Piaget o la dialéctica como ciencia
El genial científico y psicólogo experimental nació a la ciencia después de sufrir un desencanto vivísimo de la filosofía. En un principio creyó que Dios era la vida misma, en forma de impulso vital. Bien pronto se dio cuenta que la filosofía no era el saber universal y eterno que se nos transmitía, sino que todo conocimiento es siempre asimilación de un dato exterior a las estructuras del sujeto. Así, en su obra Sagesse et illusions de la philosophie denuncia a la filosofía como una verdad subjetiva, que no aporta un conocimiento real del mundo.Pero lo grave de la filosofía es su pretensión a una verdad universal y objetiva, cuando la reflexión filosófica carece de todo medio de verificación práctico de sus afirmaciones. La filosofía se dice asimisma que se ocupa de definir los grandes problemas del ser y de la esencia. En consecuencia, la filosofía, simple onanismo del pensamiento (Marx), se satisface asimisma porque es abstracta y contemplativa, y al no tener en cuenta la experiencia real es anticientífica. Así conquista una universalidad, borrando todas las contingencias y particularidades. En suma, para Piaget la filosofía adolece de cierto relativismo histórico y no llega a ningún conocimiento auténtico, porque no practica la experimentación. La filosofía es, pues, poesía, creación imaginativa, y para Piaget, el monstruo representativo de este delirio poético del pensar especulativo es el genial Sartre. En su Introducción a la epistemología genética retorna con vigor sus críticas a la filosofía.
Ahora bien, es imposible el conocimiento sin pensamiento que lo guíe y oriente. Es necesario, pues, una epistemología científica, una teoría del conocimiento. Así Piaget se dedicó al estudio de los problemas epistemológicos con enfoques histórico -críticos, lógico-matemáticos y, sobre todo, psico-genéticos. Porque si la epistemología es posible, debe ser interdisciplinaria y conexionar todas las ciencias. La epistemología es, pues, ciencia, como conciencia de las distintas experiencias o conocimientos científicos logrados con las ciencias particulares. Finalidad que persigue también el epistemólogo italiano Geymonat.
El problema, para Piaget, es cómo se desarrollan los distintos conocimientos, para llegar a la conclusión de que todo conocer es el resultado de una adquisición psicológica, de una formación progresiva de la inteligencia; que el conocer es, pues, genético.
Así, en su obra Nacimiento de la inteligencia en el niño, que es en realidad una investigación totalizadora del desarrollo psíquico-humano, el niño pasa del autismo al egocentrismo, para llegar al pensamiento socializado.
Así, pues, la personalidad se construye en esta relación invisible entre el individuo y un medio. Nadie nace inteligente, nos hacemos. En este sentido es interesante evocar la polémica que opuso Piaget al psicólogo soviético Lev Simonovich Vygotsky, quien sostuvo que la verdadera dirección del desarrollo del pensamiento no es del individuo a la socialización mental, como afirma Piaget, sino al revés, de lo social a lo individual mediante la interiorización del lenguaje, al hablarse a sí mismo sin palabras.
El niño es social y comunicativo desde sus primeras actividades vitales, y luego se diferencian sus funciones, y aunque egocéntrico, está siempre relacionado, inmerso en un contexto multifuncional. En consecuencia, si para Piaget el individuo es crecimiento, progreso y proceso, «no hay dios ni hijo de dios sin desarrollo» (Vallejo), el hombre es, esencialmente y por dentro, dialéctico. Pero, atención, Piaget distingue dos dialécticas: «una, imperialista, que se propone dirigir las ciencias; otra inmanente al desarrollo espontáneo de las ciencias (...). La primera surge de los conceptos de Hegel, cuando la filosofía era la guardiana del saber absoluto (...). La segunda se refiere a las interpretaciones de los datos de la experiencia. Por consiguiente, Piaget, en su obra Biología y conocimiento, rechaza una dialéctica mística, abstracta, prefabricada, y propugna la dialéctica científica. Sobre esta base será posible, en un futuro, la reconciliación de la filosofía con la ciencia, porque la capacidad de esta forma de la filosofía (la dialéctica) para evolucionar al mismo ritmo que la ciencia es uno de sus rasgos característicos (V. A. Fock).
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