Malasaña
Quizá la interpretación materialista de la Historia esté superada, como dicen los materialistas que no se toman la molestia de interpretar nada, pero yo siempre he dicho que tras los cercos de desprestigio de Malasaña (drogas, sexo, ¿violencia?, rojerío) lo que hay es unas prestigiosas sociedades anónimas que quieren tirar el barrio y edificar su Chicago hortera con moqueta trilateral. Ayer se han manifestado los vecinos de Malasafia contra el derribo de setenta edificios.Coplaco ha modificado el Plan Especial de Madrid y las hormigoneras marcianas zumban ya, como guerreros espartanos y ominosos, en torno a los cafés presocráticos de García-Calvo. Ese barrio, que parece tan enlaberintado de cuelgue, conversa, caballo, enrolle sexual, pgrro, amor y fantasía, lo tienen en realidad muy estructuralizado los que estructuran cosas para luego venderlas en porciones, como si Madrid fuera la vaca que ríe, cuando sólo es un oso panda que llora. Así, los edificios pueden ser integrales, estructurales y ambientales. Yo, el café Ruiz, lo encuentro integral porque integra lo mismo a Haro Ibars que a Geles Hornedo Manuela lo encuentro más estrue tural, dado que el citado García-Calvo, aunque se lo haga de presocrático, no deja de estructurar el aire denso de maría con su palabra catedrática por libre. Y en cuanto a Las hierbas de la abuela, me parece mayormente una cosa ambiental, o sea que hay mucho ambiente, entre el ron de los creps y el perfume anarco de las gachilillas.
Pero es ígual, tíos: la excavadora con dentadura del pleistoceno nos va a masticar a todos juntos, como un variado crep humano con, dulzor Agustin Tena y amarg or Paula Molina, que estas adolescentes violentas tienen el sabor salvaje de la flor hospiciana.
Integrales, estructurales y ambientales son todos en el barrio, no sólo los edificios, sino también la basca y el personal. Hay el tonto integral que va de globo, el poeta estructural que va de muermo y la jai ambiental que va de pamela de fieltro negro y medias de lunares que terminan allí donde empiezan los lunares mismos y naturales de la celeste carne de mujer. Pero hay, sobre todo, unos financieros que ya han echado las cuentas y les salen. Unos doscientos edificios están sometidos a «expedientes con " tradictorios de ruina » y ya se sabe que, en caso de contradicción o duda, nada de abstenerse. Se echa abajo la contradicción y se levanta un apartotel de cristal y aluminio, una cosa entre Caracas y Villanueva del Pardillo, que es lo que va siendo la última arquitectura madrileña, a medida que nos alejamos del Elcorial y de la chabola, máximos hallazgos del urbanismo español de todos los tiempos. Enrique Macías, que lleva esto con mucha marcha, dice que se conceden licencias de obras por simple silencio administrativo. Pero atribuirle silencio, ni administrativo ni conceptual, a Tierno Galván, que sale a tres conferencias diarias más cinco presentaciones de libros y dos inauguraciones de jardines, me parece que forma parte de la campaña antiprofe. En Malasaiía falta espacio, agua corriente, mampostería firme, retretes y un poco de Zubiri, que allí sólo se lee Alan Watts, Bukowski, comics, El señor de los anillos y Carlos Castaneda, el profeta del peyote. En Amsterdam, Londres y Nueva York se conserva lo viejo y se restaura, hasta conferirle el prestigio de antiguo. Aquí, el pasado lo compra Banús por metros cuadrados.
Salvar lo antiguo es lógico y fácil (o debiera serio). Pero el trance de Madrid es salvar lo viejo. Hace falta más sensibilidad para meter en el Museo una vieja máquina de coser singer que un stradivarius. El stradivarius ya va solo. Madrid, precisamente porque no es una ciudad/ stradivarius, sino una ciudad/organillo, sólo puede salvarla el motín de los organilleros. Esquilache, hoy, es trilateral.
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