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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Crimidesa

El pelo encendido en pobreza, los peinados que mimetizan desde Cerezo de Riotirón un travoltismo triste ya pasado en Madrid, chalecos negros sobre la camisa blanca, como de una epopeya ferroviaria y romántica; suéteres, lanas tejidas por las agujas gordas de la aldea, canciones mineras, Marutxiña, «mirá, mirá cómo vengo, Marutxiña, mirá», el vino negro de la cena temprana y los puros baratos que ponen áspero el aire con su humo. El comité de huelga de los trabajadores de Crimidesa, Cerezo de Riotirón (Burgos), memora a Santa Bárbara ahora que truena la democracia y duermen, aquí en Madrid, en un local grande y subterráneo, camino de Vallecas, se acuestan temprano, como es costumbre en la mina, y madrugan, los más espabilados, para hacer gestiones en el Ministerio, en el sindicato, en la cosa. He cenado con ellos y he leído la carta que, por fin, ha producido la formidable y espantosa máquina ministerial, explicándoles que, ante todo, hay que salvar la mina, que está siendo devorada por la sal. Pues claro que hay que salvar la mina. Y la mina vieja y pródiga que es España, devorada por la sal letal del terrorismo y el absentismo, antes de que el filón burgalés sea una estatua de sal, una mujer de Lot, bíblico/ democrática, que mire hacia atrás, eternamente, este quinquenio liberal de nuestra Historia. El concejal de Moratalaz, que está a mi lado, me lo dice:-Sabemos que la crisis es real, que no podamos cargarnos las empresas con exigencias excesivas, pero también sabemos quién nos engaña o quiere engañarnos, y reivindica hay el suelo de Madrid para el pueblo, en una demagogia hipócrita, cuando los viejos terratenientes de Carabanchel y Getafe hicieron toda clase de negocios con los constructores.

«Mirá, mirá, mirá, Marutxiña, mirá cómo vengo». Los mineros de Cerezo de Riotirón, una aldea perdida entre labriegos, campamento de hombres que trabajan la mina en una zona agrícola, ínsula de es fuerzo y pana que encuentra solidaridad en las cocinas, pero no la reacción en cadena que se hubiera producido en una amplia cuenca minera. Crimidesa: ni un nombre comercial ni una persona jurídica ni una firma industrial: Crimidesa es ya el emblema perdido y tardío, voluntarioso y solo, de un Fuenteovejuna minero que se ha venido a Madrid, todos a una, echando un pie delante de otro, con más épica que política, y que aguanta la huelga (siempre la primera víctima es el huelguista), el hambre, el sueño, la distancia, la pesada mano de la gran ciudad sobre el hombro adolescente del niño que es minero casi antes de ser persona. El poeta Carlos Alvarez me cuenta que le han rechazado un libro para el Premio Nacional de Poesía por una sutil diferencia entre «requisito de carácter formal» y «requisito legal establecido», lo cual es volver a debatir el sexo de los ángeles custodios de la tardoburocracia por parte de los lentoburócratas de Iñigo Cavero. Se para un libro, se para una mina, se para la vida, cenamos lo que hay, unos cangrejos de río y unos pimientos colorados, con los mineros de Crimidesa, y la sal de vorante, llena de perniciosos puñalitos, va cristalizando inversamente el cuerpo rudo de España.

Ni demagogia minera ni política de izquierda/derecha: sólo veo en esa mina de Cerezo de Riotirón la España que es toda España, o, afinando más, el filón democrático en el que tenemos que trabajar todos corno un solo hombre, como un solo, minero, sacando al sol y poniendo en manos de la luz lo que no puede ser pequeño patrimonio unifamiliar. «Mirá, mirá, mirá Marutxiña, mirá cómo vengo yo». Burgaleses de canto y caminata. Cruda estrofa de hombres que Madrid no sabe recitar. Cuerpo atezado de España. No un problema laboral o sindical, sino una metáfora nacional. «Mañana volveremos al Ministerio, a ver qué hay de lo nuestro».

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