La perfección del violinista Perlman y un estreno de Francisco Cano
Un recital Bach y la interpretación del Concierto de Brahms han servido para confirmar lo ya sabido por muchos: la excepcional categoría del violinista Itzhak PerIman, uno de esos nombres capaces de definir el virtuosismo de todo un período.El Bach de Perlman es perfecto de técnica, magnífico de exposición, humanísimo en lo expresivo. El concertista israelí es capaz de mostrarnos, con meridiana claridad, la hondura musical que habita en las partitas segunda y tercera y en la Sonata número 2. La cima genial de la Chacona es abordada, también genialmente, por Perlman, hasta precisar y transparentar su estructura y su contenido, su impulso lírico y juego de las voces. Es un Bach auténtico por noble y bien concebido ideológicamente antes que por la práctica de ciertas soluciones establecidas por los puristas más o menos documentados. Perlman arranca a su violín, un Stradivarius de 1714, un sonido potente y bello; como su arco flexible es tan fascinante como describe Brigitte Massin, los resultados son los de un gran músico dotado de la máxima capacidad virtuosista.
Teatro Real
Recital Itzhak Perlman. Obras de Bach. Orquesta y Coro Nacionales. Director: Ros Marbá. Solista: Perlman, Obras de Cano, Ravel y Brahms. Jueves 19 y viernes 20 de febrero.
Aspectos todos que sirven a una ideología radicalmente distinta cuando se trata del Concierto de Brahms, otra cúspide de la historia violinística, en la que el solista emerge dominante y poderoso como un Everest del gran sinfonismo que le rodea y da razón de existencia. Todo ello a pesar de que en su concierto con la ONE Perlman hubo de superar una indisposición dolorosa que obligó a Ros Marbá a invertir el orden de las partes de su programa.
Se inició el programa con el estreno de Dionisiaco, de Francisco Cano (Madrid, 1940). Se trata de una página sinfónica en la que el compositor de Aquarius y Sensorial precisa en grado extremo su adscripción a la tendencia que podríamos denominar «nueva consonancia» y que otros llaman «música biensonante». No se trata de «vueltas al pasado», sino de recuperar para la música sus funciones sensoriales y comunicativas, su «función afectiva», como gustaba decir Oscar Esplá.
Juega lo armónico y lo tímbrico su papel, sin sometimiento a la armonía funcional, por una parte, y sin «narcisismo» tímbrico, por otra. En definitiva, Cano -como otros músicos jóvenes europeos- devuelve a la música su sentido de «placer auditivo» sin por ello someterse a ningún principio que los tradicionales tuvieron por inmutable. De nuevo y de otra manera, el impulso dionisiaco se enfrenta con el apolíneo, a través de unos procesos coherentes y variados, buscadores de bellezas sonoras, contrastantes, equilibradas, desdeñadoras de todo abuso como de la menor tentación, enigmático. La música está ahí, como la naturaleza, para que la contemplemos en su vivir orgánico. La versión de Ros Marbá y la ONE (que había encargado la partitura) fue limpia y elocuente, y el éxito, grande.
Una vez más, Antonio Ros Marbá expuso su estupenda visión de Dafnis y Cloe, esta vez con la participación del Coro Nacional, preparado por José de Felipe. Si cabe hablar de poética musical, pocas veces se hará con tan justa propiedad como al referirse a los pentagramas de Ravel y a su traducción por Ros, definible desde tres referencias: su propio pensamiento, el de Celebidache y el de Eduardo Toldrá.
Babelia
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