Fuente del Berro
Parque de la Fuente del Berro, último e ignorado de Madrid, allá por los altos de Hermosilla (una calle que empieza en el elitismo/belicismo de la «zona nacional» y termina con el casticismo/ anacreontismo de Ventas, caserío arremolinado, Madrid con tejados de aldea y antenas de televisión, más ese parque incógnito y hermético, como jardín de convento, jardín cerrado para muchos, paraíso abierto para pocos, como el de Soto de Rojas, más o menos. Por los tejados retejados se encuentran los vecinos y se saludan en la rampa mortal de las tejas (antes de que los escenógrafos / escaparatistas inventasen una rampa para el teatro de Genet). Cada vecino va a arreglar su antena de televisión, que están todas desmanganilladas y no reúnen entre el vecindario las 5.000 púas de una antena colectiva.Ahora que ha muerto Díaz-Cañabate, a quien prologué su mejor libro, Historia de una tertulia, el sainete sigue vivo, pero se ha subido al tejado. Todo este personal baja con la fresca al parque de la Fuente del Berro, menos los latinistas frustrados en chapisteros, que se quedan viendo Yo, Claudio. Fuente del Berro, parque supernumerario de Madrid, con fuentes de agua negra y escaleras de encaje antiguo, todo él como una lámina del simbolismo menor de Blanco y Negro, antes de la guerra.
En este parque he conocido a los desencantados de los partidos, a los cabreados con el Gobierno, a los que cobran el paro y esa pareja intemporal que no se ha enterado de nada y sigue haciendo manitas hasta que él saque las oposiciones. Andan últimamente muchas noticias de que el personal se da de baja en los partidos políticos. Lo que nadie nos dice es adónde va ese personal. Algunos, a la Fuente del Berro, desvarío de frondas y canales cortado por un trallazo de velocidad que es la M-30. Aquí, en la Fuente del Berro, el Bucanero, que trafica en automóviles entre España y el norte de Africa:
- Es una pasta llevar y traer, llevar y traer, tío, y no está perseguido.
O Maravillas, andaluza y roja, juvenil y lista:
- Estoy en paro total. Me han echado de todo. Pero no quiero ningún curro. En otoño empiezo a cobrar el subsidio de paro y me lo voy a montar como una beca de estudio. Bajaré aquí todas las mañanas a leer. A ver si me formo.
O el que acaba de tomar la decisión remotísima:
- Ahí se quedan Gramsci, Suárez, los barones y su santa madre. Me voy de camarero a Estocolmo.
El desencanto. El desencanto fue un tópico de la temporada anterior, pero no hay que tener miedo a los tópicos cuando son verdad y variedad, como en la Fuente del Berro. Lo dijo Sartre: «Se abandona la izquierda, se camina un trecho en la oscuridad y de pronto se encuentra uno en la derecha».
No sé si eso vale para hoy. En todo caso, no hubiera valido para el propio Sartre. Aquí están los desencantados, tomando el sol cementerial de septiembre. Ahora que Tierno y Lauro Olmo han hecho tanto madrileñismo de verano por los barrios tradicionales y convencionales, nadie se ha acordado, afortunadamente, de este parque, de esta fuente tan madrileña, que está anunciada, como por capillas anteriores, por esas fuentes callejeras, de grifo y piedra en pie, un poco piedra de tumba, que hay en los entrecruces, para la sed de quienes caminamos mucho. ¿Adónde van quienes dejan el pecé y el PSOE?
No van a ninguna parte. Se quedan aquí, en las altas buhardillas del sol, saludando al vecino en el tejado, como se saludan los labriegos en el campo, cuando va cada uno a arreglar su antena para que la familia vea las chisteras de los barones por un día, jugando a Cánovas y Sagasta, pero sin Sagasta. En esos buhardillones prietos de Tuñón de Lara y de butano, allá por la Fuente del Berro, he visto acorralada una vez más, confinada para siempre, la revolución.
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