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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El congreso de la Internacional Socialista

EL XV Congreso de la Internacional Socialista fue inaugurado ayer, en Madrid, con un discurso de Felipe González, en su doble condición de vicepresidente de la Internacional Socialista y secretario general del PSOE. La elección de la capital española como sede de esta reunión no es sólo un homenaje a nuestra nueva democracia, a cuyo establecimiento contribuyeron los socialistas europeos con generosos esfuerzos, sino que también simboliza el mayor acercamiento de la Internacional a las realidades de la Europa del Sur y a los países latinoamericanos.Este XV Congreso muestra rostros y actuaciones que difieren notablemente entre sí, en función de los contextos nacionales, la situación geopolítica y las propias tradiciones de cada partido. Y todas esas actitudes difieren, a su vez, del modelo original, incapaz de explicar las nuevas condiciones de vida y de lucha del mundo contemporáneo. El crecimiento exponencial de la ciencia y la tecnología, las transformaciones de la sociedad en el capitalismo avanzado, la derecha cada vez mayor entre las islas de relativo bienestar del mundo desarrollado (ahora también amenazadas por la crisis) y el Tercer Mundo, la escisión comunista después de la revolución de octubre, la división del planeta en bloques controlados por las dos superpotencias y la consolidación de ese nuevo modo de producción autodenominado socialismo real y basado en la asignación autoritaria de los recursos y la negación de las libertades son algunos de los más llamativos elementos -entre los muchos que se podrían inventariar- que obligan a los socialistas a alejarse necesariamente de buena parte de sus viejos modos de pensar y a buscar otros nuevos.

Como cualquier doctrina política, la práctica del socialismo se ha ido alejando progresivamente de sus teorías fundacionales; pero cuando la práctica desmiente a la teoría, es ésta la que debe ser modificada, y no aquélla la que debe ser sometida a la tortura escolástica del lecho de Procusto. Los socialistas mantienen vinculaciones con sus tradiciones ideológicas, pero es la lealtad a una ética y a una manera de ser lo que mejor puede asegurar la continuidad de sus señas de identidad.

El XV Congreso de la Internacional Socialista se plantea una redefinición de sus objetivos para la década de los ochenta, tan fácil de establecer en el universo de los enunciados abstractos como difícil de instrumentar en el terreno de la práctica política. Entre los socialistas de un país rico y los socialistas ele un país pobre hay casi tantas diferencias de necesidades y exigencias como las que pueden existir entre los ricos y los pobres de una colectividad nacional de escala media. Aquí radica, mucho mas que en los debates escolásticos entre doctrinarios fundamentalistas, el foco de esas escisiones y conflictos que jalonan la historia de los partidos y movimientos socialistas. En esta servidumbre del socialismo reside, sin embargo, también su grandeza, a condición de que esas diferencias en las pautas ce comportamiento y de valoración produzcan finalmente más sumas que restas.

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Las contribuciones de Felipe González y los dirigentes del PSOE a ese debate podrían ser de una enorme utilidad no sólo para el socialismo internacional, sino también para el propio socialismo español, que se ofrece en estos momentos como un microcosmos de todos los problemas de esa familia ideológica. Las contradicciones entre obrerismo y sector terciario, entre zonas industrializadas y territorios subdesarrollados, entre unidad estatal y particularismos nacionalistas, entre estrategia de oposición y Gobierno de coalición, entre sentido ético y profesionalismo político, entre dirección y bases, entre posiciones de principio y oportunismo electoralista o entre la apuesta en favor de la sociedad y los deseos de enmadrarse en el aparato estatal son simples variantes locales de problemas comunes a los socialistas en el mundo entero.

El discurso de Felipe González en la jornada inaugural del XV Congreso de la Internacional Socialista, convocado bajo el lema Paz, libertad y solidaridad, se ha ocupado en buena parte de la transición española y de la preocupante coyuntura de este sombrío otoño, cargado de malos presagios, ensangrentado por el terrorismo y agobiado por la crisis económica y el paro. Pero el secretario general del PSOE también ha mostrado una elogiable sensibilidad para grandes temas que trascienden nuestros problemas, en ocasiones provincianamente convertidos en árboles que no permiten ver el bosque. Su diagnóstico de la situación internacional no es tanto pesimista como lúcido: «La paz está amenazada, la libertad sigue siendo excepción y la solidaridad es escasa en el mundo». De añadidura, la Internacional Socialista «se va a encontrar en una encrucijada difícil» en un momento «en que el avance de las fuerzas reaccionarias es mayor». La honda preocupación de Felipe González por las consecuencias, para Latinoamérica en general y para Centroamérica en particular de la victoria electoral de Reagan habla mucho en favor del líder del PSOE y de la sinceridad de sus compromisos con aquellos países. Pero la exhortación a «demostrar la fuerza de los socialistas en el mundo», pues «una actitud tibia de los socialistas sólo produciría un sentimiento de desamparo en otras fuerzas que luchan por su libertad», queda necesariamente enmarcada en ese llamamiento a «la prudencia y al realismo» que los partidos de la Internacional Socialista, algunos en el poder y vinculados a la hegemonía estadounidense, forzosamente han de incluir, les guste o no, en sus planteamientos estratégicos.

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