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La canción vasca, entre el abandono oficial y la indiferencia del público

Menos de mil personas acudieron en San Sebastián a escuchar a los siete principales intérpretes de Euskadi

La gala de la canción vasca, que debía constituir, en el conjunto de actos de la X Quincena Musical de San Sebastián, una de las novedades más atrayentes, resultó un completo fracaso por la falta de calidad e imaginación de los responsables de su montaje -Néstor Basterretxea e Iñaki Beobide-, la ausencia de promoción adecuada y la indiferencia del público, a pesar de que la reunión de los siete cantantes y grupos que intervinieron en el espectáculo resulta insólita en el momento actual en Euskadi. Apenas ochocientas personas pasaron por la taquilla del velódromo de Anoeta el sábado, cuando pocos días antes el mismo escenario habia acogido a más de 13.000 para «aguantar» la borrachera de Gato Barbieri en el fetival de jazz.

La intención del comité organizador de la quincena musical donostiarra era buena. Se trataba de ofrecer, junto a los conciertos de orquestas y agrupaciones corales o las actuaciones de ballet, un par de espectáculos que permitieran dar a conocer a un público masivo el trabajo de los grupos de danza y los cantantes populares vascos. Pero el proyecto ha resultado frustrado y frustrante. Iñaki Beobide y Néstor Basterretxea, a quienes se encargó la preparación de guiones y decorados, y la confección de los espectáculos que dieran unidad y coherencia a las sucesivas actuaciones han hecho gala de ramplonería e improvisación.De «Zaldiko», el espectáculo dedicado a la danza, se salvaron los grupos, y nada más. De «Txoritua», presentado el sábado, apenas lograron salir con bien los cantantes, aplastados por la inmensidad de un escenario casi vacío. Basterretxea y Beobide se limitaron a preparar unos textos pretenciosos y a levantar un telón de grandes dimensiones detrás del tablado.

Perdidos en el velódromo, ante un público casi inexistente, los cantantes y grupos salieron del paso como buenamente pudieron. Imanol puso su voz característica y su buena intención permanente, pero no estuvo a la altura del casi único intérprete que graba discos y actúa con frecuencia regular. Niko Etxart, representante del País Vasco ultrapirenaico, cantó correctamente y con gracia. Acompañado de un grupo instrumental, terminó con un rock divertido que animó al público y que, interpretado en eusquera, siempre quiere decir algo especial. Después, Estitxu, que últimamente apenas si ha actuado, a excepción de algunos mítines y fiestas del Partido Nacionalista Vasco, bordeó permanentemente la horterada, con una voz llena de engolamiento y un Agur María, que se hizo popular hace años en las discotecas familiares por el único motivo de que la letra está en eusquera.

El alavés Gorka Knorr consiguió levantar el interés de los islotes de público después de la actuación precedente. Knorr tiene una voz cálida y muy personal, que sabe utilizar adecuadamente. Desde hace años se encuentra próximo a hacer una canción de gran calidad, y lo que le impide dar el último paso no es otra cosa, probablemente, que la imposibilidad de una dedicación profesional plena. Gorka consiguió emocionar a los asistentes y sumarlos a su canto, cuando interpretó el Gu gira euskadiko Gasteia Berria, de Mixel Labegerie, recientemente fallecido, con una estrofa añadida a modo de homenaje.

Oskorri, en forma

Oskorri, que cerró el espectáculo, demostró que se encuentra en la buena forma de siempre. Este grupo, cuya composición no ha dejado de variar desde sus comienzos, siempre en torno al liderazgo de Natxo de Felipe, es el único que ha investigado seriamente sobre las viejas melodías vascas, musicando poetas antiguos o contemporáneos y popularizando a Gabriel Aresti, con la misma facilidad con que son capaces de despertar los resortes del baile en el público, gracias a la música festiva tradicional trasladada a las guitarras, el violín y los instrumentos de viento.Punto y aparte merece Xabier Lete, uno de los históricos de la canción vasca contemporánea, cuya despedida de las actuaciones en directo se había anunciado precisamente para este espectáculo -«Txoritua»-; actuó en primer lugar, acompañado al piano de forma excelente por Antón Valverde, que también interpretó sus propias canciones e hizo lamentar, una vez más, que su dedicación a la música sea sólo ocasional. La despedida de Lete tuvo que ser triste, escasamente acompañado por el público, después de haber recorrido con su utilitario y su guitarra hasta los más apartados rincones de la geografía vasca. Desde hace muchos años Xabier Lete ha sido el intérprete de mayor perfección formal dentro del trío de cabeza de la canción vasca, en el que le acompañan Mikel Laboa y Benito Lertxundi. También ha sabido transmitir como nadie emociones y desgarros, con letras de gran calidad poética y una música sencilla y bien elaborada, que en ocasiones enlaza directamente con la tradición remota de los «bersolaris».

Complejos de la canción vasca

Lete ha sido particularmente víctima de todos los complejos problemas que agarrotan la canción vasca e impiden levantar el vuelo a quienes pretenden trabajar en ella. Discos destrozados por casas de grabación de baratillo, eso sí, con nombre vasco, completa falta de promoción, lectura casi exclusivarnente política de su trabajo... Lete se retira sin haber aparecido una sola vez en Televisión Española, quizá por haber cantado sólo en eusquera, lo cual resulta para él tan natural como caminar con las extremidades inferiores.Lo peor ha sido que el sábado, en un marco inadecuado, con menos de un millar de espectadores, lo que se anunció como su última actuación dio la medida del abandono deplorable en que se encuentra la canción vasca. Sin embargo, Lete interpretó con la misma impresionante fuerza de siempre algunas de sus canciones más conocidas y más significativas de su credo poético: Ni naiz (Yo soy), Xalbadorren Heriotzean (En la muerte de Salvador, el bersolari al que le reventó el corazón cuando se le tributaba un homenaje y Lorebat, zauri bat (Una flor, una herida). Cuando desgranaba los versos de esta última, inspirada en el suicidio de Beatriz Allende, era difícil sustraerse a la idea de que Xabier Lete ha sido también uno de esos exiliados interiores, primero bajo el franquismo, y después, perseguido por la incomprensión y la intransigencia de quienes no le perdonan haber cantado en apoyo al Estatuto o haber estampado su firma bajo un llamamiento contra la violencia. Como el mismo Lete explicó el sábado desde el escenario, también de exilio se muere, en La Habana, como Beatriz Allende, o en el corazón de Euskadi.

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