Feria de Valencia: la olimpíada del derechazo
Ricardo de Fabra se ha proclamado triunfador de la feria de Valencia -que fue en realidad la olimpíada del derechazo-, contra todo pronóstico. De la última corrida del ciclo decíamos: «No procede esta mixtura de matadores y novilleros; el cartel quedaría mejor con Pepe Luis y El Soro mano a mano». Una vez más, nos equivocamos.En plena madurez profesional, Ricardo de Fabra hizo el toreo con dos nobles y encastados toros, y, lo que quizá sea más importante, estuvo toda la tarde en lidiador. En el ruedo mandaba Fabra; ver para, creer. Pero no es eso sólo, sino que el mano a mano Pepe Luis y El Soro, por lo que se pudo apreciar, no procede. Pepe Luis, en su peor tarde, y El Soro, en una de las buenas: no había competencia. Pero, aunque ambos hubieran dado lo mejor de sí mismos, tampoco habría tenido sentido el mano a mano. Su concepción del toreo es tan dispar, que se hace inútil, pues no existe cualquier término de comparación.
El fracaso de Pepe Luis es la nota más importante de la feria valenciana, y pone a la afición a meditar, cosa ardua con estos palores. Pepe Luis era -opino que aún es- la gran esperanza de que reavive el toreo puro. No se trata de soñar con que se convierta en una figura, aunque esto sería bueno. Se trata de que sus compañeros de escalafón Vean cómo es, dónde está, de qué forma se hace el toreo puro.
El toreo puro: rareza cada vez mayor en la fiesta de los toros. Pasan ferias y ferias, pasan las ferias enteras, y no se ve torear. Pases sí se ven. Pases pegan muchos. Pegapases es lo que sobra. El toreo de hoy no es la lidia. La lidia -tan emocionante y bella de suyo- es hoy una murga. Sale el toro y, ¡tararí!, cuando suena el clarín para que aparezcan los picadores, aún no hemos visto torear. Si acaso, corretear a unos peones que jamás reciben al toro a una mano (como, por otra parte, están obligados) y a un diestro que instrumenta siniestros mantazos de acá para allá.
La suerte de varas es una desgracia; al toro ni lo pican, pues no puede con su instinto, y si lo pican es peor, porque el del castoreño lo acuchilla. Hay excepciones, por supuesto, y en Valencia se produjeron con Curro Toro, que iba al encuentro de frente, clavaba arriba, daba salida a la res cuando ya la tenía picada. Pero, claro; la excepción no hace la regla. La excepción era, por ejemplo, hasta hace un par de temporadas, que el subaltemo llevara al toro al caballo o hiciera el quite. En la tauromaquia, que todos los días destrozan los espadas de nuestro tiempo, esa excepción es la regla, de tal forma que los maestros se convierten en auxiliadores de los subalternos mientras éstos traginan el primer tercio.
Y cuando, ¡tararí!, suena el clarín para el de muerte, es cuando despiertan las almas dormidas, avivan el seso y se disponen los de luces a emplear a fondo sus recursos, y los del tendido a presenciar lo que se ha convertido en parte fuerte del espectáculo. En realidad, empieza aquí la producción de pases, que unas veces son los derechazos y otras los naturales, o, para variar, unas veces los naturales y otras los derechazos.
Aún así, la producción sería válida si hiciera toreo; por ejemplo, si derechazos y naturales dominaran al toro, se adecuaran a las características de éste, tuvieran medida. Pero no, no hay dominio, ni adecuación, ni medida. En una asombrosa incontinencia, los coletudos se dedican con ardor a pegar cien pases como mínimo, y su afán es sumar el mayor número; si es posible, cincuenta, o cien, o doscientos más que el compañero. Las ferias son la olimpíada del derechazo.
Afortunadamente, en la de Valencia, hubo sus derivaciones hacia la torería, como la ya mencionada de Fabra, o como las de Manzanares, Galloso y Julio Robles, en interesantes faenas. Cierto que los dos primeros necesitaron para ello el toro bueno; o más que bueno, lelo, pero ya es algo que se decidieran a torear. Manzanares, tras unas docenas de absurdos pases, en los que citaba medio tumbado, irguió la figura, cargó la suerte, templó el muletazo y cuajó unos redondos impecables. Galloso sustituyó su muleta de amianto por la de seda, atemperó el ritmo de las embestidas y se gustó, en la perfecta ligazón del natural con el pase de pecho.
Algo es algo, entre la hojarasca de pases. Hay que decir también -que las alegrías son breves-, de la conformación de los pitones de las reses. Apenas vimos astifinos; todo era astigordo en el ganado, y con mayor escándalo en el que llevaba el hierro de Miura. Si es cierto que la autoridad, este año, vigila con especial empeño el fraude del afeitado, la feria de Valencia puede ser marco de un altísimo número de sanciones.
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