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Reportaje:

Las dos Coreas siguen sin encontrar un "modus vivendi"

En este pequeño grupo de edificios de ladrillo con techo de uralita, que ha sido escenario de centenares de estériles reuniones entre los países que participaron en la guerra de Corea (1950-1953), existe algo que es verdaderamente difícil de encontrar en otro lugar del mundo: una línea que pueden cruzar los civiles y que está terminantemente prohibido traspasar a los militares.La «línea de demarcación mil¡tar» es la auténtica frontera entre las dos Coreas. Tiene una longitud de 250 kilómetros, todo el ancho de la península coreana, desde el mar del Japón al mar Amarillo, y marca justamente el centro de la zona desmilitarizada, una franja de cuatro kilómetros, dos al norte y dos al sur de la línea de demarcación, que sirve para separar las fuerzas de ambas partes.

Pasados incidentes han hecho aconsejable que esta línea de demarcación militar tenga un trazado físico y palpable en Panmunjom, la llamada «aldea de la tregua». Una franja de cemento, de unos treinta centímetros de ancha y cuatro o cinco de alta, señala claramente el límite entre las dos Coreas. La línea divide también en dos partes una de las edificaciones, pintadas de azul, que los norteamericanos bautizaron como freedom house, la casa de la libertad, y que es donde tienen lugar las reuniones de la comisión militar de armisticio. Es un simple barracón rectangular con una decena de ventanas y dos puertas, una en el extremo norte y otras en el extremo sur del rectángulo.

Son las diez y media de la mañana y está a punto de comenzar una nueva reunión, la número 402, de la comisión militar de armisticio. Esta vez ha sido el Sur, es decir, el mando de las Naciones Unidas, quien ha solicitado la reunión para protestar por la incursión del barco-espía en aguas surcoreanas.

Unas docenas de mesas, están preparadas dentro del edificio, con lápices y cuartillas. En el centro, justo rozando la línea de demarcación y situadas frente a frente, la bandera de Corea del Norte a un lado, la de las Naciones Unidas al otro, pueden verse sobre las mesas, junto a micrófonos, ingentes cantidades de lapiceros cuidadosamente alineados y vasos y botellas de agua para los del Sur, tazas y jarras de té para los del Norte. Hace un calor pegajoso y la estación de lluvias ha comenzado este año antes de lo previsto, por lo que algunos de los soldados que deambulan por los alrededores lleva el impermeable bajo el brazo.

Los representantes de la prensa surcoreana y occidental hemos recorrido los cincuenta kilómetros escasos que separan Seúl de Panmunjom en un autobús del Ejército norteamericano, en el que, además de las prohibiciones habituales de fumar y de hablar con el conductor, se advierte contra el hábito de sacar las armas por las ventanas.

Nada más cruzar el río Imjin, por un puente de apariencia más bien frágil y que se llama Freedom Gate (La Puerta de la Libertad), comienzan a verse las alambradas, fortificaciones y campamentos de los ejércitos de Estados Unidos y de Corea del Sur. Camp Edward, Camp Graves, Camp Kittyhawk son algunos de estos campamentos que llevan aquí casi treinta años, entre las terrazas de arroz. En total, Norteamérica tiene 3 1.000 soldados del Ejército de Tierra estacionados en Corea del Sur, aparte de unos 8.000 miembros de la Fuerza Aérea y casi un millar de marines.

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En Panmonjom se nos advierte de la obligatoriedad absoluta de llevar un brazalete de tela azul, con la palabra Press y su traducción en coreano, colocado en el brazo izquierdo. Es el salvoconducto que permite cruzar la línea de demarcación y entrar algunos metros en el Norte. Los informadores del otro lado, que son en su mayoría norcoreanos, aunque hay algún representante de la Prensa de los países del Este, llevan un brazalete de color verde, de modo que de un simple golpe de vista se sabe de dónde procede cada uno. Por supuesto, ellos gozan del mismo privilegio de cruzar la raya en dirección Sur.

Privilegio que les está rotundamente negado a los militares de ambas partes. Los miembros de la policía militar del Sur, en su mayoría norteamericanos, aunque también hay coreanos, llevan casco blanco, pistola y porra. Los del Norte, gorra de plato, correaje cruzado y pistola. Tanto unos como otros aumentan de número sorprendentemente a medida que se acercan las once de la mañana, hora fijada para la reunión, y se acercan cada vez más a la franja de cemento.

