"Las principales fuerzas políticas han de cooperar en un plan de salvación de la democracia hasta 1983"
Pregunta. En los últimos días, el PSOE ha reiterado que la única salida a la situación actual de España es un Gobierno de coalición. ¿Cuáles son las razones de que su partido mantenga esta propuesta con tanta insistencia?Respuesta. Hemos dicho que se ha encendido de forma dramática la señal de peligro para el proceso de asentamiento de la democracia. En estas circunstancias, los socialistas creemos que lo más importante es salvar nuestro proceso de convivencia en paz y en libertad, con un claro programa de gobierno que afronte los problemas de la transición española: construcción de un Estado democrático y autonómico sólido; modernización de la sociedad civil y de la Administración, además de los problemas añadidos a esta transición, como la crisis económica y el paro, y el surgimiento de acciones violentas de terror, que crean inseguridad y provocan actuaciones violentas de respuesta.
En este cuadro, ni antes, ni sobre todo ahora, es posible que un Gobierno de minoría parlamentaria pueda sacar adelante la situación con garantías. Un Gobierno minoritario que, hasta el momento presente, ha sido débil en su comportamiento y actuación,
En cualquier país europeo occidental, en una situación como esta se habría producido un Gobierno con amplia mayoría parlamentaria y extenso apoyo de la sociedad, con capacidad para superar todas las dimensiones de la crisis y para desactivar los intentos de sumirlos en una indigna dictadura.
P. Pero en España ya hubo una etapa de consenso entre los principales partidos, que se supone iba dirigida a salvar esas dificultades.
R. En 1977 hicimos un gran esfuerzo colectivo de superación de los problemas políticos y económicos de España, con participación de la práctica totalidad de los grupos parlamentarios, que sustituyó lo que debía haber sido un Gobierno provisional con un fuerte apoyo en el Parlamento.
Pero los acuerdos firmados no fueron cumplidos por el Gobierno en partes muy importantes, con lo cual no sólo no podían producirse los apoyos parlamentarios, sino que se generaban discusiones permanentes por este incumplimiento, provocando tensiones y desconfianzas. De este modo, la labor de un Gobierno provisional con respaldo parlamentario sólido, típica de las situaciones de transición, se convirtió en el quehacer de un Gobierno minoritario, que monopolizaba el Ejecutivo y que se veía contestado desde el Parlamento, porque no era capaz de responder a los pactos firmados.
Esa criticada. política de consenso respondía en realidad a un claro instinto de superación de un proceso histórico, en el que era necesario un fuerte apoyo parlamentario y social. Pero el compromiso no fue cumplido por el poder ejecutivo, y como la acción de gobierno se ejercía por un grupo que, en parte, estaba imbricado dentro del aparato que se trataba de democratizar y cambiar, se produjo una contradicción insuperable.
Desde formaciones minoritarias, Fraga y Carrillo podrían decirnos ahora: «Ya lo decíamos nosotros», «aquí hace falta un Gobierno fuerte», etcétera. Nosotros hicimos nuestro análisis, fuimos a los acuerdos de la Moncloa -pese a que en su gestación hubo elementos poco claros- y más adelante, en 1979, el congreso extraordinario de nuestro partido previó que los socialistas estaríamos dispuestos a realizar los sacrificios necesarios, en caso de peligro, para la democracia.
Bien. Ha llegado el momento. Se ha encendido con toda claridad la luz roja. Las cosas se podían haber hecho de esta o de la otra manera, pero no interesa ahora quejarse del pasado, y menos aún se puede pensar que el juego democrático y los problemas de España expliquen actitudes golpistas. No se puede afirmar que lo que ha ocurrido sea o no la punta del iceberg, pero, desde luego, es un exponente claro de que existen en España segmentos que pretenden sustituir la fuerza de la razón y del diálogo en paz por la razón de la fuerza bruta.
P. ¿Cuál sería el programa de ese eventual Gobierno de coalición?
R. Ante una situación nueva, la sociedad exige una respuesta nueva y clara. El elemento definitorio de la necesidad de un Gobierno de coalición, o como quiera llamarse, es en este momento la supervivencia de las instituciones democráticas. Pero sería una gran ceguera política pensar que la salvación de esas instituciones, que hacen dignos y respetables a los pueblos libres de la Tierra, consiste en que todos estemos en el mismo lugar, simplemente para decir: somos más, luego somos más fuertes. La fortaleza se adquiere, sobre todo, con la voluntad y la decisión de solucionar los problemas de España.
