La extraña guerra de Oriente Próximo
Es inquietante y oscura en sus motivaciones la guerra que mantienen desde hace tres semanas Irak e Irán. Contra el pronóstico dominante, no hubo campaña relámpago que permitiera al Ejército iraquí alcanzar en pocas horas sus objetivos esenciales en el estuario de Chat el Arab. Tampoco se derrumbó, como anunciaban los expertos, la resistencia militar iraní. La lucha parece haber entrado en una fase de relativo equilibrio, con un saldo considerable de pérdidas humanas y destrucciones importantes de la infraestructura petrolera Irán ha dejado, prácticamente, de ser un país exportador de crudo. Las exportaciones de Irak también se hallan bloqueadas por el conflicto. Hasta ahora tal es el único balance concreto de la guerra que amenaza con incendiar en forma generalizada la volátil y combustible región del mundo de cuyo subsuelo vive hoy día la civilización desarrollada del Occidente industrial.¿Ha sido una total sorpresa esta guerra para las grandes potencias? Cuesta trabajo creerlo. Como por ensalmo, Occidente, en su totalidad, había adquirido reservas de petróleo para varios meses y sobraban crudos disponibles en los mercados de Europa y América. Algún indicio seguro puso en alerta a los grandes consumidores.
Otros datos significativos: el despliegue, en dispersión, de buena parte de la fuerza aérea iraquí en los aeropuertos de naciones árabes simpatizantes del golfo y en los de Jordania, con objeto de protegerlos de los eventuales ataques de la aviación enemiga. La subida inmediata de las cifras de extracción del crudo de los yacimientos de Arabia Saudí y de otros países productores para compensar la carencia de los suministros procedentes de los beligerantes. Todo parece concertado como en un rigodón comercial y diplomático de alta y silenciosa escuela. Hay sí, en efecto, gestiones mediadoras visibles a cargo de diversos protagonistas, hasta ahora con resultado negativo: Waldheim, el presidente paquistaní, el líder palestino, el Gobierno francés. Pero, mientras la batalla sigue, observada minuciosamente por los modernos instrumentos electrónicos espaciales de las superpotencias, ha empezado el activo juego de las tomas de posición posbélicas; las grandes maniobras de otoño.
Hasta ahora, el conflictivo panorama del Oriente Próximo petrolero era, dentro de su inmensa complejidad, un campo cuyas líneas de tensión controlaba en último término Occidente. Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña mantenían en distinta medida sus vínculos políticos, económicos, estratégicos y militares con las diversas y encontradas naciones islámicas de esa decisiva área de poder de nuestro mundo actual. El hundimiento del imperio del sha puso en movimiento el tablero de ajedrez de la zona siempre en equilibrio inestable. La invasión de Afganistán fue la primera jugada de apertura a través de la cual la Unión Soviética manifestó su voluntad de hacerse presente en lo que viniera después. Ahora, con ocasión de la extraña guerra. intermusulmana del golfo Pérsico, ¿qué nuevos y sorpresivos alineamientos cabe esperar?, ¿cuánto tiempo tardaremos en conocer los verdaderos objetivos? Y, sobre todo, ¿qué propósito final puede desprenderse de este embrollado y peligroso pleito?
Hacia un conflicto prolongado
La guerra puede alargarse mucho tiempo, estiman los expertos. Pero ello es tanto como decir que han de existir apoyos exteriores a cada contendiente que permitan continuar la lucha. La guerra moderna convencional no es en esencia sino disponibilidad continua e inmediata junto a las unidades combatientes, de combustible, munición y piezas de recambio. El implacable consumo y destrucción del material pesado y sofisticado requiere un sistema logistico de acarreo y la existencia de un inmenso almacenamiento de reservas. Nada de esto pueden hacer los dos contendientes si no se renueva el almacén. Irak disponía de suministros soviéticos y, en alguna medida, franceses; Irán, de material ultramoderno americano. ¿Cómo seguir adelante en una guerra sin tener detrás asegurada la cadena de repuestos variadis imos e inacabables que requieren las unidades de combate?
