Las declaraciones de Cerón Ayuso
No pretendo terciar en la polémica desatada recientemente entre la CEOE y el equipo de redacción de Coyuntura Económica, que publica la Confederación Española de Cajas de Ahorros. Quiero decir, solamente, que me ha decepcionado soberanamente la última intervención del ex ministro y directivo de la organización empresarial, José Luis Cerón Ayuso (EL PAIS del 26 de agosto). Y me ha decepcionado por su falta de rigor y por empleo del estilo de parábola que imprime a su discurso, y, sobre todo, por empecinarse en defender una economía de mercado que debe conservar, según él -y ampliar, si es posible-, los mecanismos privilegiados de financiación, mecanismos que fueron «parte esencial del desarrollo español» (sic). Naturalmente que lo fueron, y así nos luce el pelo. Lo importante no es preocuparse de quién paga -llámese la pequeña y mediana empresa o los pequeños ahorradores-, sino que los beneficiarios de esa transferencia de renta a la inversa sean los mismos de siempre. Los que, poseyendo mucho, tienen derecho -según se desprende de lo que afirma el señor Cerón- a tener más.Los mismos que ponen como condición para reactivar la inversión la obtención de financiación barata y desgravaciones fiscales, como si todo ello fuera un don gratuito que el Gobierno se sacase de la manga y no recayese sobre otros hombros menos robustos y defendidos que los de la gran patronal. A la CEOE le parecen pequeñas las ayudas que recibe de la Administración en forma de subvenciones, crédito barato, bonificaciones tributarias y proteccionismo arancelario, y yo creo que, si todos estos recursos hubieran sido directamente invertidos por el sector público, no hubiera sido tan drástica la extinción de puestos de trabajo en los últimos tiempos. Pero sería ilógico pedirle al señor Ayuso o a sus colegas de Gobiernos anteriores que defendieran otros intereses distintos de los que representaron y apoyaron desde el poder. Y es que todavía nos falta por ver a algún ministro de Franco en las filas de alguna central sindical. Buena prueba, si fuera necesaria, del pretendido carácter social de aquel «nuevo Estado»./
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