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LA LIDIA: CORRIDA MIXTA EN LAS VENTAS

Andrés Vázquez no fue capaz

En vísperas de la corrida del domingo Andrés Vázquez nos comunicó que no se retiraba en ese festejo, como había dicho Martín Berrocal; que es él y no un empresario, quien tiene que decidir -y decidirá- cuándo debe cortarse la coleta. La declaración de Andrés Vázquez, muy digna y tajante, nos hizo pensar que se encontraba con moral alta, dispuesto a demostrar en el ruedo y frente al toro que sigue en activo con toda la ilusión y todas las aptitudes que se requieren para ejercer el duro oficio de torero. Pero no fue capaz.No fue capaz de esa demostración el domingo, porque dio la sensación de estar sin sitio, sin facultades y sin valor. Exhibió detalles, que tienen su importancia, por supuesto, pues el magisterio del toreo bueno es preciso siempre en tauromaquia, y más en la época de vacío artístico que vivimos. Ese magisterio se producía con aquella forma tan torera de pararse y jugar los brazos en la verónica, y en una impecable serie de derechazos, y en tal cual pase de pecho, y en los hondos ayudados a dos manos. Pero los detalles no eran suficientes. El toro podía más.

Plaza de Las Ventas

Corrida mixta, Tres toros de Ana Romero, bien presentados, ásperos, y un sobrero (quinto) de la Viuda de Garrido, de gran trapío, poderoso y bronco. Andrés Vázquez: tres pinchazos bajos, cuatro descabellos. aviso con retraso y tres descabellos más (bronca). Media (bronca). Julio Robles: estocada delantera contraria, perdiendo la muleta (silencio). Tres pinchazos, aviso y se acuesta el toro (aplausos). Un toro de Palba y otro de Bernardino Jiménez, exageradamente despuntados, manejables, para rejones. Antonio Ignacio Vargas, silencio, y protestas con algunas palmas cuando saluda.

Andrés Vázquez se veía desbordado, resolvía con apuros las situaciones comprometidas, su recurso era machetear a la defensiva o, simplemente, huir. En muchos pasajes de la lidia nos hizo pasar miedo, porque era evidente que estaba a merced de los toros, y más miedo nos da aún considerar que sigue en los ruedos, jugándose tanto la vida como un brillante historia¡, hecho con enorme esfuerzo, y que está jalonado por actuaciones memorables, la mayor parte de ellas en Madrid.

En fin, la decisión, como muy bien ha dicho, es sólo suya y está en el derecho de continuar en activo el tiempo que estime conveniente. Quizá lo del domingo fuera nada más que una de esas tardes malas que borran otras de inspiración. Calidad le sobra a Andrés Vázquez para conseguirlas, y lo ha demostrado, pero si el corazón y las fuerzas fallan, el arte no puede producirse. En toreo es así.

Mano a mano taurino

La corrida era un mano a mano y ganó la partida Julio Robles. Un mano a mano tiene, sobre cualquier corrida de toros, el valor añadido de la competencia. Julio Robles no necesitó esforzarse. Su propia juventud, el afán de alcanzar una gloria que el compañero veterano ya superó hace tiempo, le abrieron las puertas del triunfo. Aunque, en verdad, el propio diestro salmantino se las volvió a cerrar, él solito, sin ayuda de nadie. No había podido acoplarse a la aspereza de su primer toro, pero al otro lo metió muy bien en la muleta cuando centró la faena en el terreno adecuado, que era la cercanía de tablas. Allí instrumentó tres buenas series de naturales, en los que templó y mandó. La tarde era suya, el éxito estaba conseguido. Unicamente necesitaba matar bien. Pero lo estropeó todo al echarse fuera en el volapié, y hasta llegó a escuchar un aviso. Un aviso cuando ya tenía ganada una oreja: este Julio Robles no escarmienta.

La corrida se vio interrumpida por el rejoneo. Antonio Ignacio Vargas estuvo deslucido y devolvió las tres orejas que cortara apenas hace quince días en este mismo ruedo. Reconvirtió el arte de rejonear en el antañón número del caballito. Algo que ya no se aguanta.

Andrés Vázquez tuvo un gran gesto: brindó su primer toro a la memoria de Carlos de Rojas, crítico de Informaciones, fallecido el pasado domingo. La montera quedó colocada en el asiento que habitualmente ocupaba nuestro querido compañero, en la delantera baja del tres. La fiesta y la dinámica de la lidia quedaron borradas, durante el brindis por el escalofrío de la emoción el recuerdo.

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