Simetría perfecta

La tensión es evidente, aunque no hay ni intercambio de palabras ni de gestos provocativos. Si aparecen cinco nuevos soldados norcoreanos por entre los edificios, un comandante norteamericano da una rápida orden y cinco gigantescos policías militares salen de un edificio adjunto y se incorporan a los que ya están al sur de la línea. Si los norteamericanos o sus aliados surcoreanos colocan los guardias a un metro de la franja de cemento, los norcoreanos hacen un movimiento simétrico.

El mismo comportamiento se sigue con la toma de fotografías. Ambas partes tienen cámaras con trípodes y grandes teleobjetivos colocadas a un centenar de metros de la línea de demarcación. Pero otros soldados equipados con sus cámaras toman instantáneas, de forma más bien descarada, de los del otro lado. Los del sur llevan Nikon y Pentax, mientras que la Praktica es la cámara más común entre los del Norte. Hay momentos en que se produce una verdadera guerra fotográfica, con ráfagas de motor eléctrico incluso.

Si un norcoreano, a tres o cuatro metros al norte de la raya, enfoca cuidadosamente a un guardia o un oficial del Sur, no pasa ni un segundo sin que el disparo fotográfico sea convenientemente respondido por un militar del Sur, que apunta su cámara hacia quien acaba de disparar desde el Norte. A veces, la frecuencia de las instantáneas, clics y zumbidos es tal que hay que pensar que las máquinas no tienen dentro película, o que estas reuniones de la comisión de armisticio son automáticamente ruinosas para ambas partes.

«Tomamos tantas fotografías para testificar cualquier posible violación dé los términos de la tregua, o documentar cualquier incidente», explica un sargento mayor del Ejército norteamericano, muy divertido con la situación.

El sargento se llama Frank y sólo, le queda un mes de servicio en Corea, antes de regresar a su pequeña ciudad natal, en el Estado de Indiana. Recuerda los momentos de tensión vividos en esta frontera y especialmente el grave incidente de 1976, cuando dos oficiales norteamericanos murieron a manos de soldados norcoreanos, en un enfrentamiento producido por la poda de un árbol.

«Fue a sólo unos metros de aquí», explica el sargento mayor, «y, como consecuencia del incidente, el presidente Ford ordenó el "Estado de defensa número 3" una alarma previa a la entrada en combate que no se había dado desde la guerra del Yom Kippur, en el otoño de 1973».

«Hay una secuencia fotográfica tomada por nuestros soldados que muestra claramente cómo los norcoreanos, armados con hachas y otras herramientas, acosaron a nuestra patrulla y mataron a un comandante y a un teniente a sangre fría», añade Frank, quien es muy cuidadoso al hablar, y se refiere siempre a las «fuerzas de la ONU», y nunca a las fuerzas norteamericanas. Aquel incidente, del que en efecto existen fotos tomadas con teleobjetivo, se desencadenó cuando los norteamericanos quisieron recortar las ramas de un árbol que les molestaba para observar el otro lado de la frontera.

Otra situación muy grave se produjo en julio de 1977, cuando los norcoreanos derribaron un helicóptero del Ejército estadounidense. Jimmy Carter, que llevaba entonces sólo seis meses en la Casa Blanca, reaccionó con serenidad y la crisis pasó sin mayores consecuencias que el acostumbrado intercambio de ataques verbales.

Túneles norcoreanos

El descubrimiento de un túnel bajo la zona desmilitarizada, en diciembre de 1978, agravó de nuevo la situación. Es el tercero de estos túneles descubierto por los surcoreanos, quienes aseguran que debe haber por lo menos una decena más. Este último túnel, que desembocaba cerca del río Imjin, a sólo unos kilómetros de esta aldea de Panmunjom y a una hora escasa de Seúl, podría haber permitido el paso de 30.000 hombres y vehículos ligeros en una hora, alegan los servicios de propaganda surcoreanos, que hasta han editado un folleto con fotos de los túneles para demostrar las intenciones agresivas de Corea del Norte.

