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Tribuna
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De tal palo, cien astillas

La cosa está muy clara. Tras los hijos de la probeta, los científicos nos aproximan a los humanoides reproducidos con papel de calcar. De momento, ya, tenemos tres ratones genéticamente iguales, lo que no deja de ser algo preocupante.Desde hace muchos años, la genética ha sido, como el izquierdismo de salón, un tema de moda; pero la especulación a cargo de los aficionados no transitaba por los rígidos caminos de la ciencia, sino que se limitaba a deambular por la nebulosa de los supuestos y las ansias: « ¡Cómo me gustaría que mi hijo fuese alto y rubio, como Robert Redford, y no una birria, como Woody Allen!», o «esta niña ha salido tan tonta como mi suegra». Es decir, la gente podía. convertir a los blastocitos multicelulares en cómplices para bien, atribuyéndose todas las virtudes intelectuales y estéticas, o para mal, asignando todos los vicios y defectos a la parentela ajena. Más o menos, lo que hacen los Gobiernos a la hora de distribuir éxitos y calamidades en su gestión.

Pese al formidable éxito logrado por los doctores Peter Hoppe y Karl Illmenses con su trío de roedores, lo cierto es que la genética todavía oculta innumerables misterios, consecuencia, en parte, de la actitud de muchos científicos que se niegan a revelar sus experimentos hasta estar plenamente convencidos de la rotundidad de las pruebas. De todas maneras, las perspectivas son alucinantes. En 1970 se pronosticó que antes de finalizar el siglo se podrían obtener duplicados humanos, e incluso series, tan sólo cediendo algunas células del organismo. Ello haría posible las reproducciones a placer, hasta conseguir que el Barça, para poner un ejemplo aséptico, contara en su plantilla con ocho Maradonas. Para los que sueñan con la perduración de la belleza, se podrían obtener doscientos ejemplares de Bo Derek; para los que aman la poesía podríamos perpetuar entre nosotros a una docena de Albertis, Gil de Biedmas, Gerardos Diegos o Espríus, y para los refinados que quieran una síntesis de todo lo hermoso, solicitarían Ana Belén en cantidad para mirarla y escucharla. Como contrapartida, algún lunático podría reclamar réplicas de Gadafi para enviárselas a Menájem Beguin.

Curándose en salud, el biólogo francés Jean Rostand ideó un sistema intermedio que consiste en reproducir de forma múltiple células de hombres muy importantes, con lo cual estos VIP tendrían un seguro contra cualquier accidente, incluido el mortal. En el primer caso se reemplazaría el órgano afectado y, en cambio, en caso de muerte, se sustituiría todo el ser. Si, por desgracia, a Plácido Domingo se le rompen las cuerdas vocales, se cambian por otras y a cantar otra vez Otello; si unos pistoleros le pegan cuatro tiros a Lech Walesa, los muchachos de Solidaridad sacan del siindicato un nuevo Walesa, y a proseguir reclamando el sábado inglés.

Reconozco que todo esto entra de lleno en el terreno de Bradbury y Asimov o, si se prefiere, en el de Mel Brooks, pero teniendo en cuenta las previsiones de Rostad y su asídero científico, conviene tomárselo muy en serio. En cada una de las células del cuerpo humano las verificaciones han demostrado que se hallan todos los elementos para la recreación de un nuevo e idéntico ser. Antes que las rata.s de Illmenses y Hopper existieron las ranas de John Gurdon, un eminente investigador inglés que, tras escoger algunas células del intestino, efectuó una impresionante y complicada obra de cirugía para aislar los núcleos de esas células, pues sostenía que en su interior se hallaba, al completo, el conjunto genético de las ranas. Esos núcleos los implantó en óvulos femeninos no fertilizados, que previamente habían sido destruidos radiactivamente, y el resultado obtenido fue insólito: huevos vírgenes con todos los cromosomas necesarios para una nueva serie de ranas.

Estos experimentos, más aún en seres humanos que en animales, suelen despertar gran expectación. Pero el genetista norteamericano R. Lederberg viene a desinflar el globo del frenesí reproductor. El intuye -intuye muy bien- los serios problemas políticos y económicos que puede crear en el mundo la suelta de grupos o batallones de copias humanas, según se deriven de un centro u otro de poder. Lederberg conjetura que la violencia se desataría ante la aparición de un nuevo racismo aún desconocido por la Humanidad. Contra este terror, los optimistas arguyen que las semejanzas cerebrales de las copias humanas facilitarían el entendimiento entre los hombres, con lo cual resulta que las predicciones de Huxley en Un mundo feliz están a punto de convertirse en realidad. Cuando los partidarios de la reproducción al calco tocan el arte, el tema parece casi inocente, ya que todo el mando quisiera tener su Miró o su Chillida. Para entendernos, Miró y Chillida depositarían todo su talento, todas sus técnicas, en sus duplicados -o quintuplicados-, conjurándose para siempre el peligro de desaparición de artistas universales. Como novedoso, el sistema sí lo es, pero plantea algunos problemas que, supongo, también estarán rondando por las cabezas de los doctores Hopper e Illmenses: el placer sexual y la procreación. Por lo menos, eso espero y deseo.

