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Situación explosiva en Nápoles con la llegada de los refugiados del terremoto

Juan Arias

Entre los innumerables problemas que plantea el desastre del terremoto en las regiones italianas de Campania y Basilicata, uno gravísimo es el de la ciudad de Nápoles, donde la situación podría explotar de un momento a otro. Son exactamente 50.000 las personas que viven sin casa, 8.000 pisos a los que no se puede entrar, porque han sido considerados peligrosos, funciona sólo el 5% de las escuelas, ya que la mayor parte han sido ocupadas por los damnificados. El alcalde comunista, Valenzi, ha lanzado un grito de alarma.

El tráfico paraliza la ciudad. La gente, después de tantos días viviendo al descampado, tiene los nervios rotos y echa abajo las puertas de las casas vacías y de los edificios públicos. Se habla de niños y ancianos muertos de frío y de principio de epidemia. A veces se trata de voces que desean aumentar la confusión, afirman en el Ayuntamiento.Y a todo esto se añade la acción de los chacales y de la camorra, que se aprovechan de la situación de emergencia para hacer sus cálculos. Más de cincuenta han sido ya encarcelados porque robaban el material reservado a las víctimas del terremoto y lo vendían de estraperlo, o bien aumentaban hasta el 200% los precios de los artículos de primera necesidad, como pan y leche. Hubo hasta tiros entre los diversos capos de la mala vida, porque se había dado a una empresa en vez de a otras controladas por ellos la posibilidad de vender al Gobierno, por ejemplo, miles de mantas.

En los hoteles requisados por la autoridad para alojar a los pocos centenares de damnificados que han consentido abandonar el lugar del seísmo, se boicotea todo lo posible e imaginable. El propietario de uno de los hoteles sufrió hasta un infarto, del dolor que le causó el tener que dejar su hotel a disposición de las víctimas: «Con lo que el Gobierno me pagará», había dicho, «no me bastará ni para limpiar las habitaciones cuando esta gente se vaya de aquí». Las mujeres tienen que calentar los biberones para los niños en los radiadores de las habitaciones. Los niños, estos niños duros de montaña, gritan que tienen hambre.

Las autoridades están alojando a los napolitanos sin casa en una serie de naves ancladas en el puerto, en cientos de vagones del ferrocarril y en edificios públicos. Pero, todo es poco y la situación higiénica se está haciendo alarmante en una ciudad que ya en tiempos «de paz» tiene problemas gravísimos.

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