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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"De doce a dos": un programa nada recomendable

España es uno de los países europeos cuya televisión dedica a los espacios infantiles mayor número de horas. No sería grave ni importante si estos programas respondieran a las necesidades culturales y educativas deseables para el desarrollo integral de los espectadores a quienes van dirigidos. Pero no sólo no cubren dichas necesidades, sino que cada vez parecen estar más lejos de conseguirlo.Al frente del último programa infantil ideado por Televisión Española figura, como máximo responsable, José Antonio Plaza, hombre del que no encontramos precedente alguno como experto o especialista en cultura infantil o juvenil. Los resultados demuestran que tampoco ha adquirido conocimiento alguno con respecto a este tema. La presentación de todo el programa corre a cargo de Rosa Otero y Mayra G. Kemp. Confunden el trato a los chavales como niños tontos -a los que hay que hablar en diminutivo- con el de estar rígidas, acartonadas y soltar un guión aprendido con alfileres. Habría que analizar ciertos presupuestos moralistas que allí se lanzan, peligrosos y antieducativos, como puede ser, a modo de ejemplo, decir a los chicos que los osos panda se reproducen «tras la celebración del oportuno matrimonio ».

No ocurre lo mismo con la presentadora Carmen Lázaro, que trata a través de la emisión de fomentar en los chavales la afición por las plantas y el conocimiento de las mismas.

La actuación de Torrebruno, cuya forma de hablar cada vez peor el castellano debía ser por sí sola un obstáculo para que este hombre no se dirigiera jamás a un público infantil y preadolescente cae en contradicciones a lo largo de la presentación de sus «Roky juegos». Afirma que lo importante no es ganar sino divertirse. Afirmación que nos lleva a otra conclusión muy distinta. Juegos difíciles e inadecuados, que frustran a los chicos a quienes pregunta, a modo de concurso, tras la audición de unas melodías, qué, es lo que han escuchado y a qué países pertenecen esos temas. Los muchachos no contestan o no saben. Torrebruno se ve obligado a regalar algún punto a un equipo, mientras repite que el juego es fácil y sencillo, en un intento de autoconvencerse. Para demostrar que aquello no es una competición, se le ha ocurrido dividir a los chavales asistentes a la grabación en dos grandes grupos cuya misión es gritar y berrear. Los concursos terminan con regalos y con la afirmación de que aquello es jugar en equipo. Pero la presentadora que surge en la pequeña pantalla a continuación destroza una vez más esta suposición, cuando dice: «Tras la competición, pasemos a ver ... ».

El área de lenguaje tampoco tiene desperdicio. Al mal castellano de Torrebruno se añade el chantaje del cuento semanal, programado en dos mitades, al principio y término de la emisión, de modo que el joven telespectador se vea obligado a permanecer ininterrumpidamente ante el televisor De doce a dos. El cuento se ofrece además en versión neutra suramericana. Tampoco habría que olvidar el peculiar acento de Mayra G. Kemp.

La parte musical se limita a presentar a algún grupo de esa serie de conjuntos musicales formados por niños que están lanzando de forma intensa las casas discográficas y a las intervenciones de «Horacio el pinchadiscos».

Los libros son recomendados, no todas las semanas, en un breve espacio que, a veces, se reduce a 110 segundos, con los que se pretende fomentar los hábitos lectores en la población infantil.

El teatro infantil español, que de un tiempo a esta parte se puede vanagloriar de contar con grandes e importantes montajes, aún no ha hecho aparición en este programa, y las compañías de títeres y marionetas españolas, consideradas algunas de ellas entre las primeras europeas, han sido ignoradas por completo. A la hora de hablar de teatro, se han limitado a presentar incoherentemente algo de Doña Rosita la soltera y el teatro de Jardiel.

Los deportes de que se ocupa el programa se limitan a una exhibición en pantalla, sin informar de cómo los chavales pueden llegar a practicarlos si es que, después de observar su técnica, les parecen atractivos.

Los documentales de Aventura submarina, interesantes y atractivos en principio, no tendrán razón de ser si se presentan semana tras semana en un programa que está fallido en otros tantos aspectos.

La parte dedicada a las actividades manuales se limita en exceso a informar superficialmente e ignora que sería muy fácil y conveniente utilizar un medio tan rico como es la televisión para enseñar la práctica de estos aspectos.

La imagen plástica y el dibujo cuenta con un buen profesional de este campo: el ilustrador José Ramón Sánchez, que proporciona otro toque de frescura al programa con sus apariciones personales.

Otros pequeños documentales o curiosidades llenan el programa que tanto esperábamos y nos había devuelto las perdidas esperanzas que ahora, más que perdidas, se hallan muertas.

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