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Debate entre historiadores y mujeres sobre la ambigüedad de Azaña ante el voto femenino

El voto femenino en la II República, el caluroso debate parlamentario y la conmoción de la opinión pública que precedió a su concesión en el otoño de 1931, y la ambigua postura de Azaña ante el papel político de la mujer, fueron materia de una de las mesas redondas-coloquio celebradas al sesgo del centenario de Manuel Azaña y el montaje de la representación de La velada en Benicarló.

Manuel Aragón, catedrático de Derecho Político; Rosa Capel, profesora de la Universidad Complutense, autora de un libro sobre el tema del voto de la mujer; la escritora María Aurelia Capmany; Mabel Pérez Serrano, subdirectora general de la Mujer, y Santos Juliá, profesor de la UNED, participaron en el debate, el miércoles pasado, en el teatro Bellas Artes. Javier Tusell, que debió intervenir en calidad de catedrático de Historia, tuvo que ausentarse para resolver una gestión relacionada con el Guernica, de Picasso.«Yo creo que es una atrocidad negarle el voto a la mujer por sospechar que no iba a votar a la República». Esta frase de Azaña que citó Manuel Aragón refleja la actitud que éste mantuvo ante la cuestión del voto femenino. Pero sólo parcialmente, pues, como señaló el profesor Aragón, tal afirmación del presidente de la República, consecuente con su espíritu progresista y honestidad política, contrasta con sus reservas interiores, ya que personalmente tenía en poco aprecio la función que la mujer podía desempeñar en los quehaceres públicos.

La sardónica descripción que figura en los escritos de Azaña de las discusiones entre Clara Campoamor y Victoria Kent -las dos únicas diputadas de las Cortes republicanas que se enfrentaron precisamente a favor y en contra de la concesión del voto a la mujer sin restricciones-, la exaltación del personaje de Pepita Jiménez en su estudio sobre esta novela de Juan Valera o el pobre papel del único personaje femenino de La velada de Benicarló son muestra de esa peculiar misoginia ilustrada y azañística que se descubre también en algunos sabrosos comentarios del presidente que recogen sus biógrafos. «Estaba mejor rodeado de jamonas en el Ateneo», dijo en uno de sus mítines, al que asistía un grupo de mujeres intelectuales de la época, o la manifestación que hizo en cierta ocasión del buen recuerdo que guardaba de las putas de su mocedad, plasmada por su cuñado RivasCheriff en Retrato de un desconocido.

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