La poesía de Carlos Sahagún
La concesión del Premio Nacional de Poesía a Carlos Sahagún por su libro Primer y último oficio recuerda la ya larga dedicación al literario de quien había comenzado con Profecías del agua, premio Adonais de 1957, cuando contaba veinte años: «En el principio, el agua / abrió todas las puertas, echó las campanas al vuelo »...Si llamaba la atención aquel libro, dentro del simbólico eje agua/vida, eran la desnudez y la evocación desgarrada. Entonces su dualidad tiempo histórico /tiempo personal (muy dificil a veces de lograr) se mantenía con abundantes referencias a la posguerra española y con llamadas a la solidaridad. Por aquellos años, el poeta, que vive como toma de conciencia los sucesos universitarios de 1956, se identifica con el talante ético de Antonio Machado, se aproxima al lenguaje de César Vallejo y a la veta contestataria de Neruda. Pero estos matrimonios, andando el tiempo, con excepción del de Machado, se mantienen más en el plano de la teoría que en el de la práctica poéticas. Eso ha sido la causa de que se etiquete a Sahagún como poeta comprometido o militante, sine die, contando con su aceptación y su definición como tal en las «poéticas» que incluye en distintas antologías. En alguna ocasión lo hace con la prevención del contrayente, que se plantea adecuar -nada más alejado y más a rastras de la teoría del reflejo- su poesía a las exigencias del momento histórico. Y, más adelante, dando pasos a favor de la especificidad del poema: «Con relación a la poesía, considero inútil y marginal el conocimiento de los datos previos subyacentes, biográficos e ideológicos». Así responde el cuestionario de Antonio Hernández para La poética del cincuenta.
A partir de Como si hubiera muerto un niño es cuando los poemas de Sahagún se justifican a sí mismos, actúa con menos insistencia el imperativo moral tal y como aparecía en sus primeros textos. El compromiso con la historia ya no es algo a lo que el poeta se ha de adecuar, sino lo que engasta las visiones del pasado. No tiene por qué hacerse explícita cuando el poema tiende a concentrarse, a desnudarse más, a autoescucharse en lo más hondo.
Esto no quiere decir que Carlos Sahagún prescinda del poema testimonial. Es que la tensión, que sin duda se producía cada vez que se relacionaban el tiempo histórico y el tiempo personal, ha encontrado la única conciliación posible en la memoria, que es el lugar de donde surge el texto: «Aquí empieza la historia. Fue una tarde...».
Desde el anecdotario de infancia que compone su libro primero, este hombre silencioso, este profesor de Literatura que es Carlos Sahagún, busca en sí mismo la noticia exacta, se llega de sí mismo, al tiempo que rescata la su palabra. Alrededor, las obsesivas tardes machadianas -en donde está don Antonio de verdad- y el otro «yo», como paisaje a recuperar; alrededor, también, el agua, la mediadora entre la vida y la muerte, corporeidad de la memoria.
«...Y la memoria, profana / por una sucesión de rostros impasibles, / se despobló, cedió a la escena inmóvil. / Fue entonces cuando, pálida, avanzando / desde la angustia de lo improrrogable, / yo vi una mano liberar el tiempo / aprisionado entre columnas de humo / y, a vida o muerte, como quien se acerca / a una doble inminencia desolada, remontando el olvido duramente, descubría al fin mi origen, mi patria verdadera, / surgida como un mar de incertidumbre / en la penumbra del salón vacío».
Lejos ya la influencia de Vallejo, no es sólo la referencia escénica la que pone a Sahagún en relación con Bécquer. Es también la música, que asoma a sus versos de primer y último oficio a través de Antonio Machado; es la sintaxis becqueriana transmitida en directo o mediando Cernuda. Porque es Cernuda, el poeta del veintisiete, clave para la que se nombra como la «promoción del sesenta», el contrapunto de Machado. Con esa simbiosis, Carlos Sahagún desliza el río de su memoria, que es como una especie de noche oscura y abismal en donde quedan -y cómo- voces de libertad, niños que no se han muerto y tiempo, rescatables por la lengua poética.
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