Yo sigo afirmando, como lo hacía durante el debate de investidura, antes de la irrupción violenta del grupo golpista, que existen dos posibilidades: congelar el proceso como está, con algunos toques neoliberales en política económica y desviando la atención de los problemas reales a un debate ideológico sobre la OTAN, o numerar sobre el papel los grandes problemas del Estado.
1. Democratización del Estado y de la Administración en su conjunto, con todo lo que ello implica para hacerla eficaz, al servicio de la democracia, y construcción del Estado de las autonomías, con claridad y valentía.
2. Luchar por la libertad ciudadana, contra la violencia terrorista de todo signo y contra la inseguridad.
3. Luchar contra la crisis económica. No hay posibilidad de comprometer en esta tarea al conjunto de la sociedad si el planteamiento no se hace con la clara ilusión de que el reparto de las cargas va a ser equitativo, de que la acción contra el paro va a ser enérgica y de que al final, en el momento de superación de la crisis, estaremos en condiciones de ofrecer una sociedad más justa, más solidaria. No estoy hablando de un proyecto en el que se discuta el mayor o el menor déficit.
4. Democratización y modernización de la sociedad civil. Puede haber puntos de desacuerdo, y habrá que partir distancias o aparcar problemas que sean menos importantes, pero la Constitución debe seguir desarrollándose.
"Aplazar el debate sobre el ingreso en la OTAN"
Fue Churchill quien dijo aquella famosa frase de «Sangre, sudor y lágrimas, pero ganaremos la guerra». Hoy podríamos decir a todos los españoles que hace falta un gran esfuerzo solidario, pero ganaremos la batalla de la libertad, la justicia y la convivencia en paz. Cuando esta batalla se gane, puede que la sociedad reaccione aesplazando a los que han pedido este sacrificio, pero no importa: el gran valor de la democracia es saber asumir estas cosas.
P. ¿En qué medida afectaría esa eventual coalición a la política exterior de España?
R. Creo que en estas líneas de avance que estoy ofreciendo hay también un proyecto muy sólido de política exterior. Se podría haber obtenido mucho más resultado de la expectativa que la recuperación de las libertades creó fuera de España. Los socialistas hemos sido extraordinariamente responsables y hemos repetido una y otra vez: hay que aúnar los esfuerzos y eliminar o aplazar los focos de discrepancia. Lo reitero ahora: ya apelaremos en su momento oportuno a la voluntad popular, para que sea el ciudadano, a través de su voto, quien elija las alternativas que se ofrezcan en las distintas confrontaciones electorales.
P. Entre los temas que deberían aplazarse, ¿se refiere usted al ingreso de España en la OTAN?
R. Me refiero, entre otros, a este serio terna de la OTAN. Me parece poco oportuno que entremos hoy en un debate que ni añade ni quita nada a nuestros verdaderos problemas inmediatos. Nadie duda que España está engarzada en el sistema defensivo occidental: pero alterar la situación actual con un tema tan dudoso y conflictivo me parece una tontería, si no oculta la intención de desplazar el centro de nuestras preocupaciones de los problemas reales de España hacia cuestiones que no se plantean con urgencia.
Mire, si cualquiera de los países de la OTAN no perteneciera en este momento a la Alianza, con toda probabilidad no daría el paso. No digamos ya si encontrara esa oportunidad alguno de los países del Este respecto del Pacto de Varsovia.
Tenemos un gran proyecto de integración en Europa, con un enorme valor político, económico y social, que nos permitirá entrar en el concierto de naciones libres de la Europa occidental, fortaleciendo nuestras propias instituciones españolas. Esto, que se vería totalmente arruinado si fracasara la democracia, merece un esfuerzo real de todos nosotros. También hay una amplia coincidencia en cuanto a la importancia que tiene Latinoamérica para la construcción de nuestro futuro, aunque a veces las actitudes sean más retóricas que reales.
Por consiguiente, hay un claro lugar de encuentro para los que quieren afianzar el proceso democrático español. Ese encuentro, como he dicho antes, hay que acotarlo en el tiempo, y creo que debe ensayarse hasta las próximas elecciones. Esta acción gubernamental se sentiría respaldada, estoy seguro, por una confianza social renovada, con objetivos capaces de implicar a multitud de sectores de nuestra sociedad, desde la mayor parte de los órganos de comunicación hasta el mundo de la cultura, del trabajo y de la economía.
