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Enorme tensión en el funeral por las víctimas del atentado de Bolonia

Juan Arias

Bolonia conmemoró ayer tarde «sus muertos» con dos ceremonias brevísimas: un acto religioso en la catedral, sin misa, presidido por el arzobispo cardenal Poma, y otro laico-político, en la plaza Mayor, donde el alcalde comunista, Renato Zangheri, habló durante diez minutos a una muchedumbre de más de 300.000 personas, bajo un sol africano de cuarenta grados. Mientras tanto, la policía francesa mantiene una reserva absoluta sobre la detención, en Niza, a primera hora de la tarde de ayer, de Marco Affatigato, uno de los presuntos responsables del atentado del sábado.

Para efectuar el arresto del joven neofascista, que cuenta veintidos años de edad, la policía francesa se valió de un mandato de detención internacional en el que Affatigato figuraba no como presunto autor de actos terroristas, sino como poseedor de documentación falsa.En Bolonia, la tensión era tan grande que la plaza Mayor había sido cerrada cinco horas antes por el servicio de orden de los militantes comunistas. Por vez primera se asoció a la manifestación toda la izquierda extra parlamentaria paragritar al Gobierno una «justa rabia, pero unida», como había pedido el alcalde de la ciudad más comunista, más rica, y más democrática de Italia, en la cual el catolicismo progresista desde siempre expresó lo mejor de sí mismo con un diálogo jamás interrumpido entre cristianos y marxistas.

El cardenal Poma, ante los ocho únicos féretros que habían quedado de las 78 víctimas, después de la protesta de los familiares, que habían gritado "No queremos a los políticos ante nuestros muertos", dijo que el mensaje de amor cristiano «no contradice las exigencias de justicia de los hombres». Fuera de la iglesia se oían los gritos de la gente que imprecaba al presidente Cossiga y su Gobierno. El cardenal decía con voz baja, pero segura: «El Dios cristiano respeta al hombre y a su libertad, pero está atento a la voz de su pueblo. Nosotros rezamos a un Dios que escucha». Condenó severamente la resignación como anticristiana y también el desinterés y el odio.

De los ocho féretros que tenía ante sus ojos, uno era blanco, el correspondiente a una niña de tres años de edad... Pero dentro de uno de los otros siete había una joven también vestida de blanco, de novia, Antonella Ceci, de veinte años. A su lado, su novio, Leo Lucca. Se iban a casar a primeros de septiembre. Habían ido juntos a la estación para reservar las plazas para el viaje de novios. Antonella tuvo que ser vestida hasta la cabeza, porque su cara, carbonizada, era irreconocible. Es sólo una de las 78 historias de muerte que han horrorizado y enfurecido al pueblo, italiano.

El arzobispo Poma dijo, casi, excusándose, que la Iglesia no podía dejar de pronunciar palabras de paz, incluso ante «tanta desesperación producida por un crimen de dimensiones inauditas, que no podrá dejar de acarrear remordimientos a la historia».

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El funeral por las víctimas de Bolonia se vuelve contra la clase gobernante italiana

Viene de primera página

El cardenal, como queriendo escuchar la voz de su pueblo, que había aplaudido al presidente de la República, Pertini, y silbado a los miembros del Gobierno a la entrada de la catedral, en su homilía sólo nombró al jefe de Estado y sólo a él abrazó al terminar el rito. A él y a los familiares de las víctimas. A todas las demás autoridades las saludó conjuntamente levantando las manos hacia ellas.

Habían sido las autoridades de Bolonia, ante la gran tensión existente en la ciudad y en el país, quienes habían pedido que no fueran funerales de Estado, que todo fuera rápido, que no asistiese oficialmente el Gobierno, y que ante la muchedumbre hablara sólo el alcalde comunista de Bolonia, el único capaz de dominar una plaza definida ayer como «dura y difícil».

Y así fue. No habló ni el presidente Pertini, el único que estuvo en el palco al lado del alcalde. Ambos fueron aplaudidos con convicción mientras a los aplausos se mezclaban eslóganes contra Cossiga y el Gobierno. La plaza estalló en un aplauso coral cuando Zangheri dijo, recalcando palabra por palabra: «Necesitamos una política de firmeza y de claridad que recoja las peticiones y las críticas del pueblo. Cuantos han sido llamados a cargos de responsabilidad en el país serán juzgados por el pueblo por sus hechos, y sólo por sus hechos». Y añadió, mientras se oían mezclados silbidos y aplausos: «Señor presidente de la República, el dolor no nos puede obligar a callar. Estos cuerpos inocentes destrozados nos están pidiendo justicia, para que sean identificados y, condenados los asesinos de este y de tantos otros crímenes». Zangheri, en su discurso, como el cardenal Poma en su homilía, se dirigió siempre sólo al jefe de Estado, y nunca al presidente del Gobierno.

