La muerte de Pasolini

Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Pier Paolo Pasolini. Sin aclarar del todo aún las horas confusas de aquella noche ya lejaría en la playa de Ostia, que acabarían con el descubrimiento de su cuerpo destrozado y la detención del joven Giusseppe Pelosi, su final nos arrastra a este Accattone, primer filme de una carrera en la que resulta difícil separar vida y obra, pasión y forma, evocadas con su solo nombre.Pues Accattone nos lleva hasta ese bajo mundo por él denunciado en sus escritos postreros y en sus primeras imágenes cinernatográficas, universo desesperado de ragazzi di vita, ya desaparecido en los años cincuenta. Marginados cuando no enfrentados a un modo de vivir nacido a la sombra de un repentino bienestar económico, estos chulos, ladrones, vagos y prostitutas, creadores de un modo de vida particular, acabarán, como el protagonista de la historia, hallando reposo y satisfacción definitiva en el abrazo imprevisto de la muerte. Pasolini, en sus últimos años, fue uno de los realizadores más ensalzados en Italia, mimado por la crítica, justamente por las agudas controversias que sus filmes provocaban. Este que ahora nos llega, con el retraso acostumbrado, también alzó protestas, entre razones, porque el autor no era ningún desconocido debutante. Su lógica inmadurez técnica le hizo destacar frente a la falsa solidez habitual y el uso de actores no profesionales fue interpretado por algunos como un retorno al neorrealismo por entonces camino del ocaso. Y, sin embargo, hay en él una contradicción constante entre la realidad y una búsqueda de formas que se remonta a los pintores clásicos.

Este antagonismo, reflejo fiel de la personalidad del autor, cristiano en un principio y marxista con Gramsci, le llevará a la violencia, no física y superficial, sino esa más profunda o íntima en la que él mismo aseguraba hallarse tan a gusto como un gato. Toda ella puede encontrarse en esta historia, en su aspecto documental y en su denuncia muy dentro del estilo de la época, en su fascinación por un ambiente donde sexo, comercio y ruina, se consumen, como el autor, camino de las playas y las noches de Roma.

Cuando la pequeña pantalla dio a conocer este Accattone, la misma clase retratada no se reconoció a sí misma por la simple razón de que había sido borrada hacía ya mucho tiempo. Eran los años de «Saló», y el mismo Pasolini, autor maldito, en busca de un paraíso que nunca hallaría intentaba inventarlo como los héroes de sus libros: un lugar donde sólo necesitara pan y amor. El pan llegó pronto con sus primeros éxitos cine inatográficos; el amor, a la sombra de encuentros solidarios.

Todo esto se adivina en esta vicia película donde ilteratura, cine y Bach evocan, a un tiempo, primeros poemas, una vocación pictórica frustrada evidente en tantas secuencias como en el disfraz de los Cuentos de Canterbury, afán de controversia y ese gérmen que a la postre llevará al autor a su propia destrucción haciendo declarar a Antonioni, a propósito de su muerte: «Es la víctima de sus mismos personajes, una tragedia perfecta, prevista en sus diversos caracteres, sin saber que un día acabaría por arrastrarlo a él también, más allá de sus propias previsiones».