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Las dos caras del humor Eugenio y Raúl Sénder

Después de Gila, el desierto. Pero algunos se empeñan en buscar el oasis bajo la arena. Y el catalán Eugenio hasta lo encuentra, a base de voz bronca y gestos sosos, sobre la escena de Florida Park. En cambio, Raúl Sender, presente en Xenon-Disco, escarba a cuatro manos y no halla ni una gota menguada de humor.Jadeante, adherida a un cigarro interminable, la voz grave de Eugenio empaña las rotundas gafas de su impasible dueño, resbala por sus barbas y salpica, de paso, a todo oyente, que mira de reojo a su vecino para saber si hay que reírse o no. Hay desdén apacible en esta turbia retahíla de chistes; casi estúpidos, disfrazados de insulsa sacarina, a la postre crueles bajo el paraguas desorientador (le un fuerte acento catalán: «¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Un negro! Van y lo atropellan. Y diu:-"¡Hosti, qué susto! Creí que no le habías visto!

Se ríe Eugenio lúgubremente de sus paisanos: catalanes, gallegos, asturianos, madrileños y andaluces. Evita lo político, donde ya es dueño y señor Pedrito Ruiz. Lo suyo son los viejos chistes, cortos, casi impalpables, gansos y «crueles como la vida misma.» Da así una imagen tan doméstica, tan de gracioso oficinista que le alegra la vida a sus colegas, tan de hermano mayor dotado pata la gamberrada inofensiva y tan ex seminarista atraído por las cosquillas bajo el púlpito, que consigue al instante el halo insólito de la genialidad por libre.

Para colmo, juega a humilde, a excedido muchacho sin más meta que lo que saca de la boca, a personaje secundario que quiere despedirse nada más llegar: «Déjenme ir». Y no lo dejan. Es como un Sartre de andar por casa, dispuesto a flagelarse para que el personal le grite: «¡Nooo!» Y él: «Muy amables». Sin creérselo, sin pedir que nadie se lo crea, sin más armas que la opacidad.

Ese luto existencialista le sienta bien. Como va de huérfano sin causa, puede reírse de los minusválidos, de los maños y hasta de la divinidad. Su dolor misterioso hace que todo se le perdone. Y él se aprovecha a tope. Finalmente, cuando ya el público ha dejado de creer en sus amenazantes despedidas, coge y se va. Igual que vino: desganado, titubeante y oscuro.

Queda el tipo de miedo en su falso papel de gallo gris.

Plumas, luces y color

La otra cara del patrio humor nos la ofrece Raúl Sender. Aquí abundan los ricos colorines, estrellas plateadas, luces parpadeantes y «bailarinas en la pista/para alegrarles la vista». Los numeritos musicales adoban el corto ingenio de este humorista calvorota, «bajito y normal», que confiesa desde el principio: «Me atrevo con todo». ¡Pero cómo se atreve! Mediante un espectáculo de sal gorda ataviada de cosa fina.A palo seco, Sender es insoportable. Cuando se maquilla y se entrega a estrafalarias imitaciones, el suplicio es más llevadero. Una de sus parodias tiene por base el concurso televisivo Gentejoven. El concursa en plan único, polifacético, polideportivo y polivalente. Es un viejo paleto que canta coplas verdes y toca el pito. Es Mari Pili Conejo Rubio, Pilila para los amigos, que recita un poema titulado Violada en el recreo. Es un bailaor flamenco, apodado El Pilongo, que taconea sentado este cantar improbable de los hermanos Murciano: «Teniéndome tan a mano,/ y mi mujer me engañaba / con el tío del butano». Es Lisa Putié, argentina que le da al tango ante el micrófono y ante lo que sea.

Ya irán viendo. Pues imagínense todo eso entrecortado por bailarinas emplumadas o vestidas de marinero, entregadas al frenesí de la denuncia patriótica: «Esos moros traicioneros / se están poniendo las botas / capturan nuestros veleros / y nos hinchan las pelotas».

La cara de Sender es una trasnochada y hueca cruz. Atreverse no es poder.

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