La inseminación artificial en humanos y animales irracionales no es rara. En Estados Unidos crecen más de 10.000 robustos ciudadanos nacidos mediante la inseminación artificial: todo el mundo conoce a qué altos precios se pagan los espermatozoides congelados de un Hereford «gran campeón » o un pura sangre ganador del Derby. Cuando el doctor Muller, de la Universidad de Indiana, creó los primeros bancos de esperma congelado, no sólo recibió los aplausos del premio Nobel doctor Crick, sino que permitió que el profesor Hafez, de la Universidad de Washington, hiciese una promesa: «Cuando la técnica de preservación de los embriones esté perfeccionada, cualquier mujer estará en condiciones de elegir su descendencia por adopción prenatal, escogiendo entre una lista de embriones congelados en el banco». Si una mujer no quiere afrontar los inconvenientes de la gravidez, podrá delegar en otra madre la tarea de conservar el embrión hasta el nacimiento. Eso significa, en romance paladino, que el hombre y la mujer podrán prescindir de la unión para gestar.

La telegénesis, o sea, la unión de células que acerca a los dadores de diversos países, es un hecho ya; la paleogénesis, mezcla celular producida en diferentes períodos, está al alcance de la mano. ¿Fantasías descabelladas? No tanto, si se considera que la niña de la probeta crece tan contenta en Inglaterra, pese a los malos augurios de los desconfiados.

Una fémina del siglo XXI podrá, si lo desea y no tiene grandes preocupaciones intelectuales, ser madre de un hijo de Roger Moore o Manolo Otero; cientos de Tanias Doris y Raqueles Welchs alegrarán el planeta durante siglos; los desacuerdos políticos del PCE dejarán de existir, y la perdurabilidad de la ideología euro podrá perpetuarse con la existencia de muchos Santia,elos Carrillos; terminarán los problemas del seleccionador nacional, pues tendrá a su disposición otro Arconada en el banquillo y, corriendo por el campo, las correspondientes réplicas de Juanito, Alexanco y Rubén Cano; las corridas de toros serán una pura delicia: 6 toros, 6, para Paco Camino I, Paco Camino II y Paco Camino III». En fin, hasta el ex presidente de UCD hubiera podido copar el cargo a perpetuidad enviando a cada congreso mil copias de sí mismo.

La libertad biológica y la imaginación no tienen fronteras. Mediante la inovulación artificial, un grupo de biólogos norteamericanos introdujo una cosecha de embriones congelados de carneros en el útero de una coneja; enviaron ésta a Holanda, y allí, otros biólogos implantaron los embriones en ovejas. Mientras las verdaderas madres pastaban en el Medio Oeste americano, los carneros vieron la luz junto a los luminosos canales holandeses. Ahora, los científicos nos asombran con un «más difícil todavía».

Se asegura que los seres nacidos por medio de la ectogénesis -gestación en úteros artificiales o conservación en probetas- tendrán índices de inteligencia más altos que las criaturas actuales nacidas ortodoxamente, quiero decir con sangre, amor y pasión. La teoría quedó expuesta por Jean Rostand: «Los biólogos productores de hombres y mujeres construirán generaciones de genios; podrán elegir las proporciones del cuerpo, el color de los ojos e inclusive los rasgos faciales». Tampoco olvida la facilidad con la que se podrá determinar la proporción de la población en la Tierra; el genotipo humano podrá mejorarse y, en ciertos casos, algunos de sus cromosomas podrán cederse a determinados animales -¿gorilas? ¿ballenas?- para enriquecer sus cerebros y acercarlos así a un desarrollo superior.

Quien fue titular del Instituto de Análisis para la Protección de Estados Unidos, el profesor William Bradley, vaticinó un futuro que produce escalofríos. Máquinas de control remoto -teleagentes- se unirán electrónicamente a un modelo humano que transmitirá a sus socios órdenes y sentimientos. Este esclavo todo terreno se utilizará en tareas de alta peligrosidad, tanto en la Tierra como en el espacio. La idea fue perfeccionada aún por los profesores Edwin Johnson y William Corliss, de la NASA: construir réplicas en miniatura de los seres humanos, capacitándolas para introducirlas allí donde el hombre o su réplica de igual tamaño no puedan llegar.

Con esas diminutas copias. las hipótesis que parecían imposibles a la ciencia se están convirtiendo, de la noche a la mañana, en verdades de a puño. Lo que parecía tan sólo ciencia-ficción es ya ciencia a secas, y desborda ampliamente a lo que era, para las mentalidades arterioescleróticas, una realidad inmutable.

No tanta risa, pues, con la triplicación de los ratones.

es diputado de Coalición Democrática por Barcelona.

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