P. Y un programa como el que usted diseña, ¿no podría llevarlo a cabo el Gobierno actual, con el apoyo exterior del partido socialista?
R. En un momento de peligro para las instituciones, los socialistas estamos dispuestos a apoyar las acciones de gobierno que vayan en la dirección apuntada, porque nuestra actitud no es partidista; pero si no hay gente en el Gobierno que comprenda que un buen número de problemas son de mesa de trabajo y no de grandes debates rituales, va a ser imposible avanzar.
Si nos dicen «desde fuera se puede hacer», yo recordaré siem
"Las principales fuerzas políticas han de cooperar en un plan de salvación de la democracia hasta 1983"
pre los acuerdos de la Moncloa, que no se cumplieron, porque el Ejecutivo no tenía capacidad suficiente para hacerlos cumplir y, probablemente, tampoco voluntad. En España, el poder ejecutivo sigue siendo el 85% del poder total, y, sin embargo, se da la paradoja de que ese poder viene siendo muy frágil. Por ello, no hay más remedio que fortalecerlo y hacerlo actuar con autoridad moral.P. ¿Qué pensarían los banqueros, los empresarios, de un Gobierno de coalición en que tuviera entrada el PSOE?
R. Con un planteamiento correcto, desde el punto de vista democrático, estoy seguro de que estarían de acuerdo. Si algunos se opusieran, probablemente estarían negando que en las próximas elecciones los socialistas, aunque ganaran, formaran un Gobierno. Pero debo decir que la comunicación del partido con los medios económicos y empresariales ha ido mejorando de forma extraordinaria, y es superior incluso a la que he visto en Francia. No niego que haya algunas resistencias, pero la acción de gobierno también puede ser sólida y no debe hipotecarse a resistencias de ese tipo.
Los que se oponen a la participación del PSOE no quieren democraciaP. En este análisis apenas ha mencionado usted la situación creada por el fallido golpe de Estado de la semana pasada. ¿Qué añadiría un partido socialista al poder civil actual, que pudiera tranquilizar a los ciudadanos respecto al futuro del sistema democrático?
R. En primer lugar, los socialistas encaramos la participación en un Gobierno actualmente como un sacrificio; en segundo lugar, es quizá la primera vez en la historia que nuestro partido, más cohesionado que otras fuerzas políticas, está en condiciones de ofrecer una sólida cooperación para la construcción de una democracia estable de tipo europeo, respaldado por el 30%, al menos, de nuestros conciudadanos. Además, el proyecto del partido y su imagen es, como sabe todo el mundo, cada vez más ampliamente aceptado por el conjunto de la sociedad española.
Los que en este momento se oponen a la participación de los socialistas en el Gobierno -con una resistencia no razonada políticamente-, para darle el amplio respaldo del que carecería sin nosotros, es que no quieren una democracia verdadera para nuestro país. La pregunta podría invertirse: ¿es posible construir la democracia en España con la hipoteca de los que se niegan a una situación normal en cualquier país europeo? Los socialistas estamos por una democratización rigurosa de los aparatos del Estado, así como por el desarrollo de los derechos civiles de la sociedad española, y si esto no es aceptado por algunos sectores, creo que es porque se niegan a la democratización del Estado y de la sociedad.
Algunos dicen que la participación socialista supone un riesgo; pero el verdadero riesgo es no estar dispuestos a democratizar España. Si eso fuera así, tendríamos que admitir que estamos en una fase de democracia tutelada. Por otra parte, ha de evaluarse la aportación nacional e internacional de los socialistas, además del respaldo de varios millones de españoles. ¿Se puede prescindir hoy de esto en la acción de gobierno? Si hay razones para ello, temo que no sean otras que la aceptación del tutelaje democrático, o el miedo mezquino de que los socialistas puedan ganarse otros sectores.
P. Poniéndonos en la piel de UCD, y teniendo en cuenta que Calvo Sotelo ya ha expresado su negativa a la coalición, ¿cuáles serían las razones por las que ese partido cambiaría de opinión? -
R. Creo que en UCD hay varias pieles. Es decir, hay gente firmemente decidida a que la sociedad española funcione de forma plenamente democrática, como en Europa lo hacen la señora Thatcher o los democristianos belgas, alemanes, italianos.... con quienes yo tengo muchas diferencias, pero de los que no cabe duda que defienden firmemente los principios de una convivencia democrática como fundamento de la dignidad de sus pueblos. Esos sectores de UCD están seriamente tocados por la propuesta que hemos hecho.