Pertini fue ayer en Bolonia, más que nada, un símbolo ante la rabia de un pueblo humillado y herido, mientras que Cossiga fue la cabeza de turco simbólica de toda la rabia acumulada por la gente contra un poder que en estos años se ha presentado por lo menos como la imagen de la impotencia mientras la cifra de muertes crecía.

Enfrentamientos políticos

Aún no habían recibido sepultura las últimas víctimas del atentado cuando ya una dura polémica a nivel nacional había estallado en tres frentes diversos: entre comunistas y Gobierno, sobre todo, y entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana; entre los sindicatos y el presidente del Senado, Amintore Fanfani, que es el número dos de la República, y también entre la fiscalía de Bolonia y los medios informativos.

En el campo estrictamente político, la polémica de ayer entre el secretario general comunista, Enrico Berlinguer, y el secretario general democristiano, Piccoli, ha tenido tonos desconocidos en los últimos treinta años. Berlinguer en persona ha escrito en el diario oficial del partido, Unitá, que el actual Gobierno es una nave «sin timón» y que el atentado de Bolonia iba a servir para cambiar el Gobierno y llevarlo hacia la derecha. «El país», escribe Berlinguer, «vive desde hace tiempo bajo Gobiernos que actúan a la vez con una mezcla el e incultura, ignorancia y arrogancia».

Le respondió ayer el líder democristiano Piccoli en el órgano oficial de su partido, Il Popolo, con un artículo titulado «Sin pudor», acusando a Berlinguer y a su partido de querer instrumentalizar a los muertos antes de enterrarlos, de sectarismo y de sembrar división en la izquierda.

Los sindicatos, por su parte, han reaccionado duramente contra el presidente del Senado, Fanfani, que había criticado la huelga general como una ofensa a la crisis económica del país. Le ha respondido oficialmente el secretario general de los metalúrgicos, Enzo Mattina: «Me pregunto si los males del país», escribe el líder sindicalista, «provienen de la huelga general de los trabajadores contra el terrorismo o de que durante tantos años la gestión del poder ha demostrado, al menos indirectamente, demasiada debilidad contra quienes ensangrientan el país y amenazan el Estado».

Y no menos áspera es la polémica entre la fiscalía de Bolonia y los informadores presentes en la capital emiliana. El encargado oficial de hablar con la prensa es el jefe de la policía de Bolonia, Italo Ferrante. En los dos primeros encuentros la desilusión ha sido total. No ha dicho nada. La prensa ha publicado agresivamente: «Cientos de pesquisas, pero se nada en el vacío. Ahora sólo se espera el regalo del fascista arrepentido».

Diez personas desintegradas

La fiscalía insiste sobre la necesidad del silencio para no contaminar las pruebas y se anuncian procedimientos legales contra los periodistas que han publicado ya las primeras noticias oficiosas. Las más importantes son las siguientes:

1. La bomba que estalló en Bolonia es de material T-4, de fósforo, y tiene una potencia tal que algunas personas (se piensa en diez) que estaban en el lugar de la explosión, se han desintegrado. De una se sabe con certeza, y hasta se da el nombre: María Fresu. Estaba con su hija de tres años, que ha sido encontrada despedazada. La madre se ha volatilizado. Otras diez personas buscan inútilmente los restos de familiares en los hospitales de Bolonia, pero no existen. El T-4 es un material explosivo que no sólo puede pulverizar a una persona, sino que incluso puede imprimirla contra una pared como una radiografía. Este tipo de explosivos es difícil de encontrar en Italia. Al parecer, fue usado sólo dos veces, y por los fascistas. En 1972, en el asesinato de tres carabineros, y en 1974, en la matanza del tren Italicus.

2. Affatigato tiene varios asuntos pendientes con la justicia italiana. En julio pasado fue condenado en rebeldía por su relación con el atentado del tren Italicus, que ocasionó doce muertes en agosto de 1974. Pero ahora la magistratura Italiana ha decidido proceder a la apertura de una investigación relativa al accidente de un DC-9 que el 27 de junio costó la vida a 88 personas. Entonces el grupo neofascista Núcleos Armados Revolucionarios reivindicó la explosión y afirmó que en el avión viajaba Affatigato con una bomba. Pero el joven telefoneó desde Francia a su madre asegurando que estaba vivo. Tambien ayer volvió a telefonear para desmentir que hubiera estado el sábado en Bolonia.

3. En el lugar de la explosión se han encontrado los restos de un artefacto de relojería quemado y restos de plástico casi negro, como el usado en las maletas Samsonite, usadas en Bélgica para la exportación. Y una cerradura como las de dichas maletas.

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