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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El crimen de Soria

UNA VEZ más, un plumazo ministerial ha barrido todos los vientos de la historia. Un nuevo puente de moderna fabricación va a cruzar la curva de ballesta del Duero, al sur de Soria, pasando por encima de los álamos machadianos, al flanco del becqueriano monte de las Animas, de los cipreses de Gerardo, por encima de San Polo, rayando los muros de San Saturio, hollando San Juan del Duero, que a partir de ahora podrá llamarse San Juan del Puente del ídem.La carretera general de Madrid hacia el Norte atraviesa actualmente Soria por el corazón de la ciudad, y urge una solución a este tráfico aberrante. Pero nadie podrá convencemos de que no había otra solución que la de atravesar el Duero precisamente por esta parte monumental, artística e histórica, ni de que la elegida sea ni la mejor ni la más barata de las posibles soluciones. Más bien parece una historia de simplificaciones, de errores y, amores propios enconados, de empecinamientos no exentos de extraños y tozudos personalismos. El final de la misma: la destrucción del legado histórico y cultural del país. En este caso, la posición del ministro de Cultura ha sido más bien la de un titular de Obras Públicas. El ministro -al que después del desaguisado de El crimen de Cuenca habrá que apuntarle ahora este «crimen de Soria»- se apoyó en un principio en la opinión, y las fuerzas populares sorianas al parecer aplaudían el puente. Esta opinión, sin embargo, una vez bien informada, se ha cuarteado: hoy, sólo los representantes de la UCD soriana, municipal y parlamentaria, dan su aprobación al plan sur, y muchos de ellos a hurtadillas. Lo que debió ser un diálogo serio entre los intereses económicos y culturales ha desembocado finalmente en una guerra sin cuartel. Una guerra en la que el poder político, sin atender a más razones, ha resuelto por su cuenta y riesgo frente a la opinión de la inmensa mayoría de los representantes del mundo de la cultura. Si estamos de acuerdo en que no se trata de una operación cultural, si además las ventajas económicas no están claras, sólo queda entonces una certeza: estos procedimientos no parecen ser los más apropiados.

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