Un Gobierno de interregno
EL GOBIERNO formado ayer por Leopoldo Calvo Sotelo sólo puede ser interpretado como una fórmula transitoria ideada para no mantener en una peligrosa provisionalidad el funcionamiento de la Administración pública.La salida del Gobierno de González-Seara, ministro de Universidades; de Pérez-Miyares, ministro de Trabajo, y de Eduardo Punset, ministro de Relaciones con Europa, tiene como razón o como pretexto la amortización de sus carteras, incorporadas, respectivamente, a Educación, Sanidad y Seguridad Social y Asuntos Exteriores. El destino del proyecto de ley de Autonomía Universitaria, ya dictaminado por la correspondiente comisión del Congreso, dirá hasta qué punto la agregación del Ministerio de Universidades al de Educación ha tenido motivaciones políticas de fondo o ha obedecido a criterios de racionalización administrativa. La permanencia en Justicia de Francisco Fernández Ordóñez parece excluir el supuesto de una purga de los llamados socialdemócratas. El Ministerio de Trabajo, colmado de poder bajo el anterior régimen, se reúne con una vieja rama desgajada de su tronco. El Ministerio para las Relaciones con las Comunidades Europeas, creado por Adolfo Suárez a la medida de Leopoldo Calvo Sotelo hace tres años, vuelve al lugar de donde nunca debería haber salido: una secretaría de Estado dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores.
También el teniente general Gutiérrez Mellado sale del Gobierno a causa de la desaparición de la Vicepresidencia de Asuntos para la Defensa. Probablemente existan motivos suficientemente poderosos como para justificar la medida. Pero también es cierto que el corazón tiene razones que la razón no conoce, y que hoy serán mayoría los ciudadanos, todavía emocionados por la gallardía y dignidad con que este veterano soldado se enfrentó al faccioso teniente coronel Tejero, que sientan extrañeza, irritación, inseguridad o dolor ante la noticia de que Manuel Gutiérrez Mellado, cuya heroicidad desarmada, civilizada y serena movió las fibras más sensibles de millones de españoles, no figura ya en el Gobierno.
Agustín Rodríguez Sahagún había ya anunciado, al ser elegido presidente de UCD, que no formaría parte del nuevo Gobierno. De esta forma, sólo es despedido, sin pretextos o sin motivos de racionalidad administrativa, Rafael Arias-Salgado, auténtica bestia negra para el sector crítico. Le sustituye en el Ministerio de la Presidencia Pío Cabanillas, que cambia sólo de cartera, al igual que Sancho Rof, que pasa de Obras Públicas al reforzado Ministerio de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social, y que Alberto Oliart, que deja este último departamento para ocupar el Ministerio de Defensa. Un hombre del nuevo presidente, Luis Ortiz, regresa a Obras Públicas, cartera que ya desempeñó precisamente cuando Leopoldo Calvo Sotelo dimitió como ministro para presentarse a las elecciones de junio de 1977 y desembarcar en Centro Democrático como procónsul de Adolfo Suárez.
Rodolfo Martín Villa y Juan Antonio Díez han sido nombrados vicepresidentes, respectivamente, de las comisiones delegadas de Economía y de Política Autonómica, que equivalen a dos vicepresidencias devaluadas del Gobierno. A la vista de esos ceses y cambios, entre los que sólo se puede destacar la designación de Alberto Oliart, al que no cabe sino elogiar por su coraje y decisión el aceptar un cargo que implica asumir las responsabilidades de aclarar las connivencias y complicidades del frustrado golpe de Estado y de aplicar el peso de la ley a los culpables, se impone, como más plausible y respetuosa con la delicada situación que vive este país, la hipótesis de que este Gobierno sólo se propone cubrir el interregno hasta una fórmula más meditada y renovadora.
La oferta de Felipe González, aunque rechazada ayer por Leopoldo Calvo Sotelo, sigue en pie para hacer reflexionar tanto a UCD como a la Minoría Catalana y al PNV, piezas estas indispensables en un eventual Gobierno de coalición. Resulta comprensible, aunque puede ser peligroso y arriesgado, que el nuevo presidente quiera tomarse algún tiempo, con un Gobierno transitorio en funcionamiento, antes de decidirse por el rumbo a seguir en ese jardín de senderos que se bifurcan que es hoy nuestro panorama político. Sólo cabe desearle suerte en un empeño cuyo éxito o fracaso nos atañe a todos. Porque la supervivencia de las instituciones democráticas en España depende del acierto que Leopoldo Calvo Sotelo tenga, en las próximas horas, en los próximos días, en las próximas semanas y en los próximos meses, para hacer imposible que sucesos como los del 23 de febrero puedan volver a repetirse.
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