A Juan Luis Cebrián
A veces me recuerda usted a esos curas -no precisamente de misa y olla, que ahora no se lleva- que se ven en la obligación de soltar una homilía cada domingo tomando pasajes del Evangelio o de lo que tengan en aquellos momentos más a mano, y que, por falta de imaginación, espetan su discurso a base de lugares comunes, de tópicos y de aburridas vulgaridades. Es su obligación dominicial, ya que el señor obispo está al tanto y quiere que «digan», no importando demasiado cómo lo «digan». Los fieles cristianos, más fieles que nunca, aguantan el rollo pensando en sus cosas, recibiendo con un suspiro el final de aquello que ni siquiera entra en su cerebro y esperando el momento del antiguo ite misa est para apretujarse en la salida e ir a comprar el periódico, las patatas fritas, el pollo al ast y el botellón de coca-cola para los niños. En fin, como todos los domingos.Me imagino la dura obligación del señor director de EL PAIS de hacer su homilía no cada domingo, sino cada día de la larguísima semana. Pues detrás de él están los «obispos» que le financian Y, ¿por qué no?, su orgullo profesional (ahí es nada, el cuarto poder, los que favorecieron el cambio, los de la libertat d'expresió).
En su homilía del día 14 de septiembre nos habla de los caínes abertzales y españolistas que impiden la reconciliación en el País Vasco, ahora llamado Euskadi o así. Y nos sorprende que ignore todo sobre el Batallón Vasco Español, cuando usted lo sabe todo, teniendo completas informaciones sobre cualquier tema político, Chile incluido. Así se comprende que meta en el mismo saco de responsabilidades y crímenes a quienes van metódicamente por los quinientos asesinatos (sin contabilizar en éstos a los que fallecieron «por paro cardiaco» en el hotel Corona de Aragón), de los que veintitantos eran militares en pie de paz, y aquellos otros misteriosos criminales que surgen como respondones minisindicatos del crimen en territorio propiedad del gran sindicato, del gran padrino, del supersindicato del supercrimen, pues éstos son los responsables de la meticulosa destrucción de una tierra española, de su humillación, desmoralización y envilecimiento, a base de mentiras, sangre, metralla, robo, miedo y extorsión. Entre unos y otros no hay comparación, señor de la homilía. La única similitud es en la catadura miserable de unos y de otros, pero entre gangsters también hay categorías.
Pero a usted, que sabe por dónde se anda y con quién se anda, le vienen muy bien esas frases del «prudente, sabio, erudito y británico», adjetivos todos perfectos de un tal Samuel Johrison, que decía que «el patriotismo es el último refugio de los bribones y coartada de los asesinos».
Está bien, está bien, ya sabemos que usted no quiere decir que todos los patriotas son bribones ni que todos los asesinos se las dan de patriotas. Pero el plumero se le ve. Ya se sabe, «salvadores de la patria, un pelotón de soldados spenglerianos...», y cosas así. Y si mañana, bien agarrados a la Constitución de las mil lecturas, a su artículo 55, se ordenara por quien corresponda hacer correr a los abertzales como solamente son ellos capaces de correr en determinados momentos y se les sentara sangrientamente la mano, patrióticamente, por supuesto, allí estarían los señores Cebrián para decir que, en fin, asesinos todos. Todos caínes, todos malos.
Sin embargo, si los hechos se hubieran desarrollado de otra manera, también de otra manera se hubieran comportado los Cebrianes. Imagínense que en vez de haberse levantado la veda del poli o del mílico se hubiera levantado la veda del periodista. Porque después de aquella emocionante actuación de los periodistas y similares, directores incluidos, salvo vergonzosas excepciones, con motivo de la bomba de El Papus, habría que pensar que si un bombazo que mató a un conserje movilizó a tanto escribidor agarrado de la mano, en doloroso corro de la patata, por las calles de Barcelona y Madrid, si periódicamente, sangrientam ente, metódicamente, hubieran ido liquidando a periodistas de mayor o menor fuste, si la lista de «desestabilizados» periodistas fuera por la veintena, pasarían dos cosas: la primera es que se suprimirían todos los «corros de la patata», pues el escribidor podrá hacerlo muy bien, pero no ha de ser valeroso por definición; la segunda, que los directores de periódicos clamarían a «quien corresponda» para que se hiciera algo eficaz de una vez y para que los mílicos, en vez de mandar a algún representante a los entierros, se dedicaran a lo suyo, es decir, a la guerra. «Que no hay razón alguna para que los periolistas deban cargar casi en exclusiva el peso y el paso sangriento de la transición ...».
-Viéndoles actuar a ustedes y a los desestabilizadores» dan ganas de gritar como el paralítico del sillón de ruedas que se precipita pendiente abajo en el mismísimo lourdes: «¡Virgencita, que me quede como estoy! ».
¿Se imagina cuántos vascos gritarían algo parecido en estos momentos? ¿Cuántos darían su mano derecha por haberse quedado «oprimidos» y no «liberados»?
Recuerdos a mister Johnson, británico, sabio, erudito y prudente./ . Comandante de Artillería.
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