Quizá otros se opongan por razones muy variadas: no querer perder el control del poder, temer un avance de los socialistas o aceptar un tutelaje que destruya nuestro proyecto democrático. Quiero recordar que los que han aceptado esta tutela, en todos los países donde el fenómeno se ha producido, han sido barridos, también ellos, por el vendaval del autoritarismo.
P. En concreto, ¿puede explicar qué posición sostuvo Calvo Sotelo en la entrevista previa a la votación de investidura?
R. Cuando yo hablé con Calvo Sotelo, antes de proponer un Gobierno de amplia mayoría parlamentaria, no le pedí una respuesta contundente, pero esperé una respuesta política que permitiera abrir un diálogo esclarecedor. En ese momento me dijo que lo estimaba menos conveniente que conveniente. Pero en el debate no hubo respuesta a mi análisis y ofrecimiento.
Y el reto es bien claro: el riesgo más grave es aceptar condicionamientos que marginen o sobrepasen la voluntad soberana de nuestro pueblo. La democracia comporta exigencias que deben ser respetadas, y, si no es así, tiene serias dificultades de supervivencia. Algunos sistemas autoritarios, como el de Brasil, se permiten condenar a un dirigente sindical y mantener una cierta libertad de Prensa: son flexibilidades controladas desde un poder no democrático. Pero la democracia no permite ese juego equívoco; el poder civil es el poder supremo del país, y todos han de respetarlo como representación legítima de la voluntad del pueblo.
Pues bien, esa soberanía popular dice que casi el 80% de la representación parlamentaria está compuesta por el partido que gobierna y el Partido Socialista; y casi su totalidad, por fuerzas democráticas que podrían decidir poner en marcha un Gobierno de amplia representación con un proyecto democrático claro. Si esa representación de nuestro pueblo no es capaz, por voluntades ajenas, de realizar esta tarea, las razones no pueden ser buenas para la España democrática.
EI mundo democrático no hace todo lo que puedeP. Hay una cuestión que ya apuntó antes: el mundo exterior; los países democráticos que nos rodean, ¿están haciendo todo lo que pueden por salvar la democracia en España?
R. Todo lo que pueden, no. Es evidente que los países democráticos no aceptarían que España fuera de nuevo sumida en el oscurantismo de la dictadura; perderíamos las conexiones y las esperanzas que se abren para nosotros en este momento. Pero tal vez no tengan consciencia clara de lo que estamos viviendo en este momento, y puede que incluso el Gobierno no lo exprese nítidamente.
Los enemigos de la democracia en España deben pensar que la tentación totalitaria produciría un aislamiento internacional, con graves perjuicios para España. Los demócratas de todo el mundo deben también expresar con claridad que la dignidad de los pueblos libres no debe conocer ningún tipo de fronteras, y que su solidaridad con la España democrática debe ser plena, olvidándose de pequeñas cicaterías que la historia puede juzgar con dureza. Yo creo que Europa desea que España siga siendo una España democrática, con un pueblo libre que pueda integrarse a buen ritmo en el conjunto de las naciones más desarrolladas y justas de la Tierra.
Es imprescindible un acuerdo con el PNV y la Minoría CatalanaP. Hay quien piensa que un golpe como el del 23 de febrero no puede triunfar, pero sí habría mayores facilidades para un golpe blanco: si alguien lo intentara, ¿cree usted que tendría alguna posibilidad de acuerdo con ciertos partidos?
R. Yo no puedo responder por el conjunto de las fuerzas políticas, pero nosotros no aceptaríamos esa situación. No daríamos un falso revestimiento constitucional a un Gobierno que no representara la voluntad libre de nuestro pueblo. Además, me parece necesario destacar que las manifestaciones cívicas y de todo tipo de la semana pasada cubrieron prácticamente todo el arco parlamentario.P. Hemos mencionado ya la lucha contra la violencia terrorista, como uno de los puntos principales de ese Gobierno de coalición, pero parece importante ampliar un tema: ¿cuál es el programa en que está usted pensando para el País Vasco?
