Leganés
Voy a Leganés, al colegio Francisco de Quevedo, para hablar de Quevedo, cuando mi querido y sabio Lázaro Carreter acaba de decir, entre sabios, que Quevedo es pura literatura, o, más o menos, literatura en estado puro. Voy a Leganés, en la clave del arco del cinturón industrial de Madrid, casi ya el páramo manchego, poblados laborales, campamentos/dormitorios, ciudades de soledad miradas de cerca por el cielo y de lejos por la gran urbe.El colegio, una callada hoguera de cultura entre el campo y la noche. El público, una humanísima aleación de niños, adolescentes, profesores, padres de estudiantes y cultos de los alrededores, del mapa amarillo, industrial y perdido de este ex/Madrid o pos/ Madrid o línea secante del círculo central y centralista que es Madrid en torno a la Cibeles y los casinos con bingo. En tiempos de Quevedo, por aquí empezaba ya el Imperio, la distancia, la lejanía. Aquí no llegaban las joyas de sangre de la Corte y de aquí aún no arrancaba el rucio refranero de Sancho. Tierra de nadie, pues, entre el barroquismo político de Quevedo y el idealismo itinerante de don Quijote. Leganés, como Campamento o los Carabancheles, como Getafe o Cuatro Vientos, «donde da la vuelta el aire», gime de gozos y sombras cuando alguien se acerca, desde los cafés de Malasaña o los minicines exquisitos, para comunicarse con ellos, para escucharles más que para hablarles. Los comentaristas políticos y los partidos piden que Suárez vaya aquí o allá, y ya ha ido o está yendo: al País Vasco o la Patria Galega. Pero a nadie se le ocurre acercarse a Leganés, que está aquí mismo, a Orcasitas, Manoteras o Campamento, al ex/ Madrid industrial, proletarial, que vive el chabolismo verticalista como el verticalismo con chabolas de antaño/hogaño.
Los partidos políticos, el Gobierno, los Ministerios, las Cortes, quién rayos va, viene a ese, este Madrid donde el suburbano muere entre plantaciones de lechugas y nubes de ignorancia. Nadie. Ahora está como empezando a gestarse una carta o cosa sobre la regionalidad o autonomía de Madrid, que es ya rizar el rizo rizado de Ruphert, peluquero que pone guapo al personal/hit. Resulta que Madrid se va a redimir a sí mismo de centralismos madrileños. Esto es el copón de la baraja. Geometría desamparada y desapasionada, entre Máximo y un neorrealismo con algo de pan, algo de amor y un poco de fantasía televisiva, comercial y estatal. Eso son los poblados dirigidos o teledirigidos que rodean o completan el Gran Madrid, esa es la galaxia de ladrillo y tedio, sin otro, plateresco que el de las nubes cambiantes y contaminadas de cada mañana, galaxia cuyo sol central es precisamente, irónicamente, la Puerta del Sol. Un Ayuntamiento, unos ayuntamientos, unas concejalías o tenencias de alcaldía que luchan en vano -cuando luchan- contra los señores de horca y caudillo que gobiernan aún el barrio, feudalmente, desde la tumba, a través de registros y propiedades. Tamames dice lo que dice: «Madrid hay que pararlo». Pero Madrid tiene el inconveniente /ventaja topográfico de que es imparable hacia el sur y casi en todas direcciones, menos el norte, por que el secarral manchego/tala verano, las estepas de burro muerto y cerámica, hacen interminable la edificación, la especulación, el desarrollo infradesarrollado y los sucesivos cinturones industriales, rojos, de miseria o agricultura negra de la muerte.
Leganés. Aquí de don Francisco Gómez de Quevedo, que no le he traído yo a él, que me ha traído él a mí, más el dibujo donde los niños me sacan vestido de Quevedo con bufanda, y una hoguera de palabras e imágenes que mantengo cansadamente en la noche de los tiempos madriles, estepa castellana de la Mancha central, sólo porque nos calentemos un poco con el fuego verbal del clásico /barroco, fuego que templa a todos, aun cuando no a todos -ay- pueda iluminarles. Miré los muros de la patria mía, don Francisco: la patria era Leganés.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.