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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El sector exterior y la crisis económica

LAS CIFRAS de nuestro sector exterior para 1980 no son tan desastrosas como las previstas por algunos comentaristas tras una lectura apresurada e incorrecta del registro de caja del Banco de España-, pero son altamente preocupantes. El déficit por cuenta corriente de nuestra balanza de pagos no habrá sido inferior a los 4.400 millones de dólares, según el Banco de España, o a los 4.200, según el Ministerio de Economía. Mientras en 1979 nuestras exportaciones de mercancías cubrieron las importaciones no energéticas, en 1980 ni siquiera se consiguió ese objetivo, en tanto que el valor de nuestras importaciones energéticas se incrementó en un 70%. Aunque nuestras exportaciones crecieron en términos reales en torno al 2% durante 1980, esa cifra positiva es inferior, por primera vez en muchos años, al crecimiento del comercio mundial. Las importaciones, en cambio, han crecido en volumen en torno al 4,5%, muy por encima de lo sucedido en los países industriales, fenómeno que denuncia, en una situación de estancamiento como la actual, la escasa competitividad de nuestro sistema productivo.El tipo de cambio de la peseta se fue depreciando a lo largo de 1980. El alza de los tipos de interés en Estados Unidos explica que esa depreciación respecto al dólar se haya ido acelerando en los últimos meses. La fuerte depreciación frente al dólar y las ventajas conseguidas frente a las restantes monedas significan un alivio para las empresas exportadoras españolas, y, a la vez, reducen los incentivos para la importación. Pero la otra cara de la moneda es que una sostenida depreciación del tipo de cambio produciría un encarecimiento continuado de las importaciones en pesetas, incluido el petróleo, con sus consiguientes repercusiones en los precios y en los cuasi indiciados salarios. El resultado final de la depreciación podría ser, de este modo, la convalidación del comportamiento inflacionista de una economía como la española, caracterizada por fuertes incrementos salariales y por un sector público deficitario y disparatado.

Las cosas se complican todavía más, porque los altos tipos de interés en Estados Unidos en Europa propician y un menor recurso al crédito exterior y una devolución más rápida de los préstamos concedidos, lo que no puede por menos de constituir una presión en favor de una depreciación todavía mayor de la peseta. La súbida de nuestros tipos de interés interno no sería una contramedida adecuada, ya que tendría repercusiones desfavorables para la recuperación económica y para la contención del desempleo. Cabría pensar que el Estado aumentara su endeudamiento exterior y redujera sus peticiones al Banco de España, comportamiento que redundaría en una entrada mayor de capitales y que apoyaría el tipo de cambio de la peseta. Sin embargo, la experiencia pasada sobre las salidas al exterior de nuestro sector público aconsejaría la máxima prudencia en estas actuaciones, que deberían reservarse exclusivamente para el supuesto de que el sector privado redujera su búsqueda de financiación internacional y anticipara la devolución de los préstamos recibidos.

Con independencia de la política que se siga respecto al tipo de cambio, parece evidente que sin la adopción de una serie de reajustes de carácter estructural, la economía española continuará en una situación de extrema vulnerabilidad por su flanco exterior. Los salarios nominales van a crecer en España durante 1981 por encima de los salarios de nuestros países competidores. Por ejemplo, en el Reino Unido, con una inflación semejante a la nuestra, la inmensa mayoría de los convenios colectivos del sector privado quedarán por debajo del 10%. El déficit de nuestro sector público sigue aplicándose al pago de transferencias que en nada contribuyen al desarrollo económico. El recorte de 30.000 millones de pesetas -aproximadamente la mitad del déficit de Renfe- anunciado en el Pleno de investidura por Leopoldo Calvo Sotelo es una promesa demasiado pobre para un Gobierno que tanto insiste en su propósito de cortar el despilfarro administrativo y de reducir los gastos corrientes.

En el terreno del comercio exterior se hace cada vez más necesario disminuir nuestra dependencia del petróleo. Los indicios de existencia de gas natural en los Pirineos y en otras zonas norteñas no deben ser manejados de forma milagrera. La intervención de la Campsa debería ser reorientada de manera tal que los refinadores pudieran obtener los beneficios suficientes para desarrollar inversiones encaminadas a transformar los crudos en gasolina y, naftas, en lugar de fuel. La sustitución del fuel térmico por carbón, gas natural y energía eléctrica, incluida eventualmente la de origen nuclear, tendría que ser otra pieza de esa estrategia.

Una mejor promoción comercial de nuestras exportaciones y un sector turístico atractivo, con playas limpias y precios razonables, deben figurar, igualmente, en esos replanteamientos de nuestro sector exterior. Ahora bien, si el Gobierno, con los apoyos y las alianzas necesarias, no consigue cambiar el signo de la marea, nuestro tipo de cambio será una veleta loca a merced de los vientos provocados por nuestra incapacidad de ajuste a la crisis. Y España, a trancas y barrancas, se deslizaría hacia las arenas del subdesarrollo, aunque no de forma tan rápida y decidida como habría ocurrido si los aventureros y golpistas de la ultraderecha hubieran triunfado y nuestros vínculos políticos y comerciales con la Europa democrática y los países exportadores de petróleo -como México- hubieran quedado debilitados o cortados.

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