R. Creo que es necesario llegar a un acuerdo con el PNV y con Convergencia i Unió, aunque la situación de ambas comunidades es distinta. El problema vasco tiene raíces históricas, y tal vez sea este el momento en que tiene mayores posibilidades de solución. Hay que resolver el problema vasco, _y, además, hay que seguir gobernando a España. El PNV debe estar como pieza fundamental en esta solución, no sólo por el País Vasco, sino por toda España, porque, independientemente de sus fuerzas, tiene también el santo y la seña de la aspiración nacionalista. Creo sinceramente que los responsables del PNV son plenamente conscientes de ello.
En cuanto a la lucha contra la violencia terrorista, los instrumentos policiales son una parte importante, que hay que perfeccionar y aplicar correctamente. Es muy importante la acción y la información policial, y, más aún, que esta acción y esta información se hagan bien.
Cuando salíamos del secuestro en el Parlamento oí que 2.000 o 3.000 personas -algunas menos del millón y medio que el viernes pedían democracia y libertad- habían gritado durante la noche «¡Tejero, mátalos! ». Ese grito estremecedor, cargado de odio, contra personas que no llevaban instrumento alguno para defenderse, me hizo recordar también ese estremecedor alarido que a veces se produce en el País Vasco, entre grupos reducidos que gritan «¡ETA, mátalos!», expresando el mismo odio contra personas que defienden la seguridad del Estado y que caen con frecuencia ametrallados por supuestos héroes que disparan por la espalda.
Y me duele mucho más que haya personas en la calle con esa carga de odio, pidiendo la muerte de otros conciudadanos, que la propia actitud del terrorista vasco o del que intenta un golpe de Estado contra la democracia, aunque no puedan establecerse más que estos parangones psicológicos.
P. ¿Y qué salida ve usted?
R. La solución de este fenómeno no puede basarse en el odio como respuesta, y todos los demócratas tenemos que defender la convivencia en paz y la aplicación de la justicia, sin dejarnos contaminar por las reacciones de odio y sin perder la firmeza y el rigor para defender la libertad y la seguridad de la inmensa mayoría de los ciudadanos. España es una realidad a la que me siento tan profundamente ligado como el que más, por la que estoy dispuesto a luchar tenazmente y a no renunciar bajo ningún tipo de presión. Creo que los problemas de las comunidades autónomas deben resolverse desde esta perspectiva.
P. Obviamente, parece usted descartar una solución militar para el País Vasco.
R. No creo en esa solución. Hay que pensar con gran racionalidad, sin dejarse llevar por las pasiones. Después de tres años de guerra civil y de cuarenta años de dictadura -por no hablar más que de nuestra historia reciente-, el problema vasco no sólo no se ha solucionado, sino que se agravó. Y ahora empezamos a encarar una solución desde la libertad y desde la convivencia en paz, aunque haya grupos minoritarios que atenten contra ello, irracional y violentamente.
Lo que hace una dictadura es ocultar los problemas, no solucionarlos. ¿Alguien puede pensar que después de un período de intervención militar, el problema político de Euskadi no sería como hoy, pero peor?
También hay que hablar con Fraga y CarrilloP. Finalmente, y para completar las ideas sobre la eventual coalición con el programa diseñado por usted, ¿no deberían formar parte de ella los partidos de Fraga y Carrillo?
R. Carrillo ha expresado claramente su apoyo a un Gobierno que encarase los problemas de los que hemos venido hablando, sin exigir la participación gubernamental: me parece una postura extraordinariamente correcta y racional, y sería de agradecer el apoyo parlamentario al programa de la acción de gobierno, por cuanto añadiría al mismo importantes sectores de la sociedad. Fraga ha dicho que la fórmula debería ser lo que califica como mayoría natural; yo respeto su opinión, y creo que también él respeta la posición que mantiene el partido socialista. Pero estos temas deben hablarse, más que establecer en estos momentos vetos o exigencias de carácter previo.
La realidad española del momento presente nos exige a todos un esfuerzo claro, generoso, carente de mezquindad y de sectarismo; un esfuerzo basado en la comprensión y en la voluntad de vivir en paz y en libertad, y que excluya las tentaciones de revancha. Además, los ciudadanos deben saber que la dignidad y el honor de un pueblo no se alcanzan con plenitud más que cuando la voluntad soberana y libremente expresada de este pueblo deciden su destino histórico.
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