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"La política era para Azaña el arte de traducir"

Conferencia de Tierno sobre el último presidente de la República

«Azaña entendía la política como un arte de traducción: sacar las cosas y los hombres de sus alvéolos oscuros y verterlos a la luz. Esta tarea de iluminar e ilustrar es similar a la del traductor. Intentó traducir España, sacarla de la oscuridad y murió en el empeño», dijo Enrique Tierno, alcalde de Madrid, en la conferencia que pronunció el jueves pasado, última del ciclo dedicado a Manuel Azaña por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento, que versó en torno a esta faceta menos conocida del autor de La velada en Benicarló.

El profesor Tierno hizo un repaso cronológico de las obras traducidas por Azaña a lo largo de su vida, induciendo, a través del contenido de éstas, algunos rasgos psicológicos de la personalidad de don Manuel, a quien juzgó «mejor traductor que Unamuno, quien puso menos esfuerzo y responsabilidad idiomática en ello, mejor que Besteiro e incluso que Ortega».Simón el patético, de Giradoux; Gaspar, de René Benjamín, historia humorística de la guerra europea que asocia lo trivial a lo dramático; las Memorias, de Voltaire; Cinco marcos, de Alfred de Vigny, y Las confesiones de Clemenceau de Jean Martet, fueron los títulos franceses que tradujo Azaña, junto a La esfera y la cruz, de Chesterton, y dos deliciosos libros de Borrow, La Biblia en España y Los Zincali.

Es en estos dos últimos singulares relatos, de los que el conferenciante leyó algunos fragmentos, donde las facultades de Azaña como traductor -especialmente como traductor de diálogos- llegan a su cénit y se plasman en una prosa tensa, clara e impecable.

¿Qué motivo llevó a Azaña a traducir precisamente esta heterogénea serie de obras y a qué respondían sus silencios entre una traducción y otra?», reflexionó el profesor Tierno la lo largo de su exposición. «Dedicarse a traducir es un modo oblicuo de encontrarse a uno mismo. El traductor se olvida, de sí, se justifica y aleja de su intimidad», dijo Tierno. «En este sentido, traducir es como anestesiarse, y en determinados momentos significa una evasión de la realidad opresiva, que Azaña debió buscar, pues sentía cierta aversión por el mundo real, frío, hostil y cruel que le tocó vivir».

«La diferencia entre el Azaña traductor y el ilustrado es la de precisamente en que el ilustrado no odia la realidad, aunque ambos concluyen en la misma acción esclarecedora», añadió. «Descontento de su depresión física y del entorno que le rodea, don Manuel encuentra en la traducción un modo de ponerse a refugio delas cosas y estar a la vez en ellas, pues cuando se traduce se es pragmático a la fuerza».

La extraordinaria capacidad de Azaña para traducir diálogos y cierta vocación soterrada de periodista o reportero, como él decía, fueron otros aspectos que analizó el profesor Tierno a propósito de la traducción que realizó de Las confesiones de Clemenceau, un libro en forma de entrevista.

Por otra parte, ayer fue colocada una placa conmemorativa de la estancia de Manuel Azaña en el segundo piso del edificio del número 40 de la calle de Serrano, de Madrid. El alcalde de la capital presidió el acto, con el que se culminan oficialmente estos homenajes públicos. Azaña vivió en varias casas de Madrid; la de la citada calle de Serrano fue una de ellas.

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