que salgan enteros (y no como ahora, que salen en polvo) y a que los toreros hagan quites (por el momento, las chicuelinas). Pero ni el presidente, ni los críticos locales que propusieron la puesta en marcha de esta norma -por otro lado, estrictamente reglamentaria-, ni la mismísima tauromaquia contaban con el señorito Manzanares, también conocido por «el fino torero alicantino », etcétera.

Plaza de Valencia

Cuarta corrida fallera. Cinco toros de Gabriel Rojas, terciados, flojos, sospechosos de pitones y mansos; cuarto de Matías Bernardos, con trapío, manso. Curro Romero: dos pinchazos y descabello (bronca). Dos pinchazos y bajonazo (bronca). Manzanares: pinchazo y estocada caída (silencio). Estocada caída tirando la muleta (silencio). Chavalo: bajonazo (silencio). Dos pinchazos y cuatro descabellos (aplausos). Curro Romero y Manzanares, despedidos con lluvia de almohadillas.

Manzanares, que tiene un pronto muy vivo con los presidentes, se encaró con el del palco porque no cambiaba el tercio, y tuvo gestos muy despreciativos hacia el funcionario cabal que lo ocupa. Nos pareció incluso que pretendía echarle al público encima. Pero no lo consiguió. Más bien consiguió lo contrario, cuando abandonaba la plaza, después de no haber conseguido ligar dos pases a su ' s inútiles borregos, concentró sobre su persona un tremendo chaparrón de almohadillas.

Las que quedaban, porque antes otro chaparrón mayor cayó sobre Curro Romero, el cual había venido a Valencia a dar dos verónicas y a comerse una paella. Esas verónicas fueron las de su firma, para el quite del perdón, en el sexto. Mas no hubo perdón. El público no podía olvidar los regates que el faraón de Camas les había hecho a sus toros y los amagos con el pico de la muleta a las orejas del bóvido, como máxima aprobación al arte de torear. Una cosa es ser precavido y otra la del señor Curro. Entre su atildada persona y el toro cabía entero el desfile de la ofrenda.

Siempre da pena que quien tan bien torea nos deje con la miel en los labios. Pero, en fin, había en el ruedo otro que asimismo conoce el toreo bueno, como Chavalo, el cual instrumentó los más auténticos muletazos de la tarde cuando traía muy toreados a sus inciertos enemigos en cuatro o cinco redondos, dejándose ver, cargando la suerte. La verdad es que eso fue todo, pues se advirtió que estaba inseguro en el ruedo, con pocos recursos. Sin duda, acusaba la inactividad de cinco años tras aquella terrible cornada de Ocaña, que le destrozó la femoral.

Traía Chavalo una cuadrilla excelente, con Bolinchón, tan eficaz en la brega, y el inimitable Honrubia, que al sexto le prendió un par soberano. Arte del magistral rehiletero colocándose el toro a la voz, andándole despacioso, llegando a la cara de frente y clavando arriba, para salir al paso, relajado. Dejó a la res viendo visiones y puso al público en pie, volcado en una ovación de gala.

Esa misma cuadrilla dio una lección a las demás de cómo hay que proceder en la lidia, y todos en el primer tercio -con Chavalo al frente, por supuesto- se aprestaban al quite para que el castigo de varas fuera medido. Cabía eso o el disenso, al estilo Manzanares. Que es un estilo machacón, en línea con el de Jaimito y su navajita. Hasta le echó la culpa al presidente de que su borrego se le aplomara. Y no es eso, no es eso. Si el fino torero alicantino y otras figuras probaran a ponerse delante de una corrida verdadera, y no de una borregada, tal cual la. de Gabriel Rojas, comprobarían que el toro embiste con viveza, a despecho de puñas y reglamento. Claro que a lo mejor ese toro les hacía correr. Ahí les duele.

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