China: el triste juicio de los "cuatro"
El juicio contra la llamada banda de los cuatro engloba -muertos Mao Zedong y Kang Sheng- a los más significados representantes de aquella que fue llamada, sin demasiada fortuna en la traducción, «gran revolución cultural proletaria» de China.No se trata aquí de recrearse en aspectos tales como la tardanza en la conclusión del sumario (que las actuales autoridades chinas han justificado achacándola al hecho de que los acusados se negaban a reconocer sus crímenes) o como la evidente falta de garantías jurídicas a que se han visto sometidos los inculpados.
Han sido unidos en el banquillo de los acusados los componentes de la llamada banda de los cuatro o grupo de Shanghai con aquellos otros que comparecen ante los tribunales acusados de haber conspirado en 1971, en compañía del entonces vicepresidente Lin Biao, contra la vida de Mao Zedong. ¿En razón de qué se ha llevado a cabo este extraño maridaje? No se ha avanzado ni siquiera un amago de explicación: se ha optado, lisa y llanamente, por la técnica de la amalgama, vieja acompañante de todos los procesos de represión política arbitraria.
La actual dirección del Partido Comunista y del Estado chinos acusa a los cuatro de haber perseguido, durante la revolución cultural y en los años posteriores, a cientos de miles de responsables políticos del partido y el Estado, acarreando la muerte de unas 35.000 personas. Esta es la primera acusación principal.
No se han dado detalles sobre, ella, es cierto, pero sí se han hecho algunas especificaciones que resultan ser altamente reveladoras. Así se ha precisado que entre estos perseguidos ocupan un lugar destacado el antiguo presidente de la República (el fallecido Liu Shaoqi) y el actual factótum del régimen, Deng Xiaoping. La acusación toma con ello tintes desconcertantes, cuando se sabe que ambos fueron perseguidos en su día, en tanto que principales representantes de los zu-zipai (dirigentes tachados de «degenerados»), por decisiones tomadas colegiadamente por el Comité Central del Partido Comunista de China. Liu Shaoqi fue condenado y expulsado de por vida del PCCh, también por decisión del IX Congreso de dicho partido, al que acudieron como delegados muchos que hoy ocupan altos cargos en la dirección china. En lo relativo a Deng Xiaoping, ¿cabe olvidar que fue el propio actual presidente, Hua Guofeng, el que lanzó contra él los más agraviantes vituperios (contrarrevolucionario burgués, degenerado, etcétera) en el discurso que pronunció durante las exequias fúnebres de Mao Zedong?
Este aspecto de la acusación hace albergar fundadas sospechas de que los actuales dirigentes chinos estén lanzando sobre los cuatro acusaciones que pueden referirse en muchos casos a la actividad desarrollada no sólo por éstos, sino por todo un colectivo dirigente, en el que se integraban igualmente muchos otros altos responsables, comenzando por el mismo Mao Zedong. O dicho de otra manera: quienes fueron víctimas de la revolución cultural, hoy llegados a la cumbre del poder en China, utilizan a los cuatro como chivos expiatorios sobre los que descargar sus ansias de rehabilitación.
Los cuatro son igualmente acusados de haber conspirado para tomar el poder y de haber preparado un levantamiento armado en Shanghai para responder a su evicción política tras la muerte de Mao Zedong.
En realidad, el período que se extiende desde la agravación de la enfermedad de Zhou Enlai hasta la muerte de Mao Zedong se caracterizó por la generalización de los preparativos de las diversas camarillas políticas presentes en la dirección del partido y del Estado, con vistas a conquistar el poder.
Fue el grupo de Hua el que rompió; el equilibrio de fuerzas existentes en la cumbre china, al declararse unilateralmente «heredero» de Mao y «depositario de su voluntad última, obligando a «los cuatro» a reaccionar contra él. Todo conduce a pensar que, conspiración por conspiración, Hua había llevado las cosas aún más lejos que «los cuatro, procurándose el apoyo de los seguidores de Deng Xiaoping, fuertes entonces en el aparato económico y en las relaciones exteriores, pese al apartamiento oficial de su jefe.
Dicho en pocas palabras: los actuales dirigentes de la República Popular conspiraron tanto o más que «los cuatro» para hacerse con el poder. El verdadero «crimen» de «los cuatro» no fue entonces conspirar, sino haber fracasado en su conspiración. Fracaso que se extiende al intento de «levantamiento armado» en Shanghai: era ésta la cuna política de tres de ellos, y es lógico que esperaran de su plaza fuerte obrera una respuesta máxima. No llegaron a lograr siquiera iniciarla...
Aspectos reveladores
No parece, de ningún modo, excesivo atribuir a este que llaman «juicio del siglo» el carácter de un gran arreglo de cuentas disfrazado con pobres velos jurídico-formales. En la persona de «los cuatro », es de hecho la Revolución Cultural, y simbólicamente el propio Mao Zedong, los que están sentados en el banquillo de los acusados. Sus enemigos de ayer, hoy victoriosos, se cobran venganza.
Pero es lícito pensar que el juicio contra «los cuatro» es algo más que eso. Resulta evidente que su realización supone un afianzamiento superior de las Posiciones de la «derecha histórica» del comunismo chino, hoy simbolizada firmemente por Deng Xiaoping, y que este afianzamiento se hace a costa de las posiciones de aquellos que en el pasado tuvieron actitudes que hoy pueden ser interpretadas como «dudosas» o «ambiguas»: caso principal del actual presidente, Hua Guofeng, y de un sector importante del aparato militar, e incluso administrativo, que sirvieron durante años de comparsa, así fuera reticente, a la actividad política e ideológica de «los cuatro». El juicio contra «los cuatro» los convierte objetivamente en rehenes políticos del grupo de Deng.
A otro nivel, el juicio contra «los cuatro» viene a revelar el carácter político del actual equipo dirigente chino. Su fascinación por los esquemas económicos, sociales y culturales del Occidente capitalista -cuya «eficacia» tantas veces ha loado Den Xiaoping por oposición al «igualitarismo» atribuido a «los cuatro»- se combina con el reforzamiento de las fórmulas de control político y las prácticas restrictivas de las libertades.
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