Lo que va a discutirse hoy es otro incidente grave que tuvo lugar el 21 de junio. De acuerdo con la versión surcoreana, recogida por Estados Unidos. y por el mando de las fuerzas de la ONU, un barco norcoreano de siete toneladas fue interceptado en aguas de Corea del Sur. en el mar Amarillo. Cuatro unidades navales y tres cazas Phantom surcoreanos persigueron al barco-espía, al que finalmente hundieron. tras un intercambio de disparos. Los norcoreanos quisieron ayudar al barco y enviaron al lugar de los hechos una docena de aviones Mig, que se retiraron sin entrar en combate, siempre según la versión del Sur. En el enfrentamiento murieron nueve noreoreanos y uno fue hecho prisionero.

A las once en punto de la mañana, las dos delegaciones hacen su entrada en el edificio, cada una por la puerta que da a su zona. El almirante norteamericano Stephen Hostettler, jefe de la delegación de las Naciones Unidas, se sienta en el centro; a sólo un metro y medio del jefe de la delegación norcoreana, el, general Han Ju-Kyong.

Tras; ellos han entrado docenas de militares, muchos con un brazalete amarillo que les identifica como miembros de la comisión de armisticio. En la parte sur del barracón se sientan representantes de las fuerzas de la ONU: canadienses, australianos, tailandeses, Filipinos y un coronel británico de grandes bigotes. Todos tienen aire más bien escéptico y distraído y alguno tendrá que hacer, una vez comenzada la reunión, grandes esfuerzos para no dormirse sobre las cuartillas.

El sector norte del edificio se llena de jóvenes oficiales norcoreanos. Todos llevan una chapa policromada con el retrato de Kim Il-Sung prendida en el pecho. Al fondo, pasando casi inadvertidos se sientan los cuatro representantes de China. Mucho han cambiado las cosas desde que Pekín intervino a favor del Norte en la guerra de Corea, y las nuevas relaciones chino-norteamericanas no concuerdan con esta separación a los dos lados de la zona desmilitarizada.

Por ello, los chinos se limitan a tomar puntual y cuidadosa nota de lo que se dice en las reuniones de la comisión militar de armisticio, pero no participan en las mismas «Llevan tres o cuatro años sin decir ni pío», comenta divertido el sargento mayor, que apunta su dedo índice hacia los chinos descaradamente a través de una de las ventanas de la zona sur.

Otra de las peculiaridades de estas reuniones, de las que se han celebrado 402 en los últimos veintisiete años, es la forma en que se ve obligadas a cubrirlas la Prensa, y que es simplemente desde las ventanas. Una nube de cámaras fotográficas y de televisión, de micrófonos y magnetófonos penetra por las ventanas centrales, las más cercanas a los jefes de las delegaciones.

Acusaciones mutuas

La reunión es especialmente tediosa. El almirante Hostettler ha hablado durante más de media hora, ha acusado al Norte de provocación y ha pedido el cese inmediato de este tipo de acciones contra el Sur. Aunque existe un sistema de traducción simultánea, el discurso del norteamericano tiene que ser ahora leído en coreano, lo que supone otra media hora. Los jefes de las delegaciones se miran impertéritos, sin dirigirse directamente la palabra.

Cuando termina la traducción le toca el turno al general Han, que niega rotundamente la existencia misma del incidente y dice que es una hurda maniobra propagandíslaca de los imperialistas nortearnericanos y sus aliados del sur de Corea. Nuevo turno de traducción, ahora al inglés, y vuelve a la carga el almirante norteamericano, que muestra las pruebas recogidas en el lugar de los hechos por los surcoreanos. Varios ayudantes despliegan mapas, ensenan una foto del prisionero norcoreano y muestran un equipo de submarinismo recuperado del barco-espía. El sector norte del barracón no parece impresionado en absoluto por tales pruebas y mira distraídamente los mapas y fotografías que se les enseña desde el otro lado.

Los informadores rodean el edificio, asomándose por una u otra ventana, unas veces en la zona norte, otras en la zona sur, pasando entre los soldados de uno y otro lado, en busca del ángulo fotográf¡co correcto o de un lugar desde el que escuchar medianamente bien lo que se dice en el barracón.

A medida que avanza la mañana, el interés decae. Nuevas acusaciones del Sur, seguidas de pausa para la traducción, son respondidas por nuevas negativas del Norte y de nuevas pausas para los intérpretes, que se turnan, quizá en un intento inútil de acelerar el proceso.