La apuesta soviética
Irak era una de las apuestas de la política soviética en el Oriente Próximo juntamente con Siria. Pero ahora, se filtran noticias que afirman la existencia de una oferta formal de asistencia militar de la Unión Soviética al Gobierno de Irán. Sería tanto como tomar partido por uno de los contendientes. Y contradictorio con el compromiso tomado por Breznev con Carter. Si se confirmara la existencia de estos nuevos y más estrechos vínculos soviéticos con Siria -que a su vez se halla en proceso de unirse políticamente a Libia en un solo Estado- veríamos dibujarse un nuevo sistema de poder, con presencia mediterránea que alteraría el precario equilibrio existente y catalizaría de forma espectacular y rápida una alianza entre las restantes naciones árabes de la zona en apoyo de Irak. Estados Unidos, ¿podría quedar al margen de ese movimiento? Es evidente que no. ¿Y los acuerdos de Camp David? ¿Y el acercamiento egipcio-israelí? ¿En qué medida puede ser todo ello reducido a posiciones coherentes entre sí? Son graves incógnitas que tienen difícil respuesta, si es que esa respuesta existe. Pero el condicionamiento de la disponibilidad del petróleo y la garantía de su libre circulación por el pasillo del golfo Pérsico es de tal entidad que obligará a moverse a las piezas del tablero en direcciones que aún hace pocas semanas hubieran parecido inverosímiles.
Imperativo de supervivencia
Porque la posible interrupción del flujo energético es lo que hace temer a Occidente; lo que llama la atención primordial de los Gobiernos democráticos de Europa y América en estas horas difíciles. Un conflicto generalizado puede alcanzar con sus salpicaduras a esa arteria del mundo democrático, estrangulando nuestra vida económica. Sería un motivo directo de intervención militar y naval abierta para garantizar la libertad del tránsito marítimo. Un imperativo de supervivencia para cientos de millones de ciudadanos occidentales decididos a defender sus formas de trabajar y de convivir.
¿A qué nos llevaría un escenario de esa naturaleza? Probablemente a una crisis dramática terminada quizá por una no menos dramática convocatoria de conferencia internacional. No hay probábilidad de guerra grande en las actuales circunstancias. Los dos poderes nucleares están obligados a seguir intentando la distensión. La coexistencia pacifica de los dos grandes sistemas políticos que se definen en el mundo actual, el sistema democrático representativo y el sistema cerrado del dogmatismo soviético se enfrentan en una rivalidad creciente que se extiende a todos los sectores: el económico, el social, el militar, el estratégico y, por supuesto, el hegemónico. La batalla de la energía es uno de los capítulos de esa rivalidad que resulta decisiva para el porvenir de ambos sistemas. De ahí, a mi entender, la posibilidad de esa conferencia internacional como desenlace lejano del conflicto actual.
Oí hace algunos meses, en Nueva York, opinar a un hombre de negocios norteamericano sobre el cada día más complejo asunto del Oriente Próximo. Se hablaba, en la reunión, de israelíes y palestinos, de la rivalidad entre chiitas y sunnitas, del temor de los monarcas árabes hacia el fanatismo integrista de los fundamentalistas, apuntándose las profundas influencias que cada uno de esos problemas tenían en el estado de ebullición y violencia de la entera región. El businessman conocía a fondo el ámbito territorial en cuestión y habla tenido en su vida de empresario intensas relaciones con los altos mandos de la economía soviética, aun antes de que existiera la presente nomenklalura. Y sentenció el debate con estas palabras: «Los rusos desean tener voz y voto en los problemas del Oriente Próximo. Pero quieren sobre todo participar en el mercado consumidor de los crudos petrolíferos con cuota propia. They want a share. Quieren su cupo».
Pienso que en esa brutal llamada a la realidad de los hechos esta quizá una de las claves del actual conflicto: servir de largo y oscuro camino al planteamiento de un anhelo largamente meditado por el estado mayor de la política exterior soviética. Este desenlace acaso cambiaría muchos aspectos de política internacional de los últimos años.
La extraña guerra del Oriente Próximo podía no ser tan extraña después de todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.