Durante un momento de su tercera o cuarta intervención, el almirante nortearriericano enseña repentinamente un pequeño libro rojo que llevaba encima el prisionero norcoreario, lleno de máximas revolucionarias. «Es un libro reciente» dice el jefe de la delegación del Sur, «porque figura en él Kim Chung-Il como sucesor de Kim Il-Sung». Y muestra los retratos de los dos líderes norcoreanos, padre e hijo, pintados como soles radiantes y con colorete en las mejillas.

Los del Norte no entienden la ironía, o no les hace maldita la gracia, porque ignoran olímpicamente la prueba de que es un manual revolucionario reciente, ya que la designación oficial por Kim Il-Sung de su hijo como sucesor, en uno de los casos de nepotismo más llamativos de la historia de Asia, que abunda por otra parte en ellos, no se hizo hasta el año pasado.

El interés de la jornada se ha ido trasladando fuera del edificio y ahora hay plazas libres en las ventanas mejor situadas. Algunos veteranos periodistas, con docenas e incluso centenares de estas reuniones ensu haber, dormitan plácidamente al sol, que por fin se ha abierto camino entre las nubes.

Un grupo de soldados del Sur ha extendido, al lado del barracón donde continúa la reunión de la comisión militar de armisticio, el material recogido en el mar Amarillo. Hay un bote neumático bastante viejo, linternas, relojes, un par de transistores, un modesto botiquín y un anticuado walkie-talkie, además de otro manual revolucionario con tapas de plástico rojo.

"Mentiras sin pudor"

No hay armas ni equipo claramente militar y la verdad es que el mismo botín podría haberse recooido si el barco hundido por los surcoreanos hubiese sido un barco de pescadores. Posibilidad esta que tampoco puede descartarse, ya que se trata de una guerra propagandística. «Tan verosímil es que el barco destruido fuera una lancha de pesca como que todo sea verdad y los del Norte lo nieguen rotundamente», comentaría después en Seúl un occidental con mucha experiericia en el país, para quien «ambas partes mienten sin ningún pudor».

Los norcoreanos han respondido colocando en su zona, justo al lado del edificio donde prosigue la reunión, unos paneles con fotografías que muestran violaciones de los términos de la tregeua efectuadas por norteamericanos y, surcoreanos. El número de violaciones asciende nada menos que a 298.000, de acuerdo con uno de los carteles, escritos en inglés y en coreano.

Los graves disturbios de Kwangju en Corea del Sur, ocupan lugar destacado en los carteles propagandísticos del Norte, que ofrecen fotos de la represión del Ejército sobre los estudiantes y la población civil. Son fotos publicadas en la Prensa occidental. pero que los surcoreanos, sometidos a una estricta censura de Prensa, no han visto.

Para la propaganda de Pyonyang que el pueblo , es evi surcoreano desea levantarse contra la dictadura fascista de los militares y sus amigos imperialistas. Para los dirigentes de Seúl está. claro que el levantamiento de Kwangju fue provocado por agentes infiltados desde el Norte.

Los periodistas de ambos sectores, ya totalmente desinteresados de lo que ocurre en el interior del edificio, deambulan entre las exhibiciones propagandísticas de las dos partes. Un periodista coreano del Norte (brazalete verde) y otro del Sur (brazalete azul) discuten al pie del cartel sobre los disturbios de Kwangju. Es difícil saber quién de los dos está más vigilado por su respectiva policía política. Al final, el del Sur corta la argumentación con un gesto y se retira, con aire ofendido, hacia la línea de demarcación. El del Norte le grita algo, riéndose, y gesticula hacia, nosotros como diciendo «vaya repaso que le he dado a éste». Ya no hay nadie mirando por las ventanas del barracón y la 402 reunión de la comisión de armisticio, tan estéril como las anteriores, está a punto de finalizar.

En el camino de vuelta a Seúl, entre campos de arroz de un verde brillante, un periodista norteamericano muestra un paquete de cigarrillos norcoreanos que ha canjeado a uno de los colegas del otro lado. El comercio de recuerdos, sellos, monedas y tabaco es, a lo que se ve. bastante intenso y lo único productivo de la jornada.

«Lo que nunca consigo, se lamenta el corresponsal norteamericano, es que me vendan la chapita policromada con el retrato de Kim Il-Sung, que llevan los periodistas norcoreanos en la solapa. Y eso que esta vez he ofrecido hasta diez pavos (dólares)». Quizá en la próxima reunión de la comisión de armisticio